El presidente uruguayo José Mujica ofreció ayer un discurso inusual ante la Asamblea General de las Naciones Unidas, en el que, usando un lenguaje por momentos poético y personal, casi no habló de su país y se enfocó en denunciar la hegemonía del mercado y el consumismo desenfrenado en el mundo actual.
«Hemos sacrificado los viejos dioses inmateriales y ocupamos el templo con el Dios Mercado. Él nos organiza la economía, la política, los hábitos, la vida y hasta nos financia en cuotas y tarjetas la apariencia de felicidad», manifestó Mujica. «Pareciera que hemos nacido solo para consumir y consumir».
El exguerrillero de 78 años, que se presentó por primera vez ante la Asamblea General luciendo saco y camisa, pero no corbata, expresó una y otra vez su frustración con el actual estado de cosas y con el avance del materialismo a expensas del planeta.
«Prometemos una vida de derroche y despilfarro que constituye una cuenta regresiva contra la naturaleza y contra la humanidad como futuro», afirmó. «Si la humanidad total aspira a vivir como un norteamericano medio, serían necesarios tres planetas».
Describió la economía de mercado como una «desbocada marcha de la historieta humana comprando y vendiendo todo e innovando para poder negociar de algún modo lo innegociable».
«Hay marketing para los cementerios y el servicio fúnebre, para las maternidades, para padres, madres, abuelos y tíos, pasando por las secretarias, los autos y las vacaciones. Las campañas de marketing caen deliberadamente sobre los niños y su sicología para influir sobre los mayores y tener un territorio asegurado hacia el futuro», expresó. Y luego dijo que esas eran «tecnologías abominables».
Mujica, quien llevó un discurso preparado pero por momentos improvisó, se hizo eco de los llamados a renovar las Naciones Unidas. Dijo que es un organismo que «languidece y se burocratiza por falta de poder y de autonomía, de reconocimiento sobre todo de democracia hacia el mundo débil, que es la mayoría».
Seguidamente ofreció a su país como ejemplo de la postergación de los más débiles. «Los uruguayos participamos con 13% a 15% de nuestras fuerzas armadas en las misiones de paz. Llevamos años y años, siempre estamos en los lugares que nos asignan. Sin embargo, donde se decide y reparten los recursos no existimos ni para servir el café».
Tal vez lo más llamativo fueron los comentarios de su propia vida que salpicó en su discurso. Como cuando dijo «no miro hacia atrás… no vivo para cobrar cuentas o reverberar recuerdos. Me angustia el porvenir que no veré y por el cual me comprometo».
O cuando se describió como un «muchacho que como otros quiso cambiar su época y su mundo tras el sueño de una sociedad libertaria y sin clases».
«Mis errores», añadió, «son hijos de mi tiempo. Los asumo, pero hay veces que grito ‘¡quién tuviera la fuerza de cuando abrevábamos tanta utopía!».