Mario Vargas Llosa: La civilización del espectáculo


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Mario Vargas Llosa es un escritor imprescindible en nuestros días. Sus artículos semanales, su presencia como novelista y sus constantes apariciones en la vida pública, hacen del también Premio Nobel de Literatura un referente obligado para los lectores y académicos siempre preocupados por estar actualizados en los ámbitos del pensamiento.

POR EDUARDO BLANDÓN

La civilización del espectáculo es su último ensayo de largo aliento en el que el autor elabora una propuesta intelectual al servicio de la comunidad científica.  Una obra cuyo contenido central consiste en la crítica al paladar estético de la contemporaneidad. Un texto, escrito según la forma con que ya nos tiene acostumbrado el escritor, absolutamente avezado en el manejo de la pluma.
            El lector puede encontrar en el trabajo ensayístico algunas características.  En primer lugar, la virtud de una obra que atrapa de manera inminente.  Se puede estar en desacuerdo con el peruano en algunas o muchas de sus propuestas intelectuales, pero es virtualmente imposible regatearle el encanto con que traza sus paisajes textuales.  Ya esto podría dispensar casi cualquier contrariedad: los tonos de su voz endulzan casi cualquier oído.
En segundo lugar, el tema propuesto es de interés y permite un espacio para la apertura al debate.  La crítica a la estética contemporánea es oportuna y se refleja en la cantidad de textos que intentan comprender las propuestas artísticas. Sin embargo, no siempre las aproximaciones son atinadas, en el mundo actual son muchos los que elaboran ensayos carentes no solo de capacidad crítica, sino de una elemental formación filosófica.  De aquí que las ofrecimientos sean flojos, descerebrados, superficiales y llenos de lugares comunes.
El escritor laureado hace un esfuerzo por sumergirse en la crítica filosófica y desde su experiencia de creador de ficciones, construye un texto que intenta el rescate de lo bello.  Esta parece ser, efectivamente, la apuesta intelectual del libro, advertir que si no se salva lo bello, todo es virtualmente posible.  Una especie de recuerdo de la célebre expresión de Dostoyevsky: si Dios no existe, todo está permitido.
Es esa conciencia la que lo lleva a examinar algunas experiencias artísticas que considera totalmente carentes de gusto, impresentables y de poco ingenio.  Advierte que el arte de hoy encuentra su explicación en el comercio y que una estética fundada en esos móviles está condenada al fracaso y nos condena también a nosotros mismos.  Por eso su obra parece ser un anhelo por algún pasado de mayor gloria.
Aquí puede apuntalarse alguna de las críticas a su pensamiento.  En primer lugar, su extraña, pero no original idea, de que las masas son incapaces de todo sentido estético.  Imposible no evocar al filósofo español José Ortega y Gasset para quien las masas eran (son) un lastre para cualquier auténtico progreso.  Vargas Llosa coincide con el español al afirmar que la élite intelectual tiene un papel fundamental que consiste en guiar a los perplejos, confundidos y de pocas luces que se encuentra entre la masa borrega.
En segundo lugar, la obra no deja de ser lacrimógena.  Lamenta el apocalipsis en el que se encuentran las artes: museos con obras de poco valor artístico, exposiciones que no valen la pena, venta y subasta de obras ideadas por comerciantes inescrupulosos e ignorantes, publicación excesiva de textos sin ninguna valía.  Queda claro que hoy el mundo vive en las postrimerías del buen gusto.  Por eso Vargas Llosa anhela el pasado y augura un mundo distinto.
Por último, algunos critican la poca originalidad del novelista en la lucha que emprende.  De hecho, ciertos intelectuales consideran que la Escuela crítica de Frankfurt hizo un trabajo insuperable.  Las obras de un Horkheimer, Adorno, Marcuse o Walter Benjamin, serían los textos que Vargas Llosa debió haber estudiado con más detenimiento al servicio de sus elucubraciones.
Pero el texto, como he dicho, vale la pena.  Es un libro con 226 páginas, publicado por Editorial Alfaguara y aparecido en el año 2012.  En sus páginas se intercalan su ensayo junto a artículos aparecidos en el diario El País que presuntamente (y es así) complementan su pensamiento.  Son de mucho valor sus experiencias narradas y conversaciones en torno a visitas de museos porque expresan su sentimiento y evoca su perplejidad frente a las obras contemporáneas.
Recomiendo la obra por su actualidad y posibilidad de iniciación a la crítica estética.  Tanto si usted es un filósofo, escritor o artista plástico, o quizá un devorador de libros y/o entusiasta por las ideas,  el libro debe ser comprado y leído.  No pasará demasiado si no lo hace, pero se perderá como mínimo de una lectura estimulante.  Y esto no me parece poco.