Una mañana los vecinos del barrio Reforma, al este de Tijuana, despertaron en medio de un ruido atronador, como si desparramaran piedras en el concreto. No sabían qué era. Poco después se enteraron de que hubo cerca un tiroteo entre criminales y autoridades en el que murieron 20 personas.
La pintora Silvia Galindo, residente de ese barrio, dijo aquella vez: «a mí ya no me despiertan los gallos de los vecinos sino las balas». Subió a su taller y comenzó a trabajar un cuadro que tituló «El que le cantó a San Pedro no le volverá a cantar».
Esa obra la incluyó en una muestra llamada «El recuento de los días», una exposición que trabajó sobre todo de 2007 a 2012 en la que la artista aborda el clima de violencia que prevalece en la frontera y en el resto del país y que ha exhibido completa o parcialmente en galerías de México, Cuba, Inglaterra, Japón y Estados Unidos. La sangre y los cartuchos de bala son denominadores comunes de los cuadros.
Como Galindo, una veintena de artistas de la región ha trabajado diversas obras que abordan la violencia generada por el narcotráfico y su impacto en la comunidad.
«Históricamente el tema del narco y la violencia ha estado presente en algunos trabajos de artistas de la frontera, pero se agudizó la temática durante esos años; coincide con lo que estaba pasando y, aunque sin volverse un movimiento, sí se hizo una ocupación del tema», explicó la curadora de arte contemporáneo Olga Margarita Dávila, quien también es docente y escritora de arte con 20 años de trayectoria.
Tijuana fue una de las primeras ciudades del país a las que el presidente Felipe Calderón, a poco de asumir en el 2006, envió marinos y agentes federales para combatir a los narcotraficantes, que libraban una guerra entre sí.
Las autoridades reportaron durante esos años más de 3.500 asesinatos y una centena de desaparecidos relacionados con el narco, cientos de secuestros y levantones, docenas de cadáveres colgados en puentes y decapitados y múltiples tiroteos en restaurantes, salones de baile, hospitales, zonas residenciales y calles transitadas.
En enero pasado, la Comisión Nacional de Derechos Humanos (CNDH) apuntaba que en el sexenio de Calderón hubo más de 25.000 desaparecidos en México y habrían muerto más de 60.000 personas en episodios relacionados con el narcotráfico.
La muestra de Galindo incluye piezas como «Crucero», una cruz de 2.5 por 2.5 metros hecha de madera con casquillos de balas pegados por ambos lados; «Desaparecido», que consta de 14 piezas que van armando la silueta de un encobijado; «Diccionario de la violencia», 27 hojas con notas de periódicos que describen cada una un hecho violento; «Sangre», «Ola», «Heridas» y «¿Cuántos?», entre otras.
La última obra que hizo para esa muestra fue en 2012 y se llama «El pan nuestro». Es una mesa de madera cuyo mantel tiene pegados cuatro platos a los que en vez de servirles comida les han colocado casquillos de balas.
La violencia se volvió tan cotidiana que era un tema inevitable en la mesa, dijo. «Esto se ha convertido en una guerra donde a diario muere gente».
En sus obras habla «de las matanzas, de la violación a los derechos humanos, de balaceras nocturnas y a plena luz del día, de las cruces en calles recordándonos tantas muertes e impunidad, de las manifestaciones donde a la gente no le queda más que pedirle al cielo, de las noticias de los medios y del grado de deshumanización al que hemos llegado», señaló la pintora.
«No pretendo cambiar al mundo (con mis obras)», agregó Galindo, «sólo busco reflejar cómo la vida pasa, hablar de lo cotidiano, decir mi punto de vista».
Dávila y a Carlos Ashida fueron curadores de la muestra «Obra Negra. Una aproximación a la construcción de la cultura visual de Tijuana», que ocupó de marzo a junio de 2011 las tres salas de arte de la galería El Cubo del Centro Cultural Tijuana (Cecut), el espacio más importante para los artistas en el noroeste del país.
«Obra Negra» recreaba – a través de la perspectiva de 137 artistas – la vida de Tijuana desde los tiempos del Tratado de Guadalupe en 1848 hasta la violencia generada por el narco en los últimos años.
El arte provocado por la violencia asociada al narco incluía reportajes de fotógrafos de medios de comunicación de la región como Roberto Córdova y Pablo Guadiana, quienes mostraban imágenes perturbadoras no sólo de la realidad de las balas y las víctimas del narcotráfico, sino también del desgaste de una sociedad y asomos al mundo interior de los traficantes, explicó Dávila.
Durante los meses de marzo a mayo de este año, el Cecut presentó en una de las salas de la galería El Cubo la exposición «Retrocrónica» del pintor Franco Méndez Calvillo, quien definía la muestra como una síntesis de su obra y «también una crónica de nuestro tiempo obsesionado con la violencia, visto desde la perspectiva de un esteta».
La exposición – que comprendía cinco etapas – partía de una serie de calendarios (realizados en 1996), donde no aparecían paisajes bucólicos ni chicas sexys. Las imágenes aludían a sucesos violentos. Huellas de violencia y recuento de víctimas durante la migración.
En la segunda etapa de la exposición se mostraban pinturas de gran tamaño de hombres colgados dentro de crisálidas (hechos en 2009), como si la naturaleza los abrazara, y que, dijo el pintor, son alusivas a las víctimas exhibidas en puentes durante la guerra contra el narcotráfico.
«Las piezas de Franco son una especie de ritual que trata de aliviar el dolor del que da testimonio. Franco es alguien al que la belleza lo seduce con una fuerza que tal vez ninguna otra emoción puede mover. Por otra parte, tiene un espíritu de experimentación, de riesgo, que no ha variado a lo largo de 20 años», explicó Ashida.
En diversos sitios públicos, murales y calles de la ciudad hay alusiones al fenómeno que está causando la guerra contra el narco. Hay, por ejemplo, piezas – esculturas de un rompecabezas blanco con frases de armonía, tolerancia y paz colocadas en varios lugares durante marchas que ciudadanos hicieron para clamar por un «alto a la violencia», «justicia» o exigir a las autoridades que encontraran a los desaparecidos.
Afuera del museo infantil El Trompo, ubicado al este de la ciudad, está desde el año pasado una escultura llamada «Sitio de Seguridad» de Daniel Ruanova. La pieza – de la serie que el artista tituló «The Fuck Off Project», que presentara por primera vez en la primavera de 2010 en el Cecut – está hecha con materiales de construcción ligera (canales de acero galvanizado cortados, doblados y atornillados) y semeja un puerco espín.
Según Ruanova, esta obra – instalación «invade, sitia y defiende el espacio público, agrediéndolo, al mismo tiempo que motiva cierto tipo de fascinación con el objeto agresor, generando la metáfora física y conceptual acerca del uso de la seguridad y la violencia como sistema de protección individual, comunitaria y política».
Alrededor del museo El Trompo hay una treintena de barrios populares que han sido los más afectados por la guerra contra el narco. De acuerdo a la Procuraduría General de Justicia del Estado (PGJE) de Baja California, alrededor del 80% de los crímenes ligados al narcotráfico sucedieron en el oriente de la urbe.
«No pretendo cambiar al mundo (con mis obras), sólo busco reflejar cómo la vida pasa, hablar de lo cotidiano, decir mi punto de vista» – Galindo.
Tijuana fue una de las primeras ciudades del país a las que el presidente Felipe Calderón, a poco de asumir en el 2006, envió marinos y agentes federales para combatir a los narcotraficantes, que libraban una guerra entre sí.