Protestar es un acto que cada día está más de moda. Sea porque las tecnologías de la información las han facilitado o porque, quizá, se juzga más civilizado caminar por las calles llevando pancartas, mostrar inconformidad es el camino que las democracias prefieren tomar en el siglo XXI.
Más allá de las modas, sin embargo, está el hecho común de indignarse por las tropelías de los políticos. ¿Debemos tal fenómeno a la educación de las conciencias? Es posible. Parece patente que el hombre y la mujer de la edad posmoderna son mucho más sensibles y generosos en participar activamente en rechazo a los atropellos de quienes ejercen el poder.
Tomar las calles no solo se ha vuelto moneda corriente, sino aceptable. Las sociedades han evolucionado y juzgan más razonable las manifestaciones pacíficas que las luchas fratricidas en busca de cambios precipitados. Los políticos parecen más dispuestos a escuchar antes que sacar tanques y destripar a los ciudadanos, como medio de represión.
Esto que sucede, sin embargo, en naciones desarrolladas y discretamente sensatas, no ocurre en nuestro suelo patrio. Quienes ejercen el poder en Guatemala no soportan la resistencia del campesino que manifiesta, el obrero que toma la plaza pública o las minorías que reivindican. El razonamiento obtuso es que se trata de grupos de vándalos cuyo único objetivo es detener la producción de riqueza del país. Son gente ignorante y holgazana, aseguran, insolentes, basura, escoria, que hacen daño a la sociedad que tanto ha hecho por ellos.
Así, los dueños del discurso único, propalan no el “indignaos” de Stephane Hessel sino el “soportaos” de la religión judeo cristiana. Lo importante es ponerse a trabajar, dicen, “lo demás vendrá por añadidura”. Mientras ellos, claro está, usufructúan y atropellan con sus actos a la sociedad guatemalteca. Y no es que sean brutos y les falte luces para comprender el mundo, lo entienden bien, ellos se muestran cerrados porque no quieren renunciar a la riqueza que tanto aman. Así de simple.
No es que ignoren, por ejemplo, la maldad que hay tras el robo y asesinato en el tema de los celulares. Pero prefieren hacerse los locos porque el único propósito de sus vidas es lucrar sin medida, a mansalva, no importando los medios a su alcance. Los banqueros no desconocen tampoco el atraco contra los portadores de tarjetas de crédito, las altas tasas de crédito y un sinnúmero de negocios turbios (entre ellos el lavado de dinero), pero lo hacen porque no tienen otro código moral que la ganancia a toda costa.
Eso sí, tóquele los huevos al toro (como dice la jerga popular) y verá quién es el “indignado”. Ahora sí, los ricos detendrán las fábricas, obligarán a sus obreros a manifestar (recuerda los Camisa Blanca) y publicarán largas columnas reclamando el derecho a huelga, la razonabilidad de las protestas y el valor de la libertad. En esta ocasión “solo los cobardes se quedan en sus casas, no debemos soportar más la ignominia”.
Algo hacemos mal en el país que procedemos con una lógica retorcida y contraria a los valores positivos de otros pueblos. Creo que deberíamos meditarlo.