Funicular de favelas, atracción turística de Río


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Tiana Martins pisa con cuidado al entrar en el vagón rojo, emitiendo una risita nerviosa al cerrarse las puertas del funicular, que seguidamente se alza sobre la telaraña de casuchas de ladrillos en la red de favelas Alemao.

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Por JULIANA BARBASSA RIO DE JANEIRO / Agencia AP

Hace tres años, la favela se hizo notoria cuando unidades policiales irrumpieron en las estrechas callejuelas del vecindario para expulsar a los narcotraficantes y pandilleros que gobernaban la zona con impunidad. La dramática cacería policial causó sensación pues fue transmitida en vivo por la televisión.

Hoy en día, «unidades de pacificación» de la policía patrullan las 13 favelas que comprenden Alemao como parte de un plan de seguridad nacional, y la barriada, antes impenetrable, es ahora un destino favorito no sólo para gente local sino también para extranjeros, gracias a un extraordinario sistema de funiculares que vincula a seis de las montañas.

De las casi 12 mil personas que en promedio usan ese medio de transporte, un 65% en los fines de semana y un 36% en días de semana no son de Alemao. La mayoría son visitantes como Martins, una residente de Río que estaba curiosa por ver a un lado de la ciudad que no conocía. Pero también hay extranjeros que se aventuran al paseo de media hora sobre un mundo que sólo conocían por lo que veían por televisión.

Rasmus Schack, un guía turística danés, visitaba Alemao por primera vez y decidió tomar el paseo para decidir si ese medio de transporte valía la pena para agregarlo a sus ofertas turísticas.

«Uno puede ver cómo los residentes locales aprecian que gente de otras partes venga aquí a visitar, y eso podría tener un efecto positivo en el futuro», expresó. «Quizás algún día tendrán sus propios guías, comercios orientados para los visitantes. Es muy interesante y es una oportunidad para ellos también».

Las conversaciones escuchadas en una de esas góndolas un sábado reciente revelaron que todos habían venido con la intención específica de montarse en este funicular de 10 asientos y conocer esta zona de Río de Janeiro.

Poco después de despegar, a Martins se le fue el temor y empezó a disfrutar de la maravillosa vista, señalando a su esposo e hijos los edificios y monumentos importantes de Río de Janeiro.

«¡Qué hermoso!» exclamó al momento en que la iglesia Penha se asomaba en el horizonte. Su esposo, Tiago de Melo, y otra pareja comenzaron a notar los distintos monumentos: a la izquierda está el aeropuerto, más lejos la Bahía Guanabara, con un enorme sol y un mar que servía de espejo para el cielo despejado.

A la distancia, los montes Orgaos bordaban el cielo azul. A la derecha se veía la enorme estatua de Cristo Redentor, y más allá se veían los colosales arcos del «Engenhao», como se le dice al Estadio de Río, que puede acomodar 46.000 personas.

Igual de interesante estaba el panorama inmediatamente abajo. Antes de la creación del funicular, Alemao era terreno prohibido no sólo por los pandilleros de droga conocidos como Comando Vermelho, sino porque casi nadie podía orientarse entre el laberinto de casuchas y callejuelas apoltronadas sobre la Sierra da Misericordia.

Hoy en día, la vida en Alemao está expuesta para todos los que se monten en este funicular. Ahí se pueden ver a las mujeres colgando su ropa para secar o platicando en una esquina, o niños jugando en los techos, correteando por las callejuelas o volando papagayos.

En uno de los pocos espacios abiertos, un grupo de chicos jugaba al fútbol, atrayendo gritos y aplausos de los espectadores. De algún lado emanaba el olor de una parrillada y se escuchaba el alboroto de los equipos de sonido a todo volumen ofreciendo los latidos de samba, forro, funk o todos a la vez.

En la última estación, denominada Palmeiras, los visitantes pueden bajarse, comprar obsequios u obras de artesanía locales, así como algún bocadillo y cerveza.

El pasaje, que inicialmente era el equivalente de 50 centavos, es ahora de 2,50 dólares para visitantes, pero para los residentes locales sigue siendo 50 centavos, a quienes además se les confiere dos viajes gratis por día.

Y mientras el transporte público en el resto de Río de Janeiro es poco confiable o predecible, este funicular es limpio y puntual, donde las colas se forman civilizadamente y hay asistentes uniformados responsables de asegurarse de que los pasajeros partan y regresen sin contratiempos.

Pero lo mejor del funicular es el sentimiento de orientación que ofrece, a la vez íntimo y distante, opinó uno de los pasajeros William Andreas Wivel, proveniente de Dinamarca y quien se encuentra en Río haciendo una pasantía.

«Es visualmente fantástico y estéticamente muy hermoso», expresó. «Es como estar en un autobús o en un tren, muy seguro, pero uno puede ver de cerca a la gente y cómo vive».