El Testimonio y la Nueva Novela


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La literatura, como esfera simbólica, es un fenómeno social que transmite un acto de comunión entre la palabra, el signo y el espíritu humano. Es un caminar, a tientas, en la fauna laberíntica del misterio de la palabra. Un acto creativo en el que la palabra descubre sus misterios significantes.

Héctor Camargo

Ciertamente, pareciera que la literatura, aparte de ser acto creativo, es también el paradigma en el que se fusionan elementos históricos y ahistóricos que, en términos formales, no es más que una dialéctica entre realidad y ficción. Es una especie de caleidoscopio a través del cual la alegoría de la realidad se despliega en signos y formas a descifrar.

En el caso del fenómeno literario guatemalteco, particularmente ese de la narrativa, lo entendemos a partir de una perspectiva histórica en la que las esferas de lo literario y metaliterario se encuentran –para bien o para mal- en una insoslayable dependencia y relación. Me refiero, sin más, a una bipolaridad entre realidad y ficción. Esto significa que el fenómeno literario -y cultural en general- se percibe como una esfera de la conciencia-simbólica la que, inexorablemente, está sujeta al devenir de la realidad-fáctica del momento histórico en que se produce el fenómeno creativo del arte, en general, y de la literatura en particular.

El paradigma existencial en la que los individuos viven y crean es, si no enteramente determinante, sí importante en el proceso de consolidación de las variadas formas simbólicas de cada hombre y de cada mujer. Esto sucede, particularmente, en el caso del productor/a de literatura. Siendo el personaje literario –en cuanto a contenido formal- un buen ejemplo de esto. Porque es, ciertamente, gracias a sus relaciones con el medio, (lectores, críticos, imitadores y apologistas) que éste –el personaje- se transforma, paulatinamente, en un ente social.

Por ello, es comprensible que lo social y lo literario constituyan una bifurcación, a doble vía, en la que la reciprocidad configura los elementos sistémicos, simbólicos y circunstanciales de la ficción. Esto se produce, sobre todo, cuando el personaje o personajes son portadores de una carga social. Y como ejemplo literario, que ejemplifica mis anotaciones, he elegido al movimiento literario del Testimonio.

El Testimonio
El fenómeno literario del Testimonio tiene un contexto histórico que se remonta a los años 60 e inicios de los 70. Es la época en la que la región centroamericana enfrenta una mutación de orden político, social y económico y en la que, posiblemente, el factor más importante y determinante, sea la aparición de los grupos revolucionarios, de guerrillas. Dicho fenómeno fue una lógica reacción ante la práctica desmesurada de una política institucional denominada -por su brutalidad e irrespeto de los Derechos Humanos- Terrorismo de Estado.

Es en este contexto, de violencia institucionalizada y agitación social, que surge el fenómeno literario del Testimonio. Y es a causa de dicho trasfondo histórico –extremadamente politizado- que la literatura testimonial estará, desde un principio, en estrecha relación y, posiblemente, fuertemente influenciada por la época histórica en la que surge. Pareciera que las creaciones literarias son testigos de su época.

Orígenes formales

Sabemos que es arriesgado establecer fechas definidas, sobre todo en relación a movimientos artísticos, literarios o filosóficos. Sin embargo, pensamos que es acertado proponer el período que va de 1969-70 como el momento del arribo del Testimonio como nuevo género literario al universo de las letras latinoamericanas.

Son los literatos de Casa de las Américas, en Cuba, quienes por primera vez incluyeron el Testimonio como nuevo género literario en su concurso anual de literatura. Esto se debió más a un impase formal que a una pretensión ideológica o literaria. Debido a que en años precedentes habían enfrentado obras literarias que no entraban en ninguno de los géneros o subgéneros literarios establecidos Particularmente, en torno a la obra de la mexicana Elena Poniatowska con su Hasta no verte Jesús mío, del norteamericano Truman Capote con Cold Blood, 1965  y del argentino Rodolfo Walsh, Operación Masacre, entre otros.

Orígenes históricos

El género testimonial tiene orígenes muy remotos. Pero en el caso de la literatura guatemalteca –y centroamericana- sostenemos que, históricamente, los textos precursores lo constituyen ciertos textos antiguos que son los siguientes: Las Memorias, escritas en lengua Náhutl, El libro de los Libros de Chilam Balam, en idioma Yucateco y, claro, La Brevísima Relación de la Destrucción de las Indias de Bartolomé de Las Casas. Sin lugar a dudas, estos textos antiguos son, históricamente, los fundadores, del Testimonio centroamericano.

Luego, en la época contemporánea pensamos que es, en términos generales, el escritor y antropólogo mexicano Ricardo Pozas, con su libro Juan Pérez Jolote uno de los fundadores del testimonio actual. Este es un testimonio clásico –con intermediario y testimoniante- que será posteriormente, la fuente de inspiración para otro de los textos fundadores del Testimonio, nos referimos a Historia de un Cimarrón de Miguel Barnet.

Mientras que en Guatemala bien podríamos pensar que fue Manuel Galich quien, con su obra denunciadora, de crítica social es el precursor de las posteriores formas del género testimonial. Sobre todo, debido a que la mayor parte de la obra de Galich está construida bajo el paradigma de lo político que, ficcionalizado, refleja una realidad histórica en la que viven tanto personajes como el autor mismo.
 

Formas

Existen variadas formas de textos testimoniales que van desde el texto autobiográfico, como “Los compañeros de Marco A Flores”; “Los Días en la selva” de Mario Payeras; “El Esplendor de la Pirámide” y “Los Demonios Salvajes”, de Mario R. Morales; hasta testimonios socio antropológicos como: “Me llamo Rigoberta Menchú y así me nació la conciencia”, de Elizabeth Burgos; “Muerte de una Comunidad Indígena”, de Víctor Montejo y “Masacres en la Selva” de Ricardo Falla; pasando por los testimonios ficcionales que se denominan Testinovela.

La Nueva Novela

La Nueva Novela, que bien podría llamarse testinovela, es un fenómeno literario guatemalteco que, sin lugar a dudas, hace parte integral del género testimonial. La mitad de la década de los años 70 es el trasfondo histórico en el que surge dicha corriente literaria. Es un movimiento que ficcionaliza, estetiza y simboliza hechos y personajes históricos que el autor-narrador ha vivido.

Representantes

Los fundadores de la Nueva Novela guatemalteca son tres autores contemporáneos: Marco A. Flores con Los compañeros; Arturo Arias con Después de las bombas y Mario R Morales con Los demonios salvajes. Bien podríamos decir que dichos textos son las obras fundadoras de dicho género literario. Y los autores, que comparten tanto características de orden formal como también experiencias existenciales –políticas- similares. La rebeldía existencial, el compromiso político, pero también el exilio desgarrador son rasgos homogéneos que marcan no solo las vidas de dichos escritores, sino también sus obras literarias.

Lo formal

La narración, que a menudo recurre al habla popular, jergas o giros lingüísticos, se caracteriza por no ser lineal, sino irregular y a sobresaltos. Es una narrativa rebelde, que cuestiona el paradigma del canon literario establecido. Escritura, lenguaje, personaje-narrador y estructura formal hacen que el texto literario se consolide en un género propio y particular del espectro literario, no solo guatemalteco, sino centroamericano. La Nueva Novela –que bien podría ser testinovela- es un fenómeno literario fundador, del todo novedoso.

En lo puramente formal los textos son relatos autobiográficos y, a menudo, el lector se ve enfrentado con un yo-narrador y personajes reales tanto de la vida del autor-narrador como de la sociedad y momento histórico en el que se pasa la narración. Pensamos que en las obras de la de la Nueva Novela constituyen una fusión entre realidad social, vida personal y psicología autorial. La politicidad del autor, narrador y personajes sobresale y, en cierta forma, domina tanto al discurso narrativo como el desarrollo formal de los hechos desplegados en la narración.

Sin lugar a dudas, los textos de la Nueva Novela son, por su estructura formal y por su compromiso político y literario, textos del todo vanguardistas. El siguiente texto de Mario R. Morales ejemplifica, de manera elocuente, nuestras afirmaciones:

… Te quiero
“Aquí debería ir inserto un recorte de periódico, pero ninguno de estos cabrones me lo pudo proporcionar. Así que informo que se trata de la muerte de Teto. Qué chupó, se subió a la moto, le pitaron, no paró y le dispararon. Nunca se volvió a saber de sus huesos. Maldita policía.”

Lo revolucionario de la Nueva Novela no se circunscribe, únicamente, al hecho que los escritores tienen perspectivas ideológicas definidas; sino, sobre todo, a los principios, categorías y objetivos literarios definidos. La ficción sobresale como una apología del sarcasmo de una sociedad violenta. La estructura formal de los textos –narración a saltos, sintaxis caótica, lenguaje popular, localista, juvenil y, también, el recurso de los anglicismos, etc.- definen el vanguardismo formal y el deseo de experimentación literaria por parte de los escritores.

Los escritores de la Nueva Novela son pues, fiel lector/a, un acervo cultural, literario, de gran valor para las letras guatemaltecas, pero también latinoamericanas. Sobre todo, a causa de que dichos escritores, aparte de ser revolucionarios en el arte de la escritura, son también voces de la memoria histórica y del pathos colectivo de Guatemala. Sus obras necesitan ser divulgadas, analizadas y leídas debido a que representan, ante la barbarie de nuestra historia reciente, un acto noble de humanidad.