La rendición nazi, efectos de la racionalidad instrumental


cul4_1

A varios metros de profundidad, dentro de un búnker fortificado con hormigón un hombre nacido en Austria, de carisma inimaginable que persuadió con su histriónico accionar a millones de alemanes y los llevó a una deshonrosa guerra, yace con un disparo en la sien derecha junto a su pareja sentimental y recién esposa Eva Braun. El 30 de abril a las 3:30 se suicida Adolfo Hitler en su búnker de Berlín.

Autor: Jairo Alarcón Rodas

Un día después, el 1 de mayo se conmemora la rendición del ejército nazi, la caída del Nacional Socialismo. Por la radio alemana un locutor anunciaba la muerte de Adolfo Hitler, tras el asedio del ejército soviético y el virtual triunfo de los aliados. El mundo unió fuerzas para derrocar al fascismo alemán que tenía en jaque a toda Europa y desde luego, ponía en peligro la paz en el mundo. Detrás quedaron millones de muertos, ciudades destruidas, campos de concentración y toda una secuela de terror. Se estima que la aventura nazi, eliminó a aproximadamente 6 millones de judíos,  muchos torturados y cremados en campos de exterminio. Pero no sólo eso, más de 20 millones de soldados soviéticos murieron, millones de gitanos, polacos y comunistas. Aproximadamente 70 millones de personas perdieron la vida en la Segunda Guerra Mundial.
La Segunda Guerra Mundial evidenció, el tenue límite que separa la racionalidad de la irracionalidad, la brutalidad de lo humano, la indignidad del honor y el escarnio del elogio. Más aún, a través del ejército nazi, se demostró lo que son capaces de hacer  hombres y mujeres cegados por el odio y un sentimiento de superioridad, que Freud diría de inferioridad. Atizados por la propaganda nazi, alejados de la razón, soldados del Tercer Reich, dispusieron avanzar por el planeta para imponer no sólo su ideología, sino poner en práctica su forma retorcida de entender el mundo.
¿Cómo fue posible que, la cultura que en siglos pasados se constituyó en modelo del racionalismo, actuara tan irracionalmente? La inteligencia y la racionalidad, no tiene nacionalidad. No es que un país tenga personas más inteligentes y humanas que otras por su origen biológico, por su estatura, color de piel; todo depende de las oportunidades y de la circunstancia para que eso suceda. A lo largo de la historia esas circunstancias se dieron en su momento en Egipto, Grecia y Roma, al igual que en Alemania con el racionalismo del siglo XVIII. Quizás los años de crisis, el triunfo del Nacional Socialismo, partido de extrema derecha den la respuesta de lo ocurrido.

La situación económica de Alemania estaba en franco deterioro tras las derrotas infligidas en la Primera Guerra Mundial y la recesión de 1929. Según el Tratado de Versalles, en el que al ser derrotada Alemania y sus aliados, aceptaban la responsabilidad de haber causado la guerra y en consecuencia,  obligados a pagar a las naciones victoriosas, cuantiosas cantidades de dinero por los daños infligidos. La deuda agudizó más la crisis en el pueblo alemán, muchos se endeudaron aún más a través de préstamos recibidos, curiosamente de manos de acreedores judíos. Ya en Sevilla, años atrás, en 1391, el pueblo de esa localidad se ensañó en contra de los judíos, en lo que la historia registra como la Judería Sevillana. En ese hecho histórico, los cristianos de esa localidad salieron a asesinar a todos los judíos en su barrio. Un total de 4 mil entre hombres, mujeres y niños  murieron degollados por causa de odios étnicos y diferencias religiosas. Sin embargo se dice que la causa real de tal acción era liberarse de las deudas contraídas.

La racionalidad al servicio de la tortura
Todo ese racionalismo que otrora distinguía a Alemania se pervirtió en lo que se ha dado en llamar la racionalidad instrumental. Al instrumentalizar a la razón se pretende construir una determinada visión sobre la realidad en aras de intereses particulares. Así, cualquier intento de que surja el pensamiento crítico se ve imposibilitado y en su lugar lo ocupa una ideología. Con ella la alienación se instala en el común de las personas. Pero, para que eso suceda tienen que existir ciertas condiciones.
El odio exacerbado, el sentimiento de superioridad que Nietzche expuso en su libro, Así habló Zaratustra,  sobre su teoría del superhombre, en el que éste se yergue con una nueva moral, que no es la cristiana, la cual la consideraba de rebaño, puede interpretar lo sucedido. La dirigencia nazi capitalizó la baja estima del pueblo alemán y con un sentido eminentemente racista, consideró a los arios como “la raza superior” y desde luego, los guías del mundo. Tal interpretación de lo humano y la división de la especie en razas, traducida a lo biológico y ejercida en lo político en el lenguaje de los nazis, significó la división de razas superiores e inferiores.
Las prácticas nazis en los campos de exterminio generadas por esa interpretación determinaron que la UNESCO reuniera a la comunidad de científicos y desde 1950 acordaron excluir el término raza para designar la variedad de grupos étnicos que habita en la tierra. Sólo existe una especie y la división de la especie humana en razas obedece a un sentido convencional y arbitrario que no implica una jerarquización de un grupo sobre otro. Los humanos y la variedad de tonos de piel, de ojos, tamaños, rasgos morfológicos entre sus miembros no son más que manifestaciones accidentales, envolturas de una misma especie.
Instrumentalizando a la razón, los nazis planificaron, organizaron, embaucaron a toda una nación para dominar al mundo con tácticas y estrategias oprobiosas. Los efectos de la propaganda, la exaltación de valores íntimos y deseos reprimidos del pueblo alemán los convencieron que constituían la “raza” ungida y, como lo describe Oswald Spengler en su libro la decadencia de occidente, el estar obligados a dirigir los destinos del resto de culturas existentes en el planeta, imponiendo con ello sus designios. A la masa se le persuade identificando sus debilidades no con razones, sino con emociones y eso hizo Adolfo Hitler y su aparato ideológico y de propaganda dirigido por Joseph Goebbels, el evangelista del nazismo.
La construcción de los campos de exterminio en el que Theodor Eike fuera su máximo responsable y Heinrich Himmler, jefe de la SS, policía Secreta alemana, gestor de las matanzas de millones de personas, fueron realizados con sorprendente cálculo. De igual forma los siniestros experimentos del doctor Josef Mengele, la organización del Tercer Reich, las tácticas de guerra que ensombrecieron y conmovieron al mundo, se realizaron con asombrosa audacia y astucia. Todos esos hechos fueron planificados y dirigidos por la élite del Nacional Socialismo, como muestra de la instrumentalización de la razón para fines perversos. El holocausto nazi más que una infamia del pueblo alemán constituye una vergüenza históricamente acreditada a la humanidad. En el controversial libro los verdugos voluntarios de Hitler, el escritor estadounidense Daniel Goldhagen, sostiene que las matanzas de judíos por el ejército alemán, lo hicieron con el consentimiento y beneplácito de la población germana. Se aprende de los errores y es imprescindible  para aquellos que se llamen humanos, no volver a cometerlos.
Con relación a eso, Max Horkheimer dice, aunque los grupos dominantes no eran los únicos responsables de los acontecimientos, dado que una gran parte de la población los aprobaba, aunque no tomara parte activa en ellos, estas crueldades eran desencadenadas y dirigidas, por naturales que fueran, de acuerdo con un plan máximamente racional. De ahí que la racionalidad instrumental al tener un carácter egoísta, aleja a las personas del espíritu humano de convivencia. Para esta, no existen normas y como Nietzsche diría, el humano se levanta con una nueva moral donde la compasión no tiene cabida.

Los  efectos alienantes de la propaganda nazi
Toda una campaña de propaganda que exaltó el nacionalismo y que instaló en la mente del pueblo alemán el sentimiento de superioridad de una raza, fue lo que condujo a tan perversos actos. Con relación a eso, Georg Lukács dijo, La Teoría de la misión de Alemania, llamada a señalar a la humanidad la ruta hacia el futuro, se hizo sobre la base de mantener en pie todas las instituciones retrógradas nacidas de la “miseria alemana.” Instituciones que como brazo ideológico de todo un proyecto político, pretendía la instalación de una falsa conciencia. Lo cual no es algo nuevo, ha sido el método empleado por una serie de gobiernos que han pretendido hacer suyas las palabras de Maquiavelo quien dijo, miente, miente hasta que la mentira parezca verdad.
Propagar ideas falsas, engañar a una población sólo es posible cuando se descubren las debilidades de las masas y se llega a tocar las fibras íntimas de sus emociones y deseos. El que persuade ofrece lo que las personas quieren o pueden querer y con un lenguaje que apela a lo psicológico más que a lo lógico, convierten los argumentos más débiles en los más poderosos para lograr sus aviesos intereses. En estos el ofrecimiento está muy lejos del cumplimiento y al apropiarse de la voluntad de las mayorías, provocan en éstas acciones insospechadas. Persuadir, inducir a una ideología bajo los designios de una doctrina es parte de la alienación de los pueblos.
 Al parecer los tiempos no han cambiado y se sigue empleando las mismas tácticas de desinformación por los medios de comunicación, para hacer creer una realidad a todas luces falsa y tendenciosa. Nuevamente se cree que el poder lo hace la fuerza y en consecuencia la voluntad de los pueblos se quebranta a través de la violencia. Así, la guerra contra Vietnam por los Estados Unidos, los Jemeres Rojos en Camboya, los conflictos étnicos en Ruanda, las masacres en Guatemala, el Apartheid en Sudáfrica son algunos de los más recientes ejemplos de que lo humano permanece ajeno en muchas personas en el mundo.
Los horrores de la Segunda Guerra Mundial, el holocausto, el fascismo nazi son prueba de lo que se pueden convertir aquellos que, creyéndose más que humanos, simplemente se constituyeron en vergüenza y burla de la historia. Los hechos se repiten y al hacerlo se denota que no se ha aprendido de los errores del pasado. Muchos de los crímenes han quedado impunes, en unos casos por negligencia e indiferencia, en otros porque la justicia es, en palabras de Trasímaco, el derecho del más fuerte sobre el más débil.
Continuar aceptando ese criterio, no tomar en cuenta el pasado es socavar lo humano que aún persiste. No se puede permitir que impávidos se acepte la máxima jurídica que dice, la justicia tardía es justicia denegada, los crímenes en contra de la humanidad no pueden quedar en el olvido y ser indiferente a tales hechos es ser cómplices de tales atrocidades.