Mis primeros pinitos periodísticos los hice hace más de sesenta años, en el No Nos Tientes, el escatológico e irreverente anuario de los huelgueros de Dolores. Años después con Werner Ovalle y Julio Molina sacamos para el día de San Rafael: El Mártir, órgano de los enfermos del Hospital San Juan de Dios, en el que medio en serio y medio en broma publicábamos críticas los médicos y cirujanos; así como quejas y agradecimientos de los asilados en ese nosocomio. Ese periodiquito que levantó ronchas entre los médicos del hospital y dio esperanzas a los enfermos que creían que El Mártir los protegería de malas prácticas y latrogenias.
Años después ya en Nueva York, recalé en un hospital judío: el Monte Sinaí, en donde paradójicamente entre nombres de residentes como Shapira y Weber, se escuchaban los nombres de Jesús Camara (filipino) y José Barnoya (guatemalteco). Fue en ese hospital de Manhattan donde se me ocurrió enviar a La Hora varios artículos que Clemente Marroquín publicó por espacio de tres años, bajo el título de Postales de Nueva York.
Ya en esta tierra gobernada en ese entonces por los militares de siempre, pedí de nuevo posada en La Hora, en donde por varios meses publiqué una columnita burlona con el nombre de Politiqueando. Fue entonces cuando el benevolente César Brañas me cobijó en El Imparcial entre los articulistas de su variada página editorial, con una columna que bajo el nombre de Fin de Semana publiqué por espacio de diez años. Con la inexplicable muerte del diario de David y César, brinqué por un tiempo a El Gráfico, luego a Crónica con una columna que salía los viernes y que titulé Sábado Chiquito.
Voluntariamente dejé Crónica y me refugié en Siglo .21 en donde escribí por varios años, textos con el nombre de Las Calles y los Días; hasta que en el 2010 me asenté por tres años en elPeriódico del que me ausenté sigilosamente.
Fue así como un día de abril, recibí la llamada amable de Oscar Clemente Marroquín Godoy, ofreciéndome las páginas de la ya casi centenaria Hora en donde inicié precisamente mi labor de escribiente, para que ahí publicara semana a semana mis textos. Infortunadamente, como mi octogenario caletre no da para mucho, escribiré cada cierto tiempo. En buena hora pues, recalo de nuevo, gustosa y alegremente en el vespertino de Clemente, de Oscar y Oscar Clemente, en donde espero garrapatear sobre la corrupción imperante, la represión indiscriminada, la explotación inicua, a las que está sometido desde siglos este pueblo que ya no soporta tanta injusticia, y que sigue esperando inútilmente la educación, la tierra y la salud que le han negado.