Dorothy Villarreal creció soñando en español, primero en México y luego en el sur de Texas, a donde su familia emigró cuando ella tenía 6 años.
Su rendimiento en la escuela era excelente, siempre que fuera en inglés. Pero en la casa todo era en español, desde sus dilatadas charlas con sus abuelos por las tardes hasta las revistas de Barbie que le llegaban mensualmente. Ella estaba segura de que ella era bilingüe.
Hasta que Dorothy, ahora una estudiante de la Universidad de Harvard, pasó el verano pasado estudiando en México y se dio cuenta de cuán deficiente era su español.
«Estábamos hablando sobre las elecciones presidenciales y había tantas cosas que yo quería explicarles», dijo Villarreal. «Al final terminábamos jugando un juego de adivinar en que yo hablaba en inglés y mis amigos me lo repetían en español, tratando de adivinar lo que yo quería decir».
La experiencia de Villarreal es cada vez más común en Estados Unidos, donde uno de cada cinco niños crece en un hogar bilingüe. Para ayudar a estos jóvenes a perfeccionar el idioma, varias universidades están ampliando sus cursos de idiomas, en parte para mejorar la preparación de los estudiantes que se van a graduar y necesitarán varios idiomas para su futuro profesional en un mundo caracterizado por la globalización.
Para los que crecen en hogares multilingües, hay ciertas ventajas en ello. Pueden saludar y hablar coloquialmente en otro idioma, e incluso hablar de temas ligeros como la telenovela del momento. Pero cuando se trata de temas más profundos, o de leer y escribir, se ven en aprietos.
Las deficiencias se hacen patentes en la secundaria, donde estos alumnos se aburren en las clases de idioma básico pero se ven abrumados en los cursos más avanzados. Y ello sólo si es que su escuela ofrece clases en su idioma cultural, pues, al fin y al cabo, ¿cuántas escuelas en Estados Unidos ofrecen cursos en árabe o coreano?
Ante la creciente población hispana de Estados Unidos, la mayoría de los cursos de idioma de herencia cultural son en español, y tales clases han proliferado por California, Florida y varios estados de centro-occidente. También algunos han surgido en instituciones como la Universidad de Harvard, que incorporó un curso este año.
Villarreal, quien aspira a trabajar en Latinoamérica para una corporación multinacional o para el gobierno estadounidense — «sin hacer el ridículo», dice — estaba entre los primeros estudiantes en inscribirse en el curso. Quedó entusiasmada por la oportunidad de perfeccionar su español sin tener que participar un curso avanzado con compañeros no latinos, que quizás tendrán acentos fuertes pero que pronuncian las palabras correctamente.
Ese tipo de presión, y la vergüenza que les causa no poder leer o escribir en un idioma que supuestamente dominan, puede llevar a algunos estudiantes a retrasarse en el programa académico regular, expresa María Luisa Parra Velasco, la profesora de Harvard que creó el nuevo curso de español. También, los alumnos a veces llevan en estigma de hablar «un mal español» o un español más coloquial, dice.
Aparte del idioma, las clases ofrecen a Villarreal un inusual espacio académico para hablar de temas de los que no puede hablar cómodamente con sus compañeros blancos anglosajones. Compara su clase de español con la clase que tiene inmediatamente después: un curso avanzado de español, enfocado en las prácticas culturales en la zona fronteriza entre Estados Unidos y México. En esa clase, Villareal no habla tanto.
«En la clase se habla de la frontera como si fuera un concepto abstracto, y para mí, yo fui a la escuela que quedaba a cinco minutos de la frontera. Para mí la frontera es lo que hacía que suspendan las clases en mi escuela porque los helicópteros de la policía están tratando de capturar a gente que cruza», comentó.
Los programas de idioma de herencia cultural han existido en Estados Unidos de una manera u otra por más de un siglo, como manera para conservar tanto el idioma como la cultura, aun en medio de movimientos que exigían que se hablase sólo inglés. A fines del siglo XIX, las escuelas alemanas eran comunes. En California, son tradición desde años las clases de chino y japonés los fines de semana, y las clases bilingües en inglés y español están establecidas desde hace años.
Aun así, el surgimiento de clases de idioma como herencia cultural es relativamente nuevo, especialmente en universidades. La Universidad de Texas-Pan American recibió financiamiento del Departamento de educación en el 2007 para crear un programa sobre términos médicos en español, que se está repitiendo en otras instituciones educativas.
Las clases de español no son las únicas que están de moda. Harvard ha desarrollado programas en ruso, chino y coreano, idiomas que el gobierno estadounidense considera estratégicamente importantes para la vida académica y el mundo del espionaje.
El Centro Nacional de Herencia de Idiomas en la Universidad de California en Los Ángeles, financiado por el Departamento de Educación de Estados Unidos desde el 2006, realizó recientemente el primer estudio a nivel nacional de ese tipo de cursos, y halló que estaban dictando en 34 estados y que después del español, los más populares eran chino, coreano, ruso y farsi.
Los cursos en chino o hindi son particularmente útiles, pues los jóvenes a menudo hablan su idioma pero no saben leer los caracteres, con lo cual están decididamente en un nivel intermedio, entre los principiantes y los avanzados.
El árabe, por otra parte, presenta desafíos singulares. Los dialectos varían tanto de región en región que un joven estudiante de herencia árabe, que haya crecido en un hogar donde se hablaba el árabe todos los días, podría no entender nada del curso universitario.
Aun así, algunos estudiantes opinan que es beneficioso compartir el curso con gente menos avanzada.
«Pueden identificar una estructura gramatical que para mí era algo tácito», expresó Daphe Ko, quien estudia chino en el Hunter College de la Ciudad de Nueva York.
Ko creció hablando cantonés en su casa pero nunca aprendió a leerlo ni a escribirlo, y siempre quiso aprender el mandarín, que era el dialecto en que hablaban sus padres cuando no querían que ella les entendiera. Hoy en día se concentra en cursos de biología y del idioma chino mediante el Chinese Flagship Center de la universidad, creado en el 2011 específicamente para ese tipo de estudiantes.
A pesar de que esos programas van en aumento, los recursos para financiarlos son limitados. Surendra Gambhir, profesor de la Universidad de Pensilvania, ayudó a fundar uno de los primeros cursos universitarios de hindi en el país, pero sostiene que la mayoría de las 100 escuelas que ofrecen ese idioma no tienen los recursos para crear cursos especializados. El Departamento de Educación redujo el financiamiento del Centro de Recursos dos años atrás debido a limitaciones presupuestarias.
Kimberly Potowski, profesora de lingüística en la Universidad de Illinois en Chicago, quien está escribiendo un libro de texto para docentes de cursos de idioma, dice que hay que enseñar distinto cuando se trata de clases de idiomas que son parte de una herencia cultural.
Por ejemplo, dice, los alumnos en tales cursos no están estudiando ese idioma como algo extranjero o exótico sino que están reencontrándose con su propia cultura. Y en vez de ponerles como tarea hacer ejercicios abstractos, se les debe animar a conversar con sus parientes o tratar de corregir la gramática en los mensajes que les envían a sus amigos.
La Universidad de Miami tiene cuatro cursos de español como herencia cultural, diseñados para distintos niveles. Para los estudiantes, es una herramienta útil en el mundo profesional del sur de la Florida, donde el bilingüismo es casi un requisito obligatorio. Pero incluso allí, la experiencia — la herencia cultural — está siempre a flor de piel.
En una clase reciente de la Universidad de Miami, la profesora Francisca Aguilo Mora exhibió obras de Juan Ramón Jiménez, el poeta español que salió al exilio durante la Guerra Civil Española.
«Pensemos en nuestras propias familias y comparemos el exilio de Jiménez con el exilio que ustedes mejor conocen», dijo Aguilo mientras los alumnos, en su mayoría descendientes de cubanos que salieron de su país tras la revolución, asentían con la cabeza. Para ellos, no era necesario traducir.