Orhan Pamuk: El Libro Negro (XXIV)


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“¿Quién es ese, a mí parecido, perdido en la lejanía, la oscuridad, el frío, la soledad de mi sueño repetido?” (Io).

Acerca de Rüya y Celal (aparte de los artículos del columnista reproducidos de forma literal como parte fundacional del corpus novelístico) todo es referencial, nunca aparecen, en presente, en carne y hueso, a diferencia de Galip y algún otro personaje “secundario” – – pero nada ni nadie es secundario en una novela de mecanismo oculto y engranaje anfibio.

René Leiva


En el desierto piso de Celal, Galip husmea, tantea, escucha ecos perdidos, recupera huellas, deduce con  la intuición, asocia ideas, investiga el polvo y las sombras, rememora su propio pasado… “A Galip no se le ocurrió pensar qué diez menos veinticinco podían ser aquellas nueve y treinta y cinco que señalaba (el reloj de La casa fantasma de Celal) ni si podía ser la indicación y la hora de una muerte.”

(Ese postergado placer caminado de puntillas, el aliento empañado y enjaulado corazón, incubado en la última de las entrañas, etcétera, de incursionar en la soledad y el silencio, es decir, en la ausencia de “el otro”, sin más testigos que el agotamiento burlón de ese goce a medida –corta, fugaz– que se agota.)

Celal, en alguna de sus columnas, pero muy a propósito, describe el insomnio de Galip; mejor dicho, la dificultad de Galip para dormirse encaja bien en la descripción –“¿No puede dormir?”– de Celal, escrita para cualquiera o para nadie.

En la vuelta a la noria de querer ser otro, y otra agua, y otro pozo, ¿para qué tanto afán? si “nuestros sueños son una segunda vida” (Gérard de Nerval), con el grato atenuante de que en dicha existencia refleja pero de abismales raíces somos (im)perfectos desconocidos, con deliciosa irresponsabilidad de nuestro actuar fragmentario que oscila entre espasmos de espermatozoide y vuelo de Ícaro en alturas de Xibalbá.

Un hombre dormido es la estatua yacente del hombre despierto. O mujer, claro. Celal nunca soñó con el día en que se logren videos de “alta definición” de la actividad onírica. Hacia 1972, incluso en Europa, todavía se vivía la antepenúltima edad de la Inocencia.

Si soy otro, ¿debo soñar como ese otro, tener otros sueños? Pobre Galip, abandonado por su mujer, perdido su yo mismo y sin poder adormecer al tenaz insomnio. Porque la insidiosa memoria, un dolor físico, un ruido callejero pueden infiltrar el ámbito del sueño y profanar imágenes, romper espejos, despabilar al olvido, ese niño recién nacido.