Podría decirse que los últimos sucesos ocurridos en Guatemala son, sin duda, para la historia. Son hechos históricos que tanto las presentes generaciones, pero especialmente las futuras tendrán que examinar para comprender los saltos y convulsiones de un país que evoluciona (y a veces involuciona) a golpes y jalones.
No es poca cosa haber sentado en el banquillo a un exjefe de Estado, con un poder semiabsoluto sobre sus ciudadanos y quien quizá en su fuero interno se consideraba intocable. Ríos Montt no sólo simboliza al autócrata malvado, revestido de fundamentalismo religioso, sino la posibilidad de que en Guatemala la justicia puede alcanzar a todos.
Las generaciones postreras tendrán que ver el caso Ríos como un antes y un después de la justicia. Podría juzgarse el presente como un salto hacia la madurez judicial y una evolución de la participación social en un caso que exigió valentía por parte de la mayoría. No es el único caso de gallardía social, pero quizá sea el que más haya provocado unanimidad e indignación.
Las próximas generaciones tendrán que estudiar, asimismo, el caso Alfonso Portillo. El pícaro que gobernó Guatemala con un discurso que embelesó y sigue seduciendo a algunos desde la misma bartolina. ¿Su éxito? Tomar ventaja de un discurso contra el gran capital, “contra la burguesía”, “los oligarcas” y “los dueños del país”, pero incapaz no sólo de acometer acciones concretas para transformar el sistema, sino de aprovecharse de él para su propio provecho.
Alfonso Portillo no es víctima del gran capital, es un ladronzuelo que hoy paga sus malas acciones. Los que lo defienden argumentando que otros exgobernantes hicieron lo mismo, no hacen sino reconocer la iniquidad del ahora prisionero. ¿Habría que hacer lo mismo con los otros? Concedido. Pero esto no excusa que ahora la justicia haga lo propio contra el expresidente.
Por supuesto que humanamente no hay nada de qué sentirse contentos. Guatemala está en boca de muchos ciudadanos del mundo no por sus bellezas naturales, sino por sus abusos y actos de corrupción. Da tristeza también ver a dos hombres sumidos en problemas en los que uno no quisiera estar. La piedad cristiana hace lo propio en los corazones de buena voluntad. Pero creo que poco o nada se puede hacer cuando se trata de pagar las consecuencias de los actos equivocados.
Así construimos Guatemala, la sociedad camina en medio de yerros y aciertos. Damos pasos y a veces retrocedemos a causa de las contradicciones propias que implica vivir juntos. El horizonte se ve mejor después de lo que vivimos hoy. Se despeja poco a poco la convicción de unos pocos de que las decisiones se pueden tomar arbitrariamente. Los poderosos gradualmente toman conciencia de que no pueden seguir con su misma actitud altanera de siempre. Lo sienten, lo sé, y les duele en lo más profundo de su ser.