– La leche Rodrigo que no son horas de joder a nadie, ya déjame dormir. – Para nada se trata de molestarlo mi señor, ni mucho menos tomarle el pelo, venga y no se haga de rogar que nos conviene que se levante antes que ninguno, suba conmigo y verá.
– Vuelve a tu puesto y ese dichoso milagro pídeselo a las cabras de los Pinzón que son las que atalayan desde bien temprano ¿vale? – Pronto que canta el gallo de las dos. – Ni con el de las cinco, ya vete al carajo. – Vamos de una buena vez… – Ah, ya vamos pues hombre… – A ver a ver, mire, respire y mire, mire nuevamente ¿lo ve? – Lo que advierto es esta cagada de pájaro en mi solapa. – Ya lo ve su merced, esa es la seña. – Ni el santo, ni la seña, ni que ocho reales. – Lo que ocurre es que usted ya no distingue ni un maravedí de los buenos, inténtelo una vez más, mire la sombra gigante a tres menos cuartillo más allá de aquel reflejo que usted mismo me describió hace cuatro leguas. – Dices bien cuando aseguras que ya no me queda vista, lo mismo que juicio, sigue vigiando atento quizás la Providencia quiera que no nos muramos en este lance. – Como le iba diciendo, ahora sí que estoy lejos de equivocarme, acérquese y verá ¿qué es lo que ve adentro de éste mi único ojo que se han de comer los gusanos? – Tierra, por supuesto.- Ya lo ve don Cristobal, es tierra del Señor, tierra a la vista mi malogrado almirante.
UN REMOLINO CUALQUIERA
Conforme las tarjetas navideñas que remitía con regularidad, veinte y tantos inviernos habían transcurrido desde que se marchó de ilegal a Massachusetts, cuando nuestro querido Chuzito Palma (hoy Cris Palmer) reapareció acompañado de dos de sus retoños mayores, Brian y Barbie, de dieciséis y trece años con casi seis pies de altura y pelambre cada uno. Nos reunimos cerca de su nueva casa en una colonia villanovana, bajo el bosque de pinos tristes en la esquina sur del viejo campo de fut que frecuentábamos de niños para dispararnos, según dijo, unas cuántas ráfagas de tacón alto con una Barbecue de costilla, guacamol y tortilla tiesa. Pero a sus hijos, algo sonámbulos entre el español, no les atrajo el festín sino la explanada terráquea más bien romboide de piedrecillas vidriadas, puesto que jamás habían visto un campo de soccer sin césped, ni mucho menos a tantos niños felices jugándose el pellejo a chuñazo limpio con aquel raro balón contra los inconvenientes de la polvazón y los declives del terreno. Terminábamos el almuerzo cuando Barbie gritó sorprendida: – Brian, it’s amazing, look at that, a little twister…- yes, it’s a tornado, aclaró su hermano. Quien tiró las sandalias de roquero, corrió, y con su excepcional teléfono alcanzó a tomar al menos treinta fotografías de aquel fabuloso fenómeno meteorológico que, luego de corretear algunos perros enflaquecidos y bañarnos de grava, se disolvía inofensivo en aquel mismo lugar donde se había formado apenas tres minutos atrás cerca de la portería norte. Chuzito nos explicó entonces: – mis pobres muchachos todavía ni se enteran que en éste nuestro dichoso país cualquier chorizo de papeles con caca es capaz de armar tremendo remolino.