Hoy publicamos un par de fotografías que circulan profusamente por Internet en las que se pide al internauta que reconozca las siete diferencias entre una y otra gráfica. En la primera se ve al Papa Emérito, Benedicto XVI, sentado en el trono de San Pedro y ataviado con todas las prendas tradicionales que han utilizado los Pontífices y que son el signo del poder religioso del que están investidos. En la otra fotografía está el Papa Francisco ocupando el mismo lugar, pero se observa una notable diferencia entre tan similares escenas, porque mientras en la primera llama la atención la riqueza del trono y de la vestimenta, cargada de rojos vivos que se muestran en la estola, la muceta y los zapatos, en la segunda aparece sentado en un sencillo trono el nuevo Pontífice sin que esos signos externos de su autoridad parezcan hacer falta.
No es crítica a Benedicto ni a sus antecesores porque uno entiende que la religión tiene por fuerza mucho de simbolismo y en ese sentido hay explicaciones profundas del significado de cada una de las prendas que utiliza el Papa. Se dice, por ejemplo, que los zapatos rojos son para recordar la sangre de Cristo y de todos los mártires de la Iglesia Católica. Se comentó mucho, sin embargo, de un par que le regalaron a Benedicto de la prestigiosa, elegante y muy cara marca Prada. En el fondo se trata de una larga tradición observada por siglos enteros y que siempre fueron distintivo de la máxima autoridad del catolicismo.
Pero la sencillez de Francisco, suprimiendo no sólo los ornamentos litúrgicos bordados en oro, sino que el mismo trono ricamente enjoyado y los zapatos, sino hasta la plataforma para dar más altura al trono y colocar al Papa arriba de los otros religiosos y de los fieles, es un gesto ejemplar que recuerda el antecedente efímero de Juan Pablo I quien no quiso usar la silla gestatoria y tampoco quiso someterse a la vida en el apartamento papal del Vaticano hasta que la presión de su Secretario de Estado lo forzó a moverse a ese sitio. Francisco ha logrado librarse y resistir a las presiones de la curia y lo demuestra con estos gestos que lo definen como un Papa diferente.
Su rostro risueño es interpretado por algunos como la manifestación de que está gozando de su poder y del momento, lo que implicaría que no se entiende el peso de la responsabilidad. Difícil pensar que un jesuita que llegó a las posiciones ocupadas por él está en las nubes. Su sonrisa es reflejo de la bondad y de su decisión de transformar a la Iglesia para acercarla a los fieles y, sobre todo, a los más pobres y necesitados.
Minutero:
Aquí con el poder se presume
porque no hay trabajo que les abrume;
véase que el poder con sencillez
es una total brillantez