En un barrio paupérrimo de Manila, en medio de la basura, la suciedad y las endebles casuchas, un puñado de niños semidesnudos juegan en medio de un sendero fangoso.
MANILA /Agencia AP
Pero de este humilde gueto llamado Aroma ha salido una impensada Cenicienta: la ballerina Jessa Balote, quien a los 10 años de edad fue rescatada de su triste vida para que estudie ballet.
En los cuatro años que han pasado desde que ella pasó el examen para la academia, Jessa ha actuado en varias presentaciones, como en el Lago de los Cisnes, Pinocho, Don Quijote y Cenicienta. En agosto pasado fue su primera vez en un avión, para ir a una competencia internacional en Hong Kong.
La iniciativa es posible gracias a la prima ballerina de las Filipinas, Lisa Macuja, para ayudar a niñas pobres a salir de sus desfavorables circunstancias mediante el ballet, con becas para que estudien la danza por seis o siete años.
Más de una cuarta parte de los 94 millones de habitantes de las Filipinas viven en pobreza extrema, muchos de ellos en barrios paupérrimos como Aroma, en la capital. A pesar de un reciente auge económico, no hay suficientes empleos a tiempo completo para una población con escasa educación y bajos ingresos. Por lo menos 3.000 filipinos abandonan sus familias diariamente para buscar empleo en el exterior.
Jessa, quien de lo contrario hubiera sido condenada a una vida de subsistencia entre la basura junto con su familia, no tenía esperanzas de un futuro mejor.
«Yo solía acompañar a mi papá y a mi mamá cuando iban a hurgar entre la basura en las tardes» comentó Jessa en su vivienda, que no era más amplia que un contenedor de carga. Su familia recogía basura de las casas en el distrito Quiapo, o hurgaba por trozos de metal en el basurero cerca de la casa.
Pero todo cambió cuando fue a la prueba para recibir una beca del Proyecto Futuro del Ballet, establecido por Macuja, fundadora y directora artística del Ballet Manila, quien está casada con el magnate Fred Elizalde.
El programa del Ballet Manila — que además tiene su propia compañía de danza y escuela — inicialmente aceptó 40 candidatos del distrito donde vive Jessa. Algunos renunciaron, pero otros vinieron en su lugar.
Hoy en día, el programa cuenta con 55 estudiantes de entre 9 y 18 años de edad, provenientes de cinco escuelas. Se entrenan todos los días después de las clases.
«Con lo que hago ahora puedo ayudar más a mis padres, ya que gano dinero del ballet», comentó Jessa, quien sentada en un banquillo, mantenía los pies apuntando hacia abajo, quizás por la costumbre de bailar así.
A sus espaldas, la pared estaba cubierta de fotografías de ella en su traje de ballerina, junto con los certificados y un artículo en el diario local sobre ella. Un par de zapatillas de ballet yacía sobre un bolso de gimnasio, a pocos metros de un montón de botellas vacías recolectadas del basurero.
Jessa y otros menores reciben clases intensas del ballet ruso estilo Vaganova y se les exige mantener las notas altas en la escuela. Reciben una beca de entre 1.200 y 3.000 pesos al mes (30 a 73 dólares) según su nivel de desempeño, además de las comidas, leche y trajes. Además se les paga entre 400 y 1.500 pesos (10 a 37 dólares) por presentación.
Sólo las zapatillas de ballet cuestan entre 50 y 80 dólares cada par, una fortuna para alguien que subsiste con sólo 2 dólares diarios, y se desgastan en cuestión de días.
Macuja, hija de un ex representante comercial, tenía 18 años cuando recibió una beca en el Instituto Coreográfico Vaganova (hoy la Academia de Ballet de Rusia) en San Petersburgo en 1982, de donde se graduó con honores.
Fue la primera extranjera en ser la principal ballerina del Ballet de Kirov en San Petersburgo antes de regresar a las Filipinas, donde trabajó en el Centro Cultural de las Filipinas y como ballerina principal en el Teatro de las Filipinas para el Ballet.
Macuja, de 48 años, fundó el Ballet de Manila en 1994 a fin de hacer más accesible el baile clásico para la gente común. La compañía de danza se ha presentado en centros comerciales, escuelas, concejos municipales y aldeas remotas del archipiélago. En el 2008 fundó el programa de becas.
Para Jessa y otros niños pobres, fue una oportunidad singular. Viajó a Hong Kong, donde fue a Disneylandia, y su expresión de éxtasis cuando estaba montada en la montaña rusa quedó captada en una foto que cuelga en una pared de su humilde vivienda.
Durante la competencia en Hong Kong, admite, se sentía nerviosa y tímida, pero conquistó su ansiedad al recordar el consejo de Macuja: «perseverar a pesar de los obstáculos y no dejar que la pobreza me derrote».
Como aprendiz, recibe unos 7.000 pesos (170 dólares) al mes, a veces más, para gastos de manutención o por comisión por presentaciones. No es suficiente como para que la familia salga de la pobreza, pero el ballet le ha dado nuevas oportunidades.
Su padre, Gorgonio, trabaja a medio tiempo como obrero de construcción, y aparte recolecta basura. Su escasa paga no alcanza para alimentar a su familia, con seis hijos y dos nietos. Un hijo trabaja en una fábrica, mientras otro recolecta basura.
El sueño de Jessa es ser maestra de escuela. Pero también quiere seguir haciendo ballet de manera profesional. Dice que le inspira el personaje del Cisne en el Lago de los Cisnes, y que quisiera desempeñar ese rol. Para Jamil Montebon, otro participante del programa, la beca fue como un salvavidas. Montebon, un joven de 18 años, abandonó su hogar en un barrio pobre cercano.
Estudió ballet a los 13 pero abandonó la escuela y sus estudios de ballet el año pasado tras pelearse con su madre. Luego de abandonar sus estudios de ballet, recolectó basura y trabajó en un negocio de repuestos. De noche se iba a beber junto con otros jóvenes que solían enfrentarse a pandillas rivales, y dormía en una iglesia donde le daban de comer una vez por semana.
Luego lo aceptaron de nuevo en la escuela de ballet, ya que el programa impone como condición que los alumnos mantengan buenas notas y conducta apropiada. Tras reformar su actitud, se mudó a los dormitorios del programa. «Creo que la clave realmente es que a estos niños les hemos dado esperanza para que puedan transformar sus vidas», expresó Macuja.