Cada vez son más los delincuentes que aspiran a participar en la contienda electoral para ganar impunidad y/o conseguir dinero. No es cierto, como dicen algunos políticos, que la opinión pública ha satanizado el oficio, por el contrario, son ellos mismos los que se han encargado, con mucho empeño, en mostrar al mundo la inmundicia de ese quehacer.
Los ejemplos abundan: recién salidos de las bartolinas por sospecha de ejecuciones extrajudiciales, lavadores de dinero, sicarios (o sospechosos de sicariato), empresarios de dudosa reputación, alcaldes acusados de malversaciones… El rosario es casi interminable y pone en evidencia que ese oficio es simplemente maldito y apestoso. ¿Qué hace un ciudadano honorable en esos lares?
Y eso sin mencionar otras triquiñuelas con carácter de pecado venial en ese mundo tenebroso y lleno de popó (para decirlo muy decentemente). Tenemos, por ejemplo, a las familias en busca de hueso: los Rivera, por ejemplo. La mamá buscándole trabajo a la hija: Nineth Montenegro. El marido dictador, metiendo en líos a su dulce esposa: Alvarito Arzú, Tono Coro y Amílcar Rivera, por ejemplo. Y los candidatos que buscan eternizarse en sus puestos: Arnoldo Medrano y el largo etcétera de los que buscan perpetuarse en el Congreso.
O sea, ese mundo es una caca de olores fétidos. Para colmo de males, los candidatos que dicen que van a renovar el país y las instituciones hacen propaganda insulsa, intrascendente o muy carente de imaginación (como sus cerebros, de plano). Tenemos, por mencionar a algunos, al energúmeno de “Creo†que dice que quiere llegar a cambiar el Congreso y sale como un león fiero gritando. Apostaría que es un cavernícola, un homínido, un primate, algún eslabón perdido que mostraría a nuestros ancestros milenarios.
Igual condición miserable es la propaganda de Sandra Torres, con alguien que pregunta muy enfáticamente (cantadito): ¿va a llevar mi Familia Progresa a los Asentamientos? Y Mario Estrada (UCN) no se queda atrás: “ruedita vista, ruedita marcadaâ€, “No te preocupes mi vida, ya vienen tiempos mejoresâ€. Casi que se puede concluir que no es condición indispensable tener creatividad ni ser inteligente para ser miembro de un partido político.
Lo peor de todo es que todavía se preguntan por qué los jóvenes no se involucran en política. Por qué cada vez la gente va menos a las urnas. Por qué tienen una reputación de baja catadura. Es que realmente ese equipo, ese mundillo, es malo. De aquí que no es descabellado que la gente piense en no votar, tiene lógica, ¿para qué insinuar aprobación a un grupo que constituye casi la escoria del país?
Sí, es cierto, hay mucho pesimismo en la nota, pero es que sospecho que pensar distinto conlleva mucha dosis de candidez y creo que el país no está para tanta ingenuidad.