Argentina busca su Messi en fútbol en silla ruedas


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Valentino es de River y sueña con hacer gambetas como Messi. Fanático de Boca, a Adrián le gustaría meter los goles de Palermo. Eugenia y Sofía tienen menos pretensiones y sólo quieren divertirse con la pelota.

Por DEBORA REY
BUENOS AIRES /Agencia AP

Los cuatro sufren discapacidades motrices y están unidos de por vida a una silla de ruedas, pero eso no les impide cumplir sus fantasías.

Medio centenar de niños y adolescentes de ambos sexos comenzaron a practicar desde hace unos meses en Argentina el fútbol en sillas de ruedas motorizadas (Powerchair Football en inglés), una disciplina que tiene por misión mejorar la calidad de vida y promover la inclusión social de cuadripléjicos o de pacientes con otras patologías como esclerosis múltiple, atrofias y distrofias musculares, parálisis cerebral y lesiones de la médula espinal.

Se practica en canchas bajo techo, con una dimensión igual a la de básquet. Los jugadores le pegan a una pelota de fútbol –de tamaño doble a la reglamentaria– con una protección especial que se coloca en la parte inferior de la silla.

«Ellos no habían tenido la posibilidad de practicar un deporte hasta que empezaron a jugar con nosotros. Son chicos apasionados por el deporte que antes eran acompañantes de sus hermanos o primos en el fútbol, en el hockey, en el rugby o espectadores de ir a la cancha. Ahora pasamos a otra dimensión. Ahora son ellos los jugadores, son protagonistas, son deportistas», destacó Mariano Rozenberg, entrenador y director ejecutivo de la fundación Powerchair Football Argentina.

«Dale Sofi, mira la pelota», le indicó Rozenberg con paciencia a Sofía Sarina, de 11 años y en silla de ruedas desde que nació a causa de una asfixia perinatal durante el parto. Ella se tomó unos segundos, puso en marcha la silla que mueve con un comando que maneja con los dedos de una mano y le pegó a la pelota. Muy lentamente el balón se metió entre dos conos de plástico que improvisaron un arco.

«Golazo», le gritó el técnico, provocándole una sonrisa a la niña y a sus orgullosos padres que la miraban desde el costado de la cancha de un gimnasio municipal en las afueras de la capital.

«Acá no hay ningún deporte en silla de ruedas motorizada. Generalmente los chicos que las usan tienen una patología más severa», comentó Lorena Lardizábal, presidenta de la fundación y el alma detrás del proyecto, ya que ese organismo ayuda a conseguir las protecciones especiales y las canchas.

Lardizábal descubrió esta disciplina cuando junto a su esposo viajó a Estados Unidos para asistir a una conferencia de atrofia espinal muscular, que es la patología de su hijo Valentino Zegarelli, de ocho años y fanático del fútbol.

Si bien Argentina es un país muy futbolero, nunca a nadie se le había ocurrido importarlo antes. «Creo que tiene mucho que ver con el mundo de la discapacidad, que es un mundo en el que las cosas cuestan ocho o diez veces más que en el mundo convencional», especuló Rozenberg.

Este deporte, que surgió en 1978 en Francia pero tiene poco desarrollo en América Latina, se practica con cuatro jugadores por equipo, tres más un arquero. Tiene algunas reglas básicas del fútbol como faltas directas e indirectas, laterales, tiros de esquina y saque de arco. Y dos o tres que le son propias. Por ejemplo, dos jugadores de un equipo contra uno del rival en disputa de la pelota es falta y repone el equipo en inferioridad.

Y en el área propia no pueden estar más que el arquero y un defensor cuando un rival está en posición de gol.

Cualquiera puede jugarlo, siempre que sea mayor de seis años y tenga capacidad cognitiva para entender el reglamento.

Zegarelli tiene una silla especial para practicar fútbol que importó de Estados Unidos. Es más rápida y con movimientos más flexibles que las comunes. Inquieto, el niño recorrió la cancha de un lado al otro detrás de la pelota y se molestó cuando le cobraron falta, aunque pronto el gol de un compañero le devolvió la sonrisa.

«Me gustaría ser como la Pulga. Es divertido, le pega muy bien a la pelota», dijo Zegarelli tras el «picado» o partido informal que se juega dos veces a la semana después de entrenar una hora. El niño conoció al mismísimo Lionel Messi en la concentración del seleccionado argentino y pudo jugar a la pelota con él.

Lardizábal destacó la mejoría que notó en su hijo a partir del deporte. «Valentino vio a otros chicos en su misma condición. A veces ellos se creen que son únicos, que a ellos solos les pasan estas cosas. Reunir a tantos chicos acá ayudó un montón a ver que hay casos mejores y peores que su situación. A él lo enriqueció en ese sentido, lo fortaleció».

Adrián Parma, de 15 años, con una lesión de médula de nacimiento, fue varias veces al estadio la Bombonera de Boca Juniors a gritar los goles de su ídolo Martín Palermo, ahora retirado. También es un eximio jugador de la PlayStation. Pero nada se compara con la felicidad de convertir él mismo un gol, una escena que emociona hasta las lágrimas a su padre y al resto de la familia que lo acompaña a cada entrenamiento.

«Desde que empezó a venir se integró. Acá se sienten importantes y le da ganas de vivir», afirmó Raúl Parma, padre de Adrián, el menor de sus cinco hijos y el único con capacidades diferentes.

Para los padres, destacó Parma, también es terapéutico porque en la charla entre ellos durante los partidos «surgen cosas que te ayudan a darle una mejor calidad de vida».

La práctica del fútbol con sillas de ruedas motorizadas es gratuita, lo cual le permite practicarlo a hijos de familias de distinta condición social. Mientras la fundación gestiona la personería jurídica para poder recibir donaciones, ya suman 50 los jugadores en Argentina y se aspira a que sean entre 70 y 80 a fin de año.

La gran meta de la fundación, dijeron Rozenberg y Lardizábal, es que el fútbol con sillas de ruedas se desarrolle en todo el país y crear una liga. Y más adelante conformar un seleccionado para competir en el extranjero. Se especula que este deporte podría declararse disciplina paraolímpica a partir de 2020.

Parma tiene su propio anhelo para su hijo Adrián. «No sé cuánto va a vivir, pero lo importante es que sea feliz».