EL PATRIARCA DE LA CARIDAD


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El Hermano Pedro, es la figura emblemática de la caridad cristiana, que la muy noble y muy leal ciudad de Santiago de Guatemala, legó a la histórica, romántica y mística ciudad de Antigua Guatemala.

Mario Gilberto González R.

Para sus habitantes  -que desde siempre lo  consideraron Santo- es su más valioso tesoro espiritual. Las calles por donde desplazó su humilde figura,  quedaron bendecidas y sagradas son las piedras donde puso sus sandalias o su pie descalzo.

Don Miguel Limardo nos ilustra que “Cuando Dios va a hacer una obra grande siempre escoge a un hombre pequeño. No la pequeñez que indica la estatura física, sino lo que imprime la humildad.” Y justo, el Hermano Pedro fue humilde y no se vanaglorió de su persona y menos de su  obra portentosa de caridad cristiana.  Su humildad la vivió desde dentro y la prodigó al servicio del necesitado.  Desde que vistió el hábito descubierto de la Tercera Orden Franciscana, hasta que se apagó su ciclo vital,  asombra lo que, en tan poco tiempo y sin recursos económicos realizó.

   Hizo suyo y puso en práctica el mensaje de Pablo de que de nada sirve tener o hacer tantas cosas si no son con amor. Fue el amor al prójimo el que impulsó su vida y su obra. Y entre su vida y la del seráfico, hay muchos paralelismos que asombran.

  Por sí solas hablan la escuelita para niños, el cuidado y atención a los convalecientes, primero en su enfermería y luego en el Hospital de ambos sexos bajo la advocación de Belén. La fundación de la Orden religiosa Belemita de damas y varones que, como árbol frondoso sigue dando frutos deliciosos.   Se prodigó en amor a todos los necesitados y aun por las almas de quienes habían  partido hacia el más allá.

   A raíz de su Beatificación, mantuve con el investigador e historiador tinerfeño don Leopoldo de la Rosa Olivera, una copiosa y rica correspondencia. Los dos hicimos la misma observación. Si el Hermano Pedro vistió el hábito descubierto de la Tercera Orden Franciscana, ¿por qué los pintores y los escultores modernos lo presentan con  el traje talar del seráfico? Le envié copia de uno de los cuadros donde visite el traje de la Tercera Orden Franciscana y una descripción documental del mismo.

    Gracias a la deferencia del entonces Arzobispo de Guatemala, su Eminencia Mario Cardenal Casariego,  gocé de su autorización para tomar fotografías  a las pertenencias del Hermano Pedro. Tuve el privilegio de tener en mis manos todas y cada una de sus prendas personales –hoy transformadas en reliquias- que se describen en un inventario de un folio,  posterior a su partida terrenal. Mi amigo y coterráneo, profesor J. Guillermo Jiménez G., tomó las fotografías que ilustran este trabajo.

En la iglesia de San Francisco El Grande, en el silencio de la noche antigüeña, las mostré una por una con su respectivo respaldo documental y cerré la presentación, con tres toques a intervalos de su campanilla admonitoria.

Con base en el cuadro pintado en óleo, por uno de los pintores contemporáneos no confirmado aún,  de los documentos de  sus dos  biógrafos, uno inmediato como el padre Manuel Lobo y otro por referencia posterior,  Fray Francisco Vásquez y las prendas personales que muestra el museo en su honor, voy a tratar de aclarar a sus devotos y admiradores,  cómo era el Hermano Pedro.

“Tenía cara de hábil el mancebo –nos dice Fray Francisco Vásquez- el rostro aguileño, frente espaciosa, nariz afilada, barba aguda, ojos modestamente alegres, pelo castaño y rubio el de la barba, que entonces ya le honraba bien dispuesta. La edad no era muy crecida, antes disimulada en el semblante.”

En cuanto a su hábito de Tercero Franciscano,  el padre Manuel Lobo, por haber sido su  confesor y primer biógrafo, nos dice: “su vestido exterior era un saco tosco sayal, que bastaba para la decencia y le sobraba para el rigor.”

Un cuadro antiguo  pintado al óleo, representa al Hermano Pedro revestido con el hábito descubierto de la Tercera Orden Franciscana,  apoyado de su bastón y en la mano izquierda el plato para recibir la  limosna de ayuda a sus enfermos convalecientes.  Tiene en el fondo el volcán de Agua y la iglesia de El Calvario  que fue el recinto donde se empezó a formar el santo. Una réplica de este cuadro con algunas modificaciones, se encuentra en la iglesia de Nuestra Señora de los Remedios –hoy el Calvario-  en la ciudad de Guatemala.

Tanto la descripción que sus biógrafos, Lobo y Vásquez, hacen de su traje, con el cuadro pintado al óleo y las prendas que se exhiben en su museo, coinciden que el  hábito de Tercero, “era un saco de sayal tosco” que le llegaba a la rodilla; de esa misma tela eran las medias y los zapatos de madera rústica, aunque las más de las veces anduvo descalzo y sin cubrirse la cabeza aunque lloviera. Contra el frío, se ponía una capa del mismo material grueso y tosco. En sí, era un  traje pobre porque el “paño burdo con las circunstancias de viejo y muy raído lo -manifestaban- sus roturas, que suplía con remiendos el recurso, que pudiera tener otro menos maltratado o nuevo.”

Es el Padre Manuel Lobo quien nos describe con lujo de detalle cómo era su ropa interior.

 “El interior, una estera tejida de cordeles más ásperos que de cáñamo, que vulgarmente se llama sobrejalma (“albardilla). De este género de estera se ajustaba una inmediatamente sobre la carne y le cogía desde el cuello hasta debajo de la cintura. Otra bajaba en forma de calzones hasta las rodillas. Y por ser la materia tan gruesa y tiesa y abultar demasiado con peligro de que se notase exteriormente,  la unía a las carnes con otros cordeles más delgados. De forma que, sobre estar martirizado con este asperísimo cilicio, andaba como armado de una cota de mallas, que se deja entender de cuánto embarazo y fatiga le sería en los continuos y a veces violentos ministerios en que andaba ocupado.”

Al apreciar las dos fotografías, el lector puede fácilmente comprobar que las prendas coinciden con la descripción que de ellas hacen Lobo y   Vásquez: La ropa interior era “tela tosca de hilazos de cáñamo, que en Guatemala llaman “Guanoche” y es algo más vasto, que la que llaman en España “harpillera”. Cerca de la piel se ponía una red de  la que se hacen sacos los indígenas para portear mazorcas de maíz. “De este género de estera se ajustaba una inmediatamente sobre la carne que le servía para martirizar el cuerpo”.

Las medias eran gruesas porque eran de la misma tela que el hábito. Coinciden con  las que muestra el cuadro al óleo. El cordón franciscano que ceñía su cintura era tan grueso “que más pareciera servir para ajustar una carga”

Del cuello le pendía un cristo de bronce vaciado de once centímetros de la cabeza a los pies y de siete y medio centímetros de brazo a brazo. La efigie no era muy perfecta, es de media talla  o relieve y de la misma obra una imagen de Nuestra Señora. bajo de los pies del Santo Cristo y en la extrema parte, de pie, efigiada una calavera en que el relieve se ve más elevado”. Las cuatro extremidades de la cruz, rematan en perillas vaciadas. En la parte superior tiene la inscripción de I.N.R.I.,  y un anillo para colgarlo.

  Para sus oraciones nocturnas que la más de las veces lo sorprendió el alba, usaba un gran rosario.  Y por último, la campana que a intervalos y en el silencio de la noche, hacía sonar por tres veces, para advertir a los habitantes el riesgo eterno al no cuidar de sus almas. A voz en cuello, clamada al altísimo: ¡Santo Dios, Santo, Santo Fuerte, Santo Inmortal: tened piedad de nosotros!

 “Cuando Dios va a hacer una obra grande siempre escoge a un hombre pequeño. No la pequeñez que indica la estatura física, sino lo que imprime la humildad” –  Miguel Limardo.