Circos de la India necesitan artistas extranjeros


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Temprano en una mañana polvorienta, los ensayos diarios del Circo Rambo están en plena marcha. Se escucha el crujido de un trapecio mientras dos hombres practican sus piruetas. Otro les grita desde el suelo, junto a las ruedas gigantescas del Aro de la Muerte.

Por KAY JOHNSON
MUMBAI /Agencia AP

Los gritos son en español y nadie los entiende en esta ciudad de la India. Ocurre que los tres astros del circo son colombianos, incluido Jhean Carlos, de 26 años. Ensayan en una carpa con un acondicionador de aire que deja en claro que son las grandes figuras del espectáculo.

Carlos dice que su familia trabaja en el circo desde hace cuatro generaciones y que en su país los trabajadores de circo tienen seguros médicos y contra accidentes, lo que impresiona al payaso Biju Nair, de 42 años y quien gana el equivalente a 150 dólares por mes, sin beneficios, con excepción de la carpa donde vive, que comparte con otros. Nair, no obstante, afirma que Rambo es uno de los mejores circos de la India.

Eso es poco consuelo para el administrador del circo John Matthew, quien lleva 38 años en este negocio, recorriendo el sur del país y luchando por sobrevivir. El circo levantó en las afueras de Mumbai su carpa con capacidad para 3 mil personas, pero últimamente apenas si venden 100 entradas.

Mientras que en todos los países los circos compiten con una cantidad de espectáculos para entretener a la gente, en la India esa industria sufrió un verdadero cataclismo. Enfrenta tantas trabas para su subsistencia que se ve obligado a contratar artistas extranjeros.

En la década de 1990 había unos 300 circos en el país, de los cuales hoy quedan una treintena, según Matthew. Y los que sobreviven tienen que pagar alquileres de espacios cada vez más caros, soportar una merma en los ingresos y, sobre todo, dos fallos de la Corte Suprema que eliminan muchas de sus principales atracciones.

«En 10 o 15 años tal vez no quede ningún circo en la India», pronosticó Mattew, sentado en una mesa plegable afuera de la tienda donde se encuentran la oficina y las viviendas.

Los circos tuvieron alguna vez un estatus legendario en la India, un espectáculo a alcance de todos, desde príncipes hasta parias. Los circos más grandes se instalaban en los centros de las ciudades y atraían grandes multitudes noche tras noche.

La tradición circense comenzó hace 130 años, según la leyenda, cuando el domador de caballos de un rajá del sur del país fue desafiado por el líder de un espectáculo italiano de visita, quien dijo que los indios no eran capaces de construir un circo.

El domador, Vishnupant Chartre, fundó al Gran Circo Indio en cuestión de meses y originó una inusual pasión por payasos, animales y osados artistas que desafiaban la muerte.

En 1990 la Corte Suprema prohibió el uso de animales salvajes en los circos por considerar que eran maltratados. Y hace dos años prohibió el empleo de artistas menores de edad.

«Hay episodios de abuso sexual a diario, de abusos físicos y mentales. Los chicos son privados de cosas básicas, como comida y agua», sostuvo la organización Bachpan Bachao Andolan en una demanda en la que se denuncia la explotación de menores, que dio lugar a la prohibición.

Matthew niega ambas acusaciones. Recuerda orgulloso sus comienzos en el circo, cuando había una cantidad de tigres, elefantes y otros animales exóticos domados que eran la principal atracción del show.

«Queríamos mucho a los animales y el negocio dependía de ellos. Los cuidábamos», aseguró. El circo tiene hoy cuatro elefantes, pero el Ministerio del Medio Ambiente piensa quitárselos también, señaló Matthew.

En cuanto a la explotación de menores, dice que los circos daban a muchos niños pobres, sin perspectivas de poder estudiar, un oficio y la posibilidad de ganarse la vida.

Nair cuenta que cuando tenía 10 años se escapó de su casa, donde era maltratado, y quedó en la calle. Hasta que un día se topó con un circo, donde le dieron comida y lo emplearon para que revisase las entradas del público. La vida circense le fascinó y logró convencer a los payasos de que le enseñasen el oficio.

Hoy es el principal payaso del Rambo y dice que revisa constantemente YouTube para conseguir ideas. Otros artistas lo ayudan ya que él no lee ni escribe.
«Es una vida dura en muchos sentidos, pero me dio una oportunidad», relata. «Y me siento bien haciendo reír a la gente».

Pero Nair no le ve mucho futuro a los circos ahora que ya no hay niños aprendiendo el oficio, pues cosas como la acrobacia y el equilibrio tienen que ser aprendidas de joven.

«Uno no se despierta a los 20 años y aprende estos oficios», afirmó. Es por ello que cada vez hay menos artistas circenses indios y los circos deben apelar a personal extranjero. A principios de año Rambo contrató a un grupo de acróbatas etíopes.

Girma Yidnekachew, un contorsionista que aprendió el oficio en una escuela benéfica para niños callejeros en Etiopía, dice que en su país hay demasiados artistas de circo y pocos circos. Vio un aviso en internet y se vino a la India con un grupo de acróbatas. Gana 600 dólares por mes.

«No lo hago por el dinero», dijo Yidnekachew, quien tiene 23 años. «Me encanta el circo, hacer feliz a la gente».
Recientemente, el circo Rambo tuvo que suspender su función de la una de la tarde porque no había público. Pero para la de las cuatro se vendieron 250 entradas.

El show comienza con el Aro de la Muerte, en el que Carlos salta por unos aros en movimiento. Le siguen los etíopes, que se presentan bailando al compás de ritmos africanos.

El payaso Biju se roba muchos aplausos son su repertorio de caídas de trasero y ventosidades, e invitando a los niños a que salten una cuerda con él. El espectáculo termina con el trapecio. A medida que se va la gente, Matthew sonríe. Termina otro día en el que desafiaron la muerte.