La criminalidad y la delincuencia en general han cobrado alarmante auge en los últimos tiempos que vivimos bajo el manto de la decantada democracia.
Como consecuencia de esa grave situación, que afecta a Juan, a Pedro y a José, ha surgido un ambiente de inseguridad y de malestar social.
Los transgresores a la ley que viven cometiendo contra la “ gente-bien”, honrada, que ha logrado con esfuerzo atesorar algún capital, y aún contra modestos laborantes que dependen con su familia del salario –el que por cierto anda volando bajo en el estado súper inflacionario que nos ahorca–, son víctimas de los ladrones de diversos objetos de algún valor.
Los asaltos, los secuestros, la extorsión, las agresiones a mano armada, los asesinatos contra hombres, mujeres y niños están a la orden del día, y los que cometen tamañas barbaridades por lo regular no son capturados por las autoridades encargadas de velar por la integridad física y patrimonial de las personas; mas, si caen en las redadas, al rato, como quien dice, casi siempre recobran la libertad para seguir perpetrando sus acciones criminales con más ganas que nunca. ¡Gracias a la impunidad y a la venalidad de jueces y subalternos!
En los medios de comunicación se ha informado que actualmente están viendo la luz a cuadros más de 16 mil reos indiciados de toda una variedad de delitos. En su mayoría están pendientes de ser sentenciados. Esa cantidad de peces gordos y chicos, según parece, está en los establecimientos carcelarios de la capital, pero a lo mejor en el resto del país hay otras miles de “chinchitas” reales o supuestas que se encuentran engordando como el ganado porcino a costillas de los millones de ciudadanos que pagan los impuestos.
No cabe duda que los centros penitenciarios están a punto de desbordarse como los ríos crecidos en crudo invierno.
¿Cuál será el costo que por fas o por nefas tiene que pagar el Estado por el mantenimiento de tantas criaturas presuntamente siniestras? Oficialmente no se sabe a cuánto asciende el desembolso de referencia, pero se intuye que no son pocas las millonadas de billetes verdes, verdes, verdes, entre otros de colores morado, algo rojo, azul, etcétera.
Nos viene a la mente una medida de buen gobierno que consideramos factible en cuanto a la solución de la problemática planteada: El acondicionamiento de campos adecuados para que la “agigantada” cifra de reos en engorde, que parecen estar durmiendo plácidamente entre ronquidos y ronquidos en las mazmorras, se dediquen a producir, parcial o totalmente, la alimentación que consumen entre rejas.
Una sugerencia similar hicimos hace años, respecto a los soldados de las zonas militares, en la columna donde disparamos durante un quindenio en el matutino Prensa Libre.
Oportuno y conveniente es aclarar, en honor a la verdad, que no estamos pensando en un remedo de los diabólicos campos de concentración y exterminio que durante la Segunda Guerra Mundial estiló la hitleriana bestia nazi contra millones de judíos y de otras nacionalidades. ¡NO, MIL VECES NO!, sino simple y francamente estamos lanzando, como un tiro al aire, la bienintencionada sugerencia que podría atenuar las pesadillas de un régimen gubernamental (hoy y siempre), así como de la sociedad, el tener tantos presos como entregados a la dolce farniente y, a la vez, reiteramos, al engorde…
En esos campos podría tener buena expresión el humanismo, incluso el estímulo para la rehabilitación de los presidiarios.
En los departamentos, especialmente en Petén, hay tierras apropiadas para el efecto.
Es grande el lastre que arrastra cualquier gobierno soportando la agobiante carga de millares de hombres, mujeres y muchachos que, por uno u otros motivos, se hallan encerrados en las ergástulas de los veintidós departamentos de esta perturbada parcela centroamericana.