El ya constante aumento de precios de los productos de consumo y la persistente baja del valor del Quetzal frente al Dólar de los Estados Unidos constituyen un efecto directo de la política fiscal que ha ido abandonando la disciplina que durante muchos años produjo una estabilidad que era motivo de elogio por los analistas y observadores internacionales. Hoy en día, nuestra situación económica es muy comprometida y en el mediano plazo pueden darse situaciones de sobresalto que causen un daño muy severo a la población de menores recursos económicos.
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Porque a la política de alto déficit fiscal se suma la irreflexiva postura de endeudar a Guatemala en forma constante y para proyectos que no son de impulso al desarrollo ni para atender necesidades ingentes de la población. Se trata en la mayoría de casos de asuntos clientelares en los que se piensa más en el contratista que en el beneficiario de la obra y el impacto de esa ausencia de planificación es muy serio porque no sólo no estamos usando bien los recursos disponibles, sino que nos estamos endeudando para cumplir con los financistas de campaña que son, al final de cuentas, los amos de la situación en el país.
Con el endeudamiento funciona una lógica elemental. Si uno se endeuda para producir más, obviamente se trata de un recurso útil porque su utilización dará no sólo para pagar la deuda, sino también para mejorar la posición de quien contrae un crédito. Pero si el endeudamiento es para consumo, el riesgo de caer en impagos es muy alto porque no se está produciendo un aumento en la producción o en los ingresos y de esa cuenta la capacidad para endeudarse no es la misma si se utiliza para invertir en proyectos productivos que si se utiliza para el consumo.
En Guatemala no estamos realizando ningún esfuerzo serio por lanzar proyectos de desarrollo sostenible que nos hagan más productivos. Por el contrario, cada vez que se hace un estudio para un proyecto en particular, lo que se toma en cuenta es quién será el contratista beneficiado y cuánto está dispuesto a dar de comisión porque los criterios de gobierno se trastocaron por completo. No hay visión de Estado, sino visión de negocio, y por ello es que tenemos que estar muy preocupados cuando se habla de nuevos créditos porque para efectos de análisis caen en la categoría de préstamos de consumo porque no harán que crezca nuestra producción.
El valor de la moneda guatemalteca ha ido bajando de manera pausada pero sostenida y la razón de eso la tenemos que encontrar en que somos un país que gasta más de lo que produce y que no sólo mantiene un déficit fiscal en el límite alto de lo tolerable para los organismos internacionales, sino que además tiene que recurrir constantemente a préstamos para cubrir los gastos, sobre todo los que se imponen como consecuencia de los arreglos que se hacen desde la campaña política.
Hace algunos días salió la noticia de la cantidad de obras abandonadas que hay en el país. Unas que han sido terminadas y no se les dio uso y otras que ni siquiera llegaron a concretarse y quedaron a medias. Pero lo que no quedó a medias fue la ganancia del contratista ni la mordida que recibieron las autoridades que suscribieron los contratos. Un país en miseria, como el nuestro, no podría y debiera darse el lujo de dejar obras inconclusas que se van destruyendo antes de que siquiera sean inauguradas. La única explicación para ese fenómeno es justamente que aquí no se construye para servir al ciudadano, sino para generar negocio y mordidas.