Para finalizar este sábado nuestra apreciación sobre la música de Robert Schumann, vamos a comentar una de las obras más importantes de este gran compositor, pero de suyo poco conocidas como es el Fausto y dentro de este contexto, está el sonido maravilloso de Casiopea dorada, esposa amorosa, multiforme hoguera multiplicada en el sonido más auténtico de mis pupilas, infinita rosa perfumando mis párpados apenas, patria de azúcar y mar ancestral.
Del Collegium Musicum de Caracas, Venezuela
En primer lugar, debemos decir que por su mérito excepcional, por la universalidad del asunto, atrevido y elevado, y por el encanto de la sublime poesía que encuadra el poema, el Fausto del famoso y grandioso Göethe, considerado como uno de los más sublimes y bellos escritos en el mundo, estaba llamado a interesar vivamente al mundo de pensadores, de poetas y de artistas.
Así se explica que sea tan numerosa en la historia de la producción musical moderna la lista de las adaptaciones de las dos partes del poema. No la hemos de repetir por centésima vez, ceñido hoy, tan sólo, a lamentar, que de todas esas adaptaciones quedase en intento la que más podría interesarnos, la de Beethoven, sugerida por el poeta Grillparzer, que apuntó bien, eligiendo al músico digno de tal poema. De lamentar es, también, que Schubert dejara en proyecto una composición más vasta sobre el mismo tema, reducido hoy a los dos fragmentos que aparecen en su producción general, la Escena de la iglesia, y la de Margarita ante la Mater dolorosa. Poseemos una sola nota de ese Fausto, que le seducía sobremanera.
De Schubert poseemos los dos fragmentos señalados. Bueno es consignar que uno y otro sólo conocieron la primera parte del poema, llamado literariamente “el primer Fausto”. La segunda parte apareció diez años después de la muerte de Beethoven (1827), nueve años después que se extinguiese, prematuramente, el autor de El rey de los alisos, el malogrado Schubert (1828).
Forman legión, casi incontable, los músicos que bebieron en la corriente suave y generosa del lirismo goethiano, en Alemania, sobre todo, produciendo Lieder y más Lieder, ouvertures, escenas sueltas, etc. Digamos de paso que de toda esa literatura musical creada por el poema de Goethe, figuran en primera línea el poema sinfónico, esencialmente descriptivo, y un tanto alejado, fantásticamente, del asunto, la Condenación de Fausto, de Berlioz; la ópera de Gounod, justamente llamada por los alemanes Margarita: el bello poema en tres cuadros psicológicos de Franz Liszt, y la prestigiosa ouverture de Ricardo Wagner.
Por la intensidad de su poesía, por la profunda inteligencia de la idea goethiana, y por su fusión con esta idea, sobre todas las obras señaladas han de colocarse las admirables Escenas de Fausto, que así las tituló, de Robert Schumann. Todos los comentadores musicales del poema se ciñeron a glosar el primer Fausto: sólo Schumann, excepción hecha del compositor inglés Hugo Pierson, se atrevió a habérselas con “el segundo Fausto”.
Toda la tercera parte de la partitura de Schumann, la más elevada, la más prestigiosa de la obra, apunta a ese “segundo Fausto”, la creación más abstracta y la más profunda de la literatura germánica. Ciertamente, muerto Beethoven, muerto Schubert, el único capaz de asimilarse, y de traducir en toda su serena belleza la profunda y poética esencia del poema de Goethe, era Schumann.
Y con estas apreciaciones finales inspiradas en Felipe Pedrell, C. Howeler, Jean Galois, Victor Osch y Gerard Beghage, además de las opiniones propias al escuchar y analizar las partituras del autor, concluimos nuestra aproximación al más creativo compositor romántico del siglo XIX, quien con Franz Shubert alimentan el pentagrama con su prodigiosa imaginación.