DE LA TIERRA DE TZULTAK’A, SEÑOR DE VALLES Y CERROS


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CULTURA TRADICIONAL ESPIRITUAL
La región norte de Guatemala es una de las zonas más ricas, misteriosas, mágicas y únicas en la historia y la antropología del país, lo que la hace diferente y única en el contexto de la cultura guatemalteca.

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Celso Lara Figueroa

La presencia de rasgos prehispánicos mayenses en la cultura de las verapaces es significativo, ya que guardan una constante desde los tiempos más remotos hasta nuestros días, aunque resemantizados, hibridizados y mistificados, conservan con todo el vigor, la concepción del mundo y de la vida de las etnias poqomchi’, q’eqchi’ y de la k’iche’ en parte de algunos municipios de esta inmensa zona.

La población prehispánica estaba asentada en valles y montañas, con señoríos bien establecidos. Durante la conquista y colonización española, en el siglo XVI, la región de la Verapaz juega un papel preponderante, ya que sus habitantes presentaron tenaz y eficaz resistencia a la conquista, razón por la cual los españoles denominaron a este vasto territorio con el nombre de Tezulutlán, que significa «Tierra de Guerra» en idioma q’eqchi’.

Por otra parte, la región de la Verapaz en estos tiempos de conquista y colonización española, fue escenario de cada uno de los experimentos más excepcionales de la evangelización cristiana en el siglo  XVl en el nuevo mundo: La Conquista Pacífica a través de la evangelización cristiana propugnada y llevada a cabo por el fraile dominico Fray Bartolomé de las Casas.

Por otro lado, al territorio llamado Tezulutlán por los conquistadores, el Emperador Carlos V decidió cambiarle el nombre por el de la Verapaz, según Real Cédula del 30 de octubre de 1547.

En la memoria histórica q’eqchi’ contemporánea, se tiene aún muy presente la resistencia y final conversión al cristianismo del último Señor q’eqchi’, Juan Matalbatz, Cacique de San Juan Chamelco. Con ello los indígenas dieron por concluida su total resistencia. Sin embargo, actualmente se dice en la tradición oral que Juan Matalbatz aún vive, por lo que se ha convertido en la figura mítica que algún día liberará a sus súbditos del yugo mestizo. Juan Matatbatz se constituye así, en uno de los personajes más importantes de leyendas míticas de las verapaces.

Por lo tanto, las tradiciones orales del departamento de Alta Verapaz mantienen una elevada presencia de elementos tradicionales q’eqchi’es y poqomchi’és, aunque también existen rasgos y formas literarias  occidentales muy resemantizadas y casi absorbidos por la cultura q’eqchi’.

Las especies literarias orales que más privan en la región son las leyendas míticas, históricas y animísticas de espantos, aparecidos y ánimas en pena, así como antiguos tipos de cuentos  populares maravillosos, de bandidos mágicos, de bobos e ingenuos, así como de animales y de fórmula.

CONTADORES DE HISTORIAS
En Alta Verapaz existen varios tipos de narradores tradicionales. Entre los q’eqchi’es, los contadores de historias se denominan  Aj seereq’ najteril na’leb’; en el área poqomchi’ se les conoce como Aj q’orol re’ najtiir laj b’anooj y en Cobán, en los barrios mestizos se les llama «Iengüeteros» o “cuenteros».

Estos contadores de historias son ancianos muy respetados en sus comunidades, por la versatilidad de su narración y la vastedad de sus conocimientos. Como en toda Guatemala, la acción de narrar se desarrolla en situaciones sociales tales como velorios, cabos de novena; atrios de las iglesias y en los parques de los poblados.

Asimismo, se desarrolla en forma íntima en el hogar, alrededor de la casa paternal, en Ios patios y corredores de las viviendas. En Alta Verapaz destacan los contadores de historia que sólo narran los mitos en ceremonias sagradas, en ocasiones rituales, y que reúnen todas las características del sacerdote maya.

Así en la región q’eqchi’ se les denomina, con inmenso respeto, Aj k’atol utu’uj y entre los poqomchi’es Aj k’atool. Estos dignatarios resumen en sí mismos toda la sabiduría e historia de su pueblo y su etnia.

EL SINCRETISMO RELIGIOSO
La figura mítica literaria de Alta Verapaz es la de Tzultuká, Señor de los Cerros y Valles de la región.

El término Tzultak’a expresa el carácter bisexual de la divinidad, lo cual para el q’eqchi’ es manifestación de la perfección y de la plenitud: cerro igual Tzul, es el hombre; y, valle igual Tak’a, que es la mujer.

Una característica de la persona o de la comunidad es su relación con Tzultak’a, cuando se le ofrecen candelas o copal pom, y se le hacen las oraciones correspondientes, se espera recibir lo que se le ha pedido casi inmediatamente.

Si no llegara a ocurrir así, la persona cargará la culpa sobre sí misma, asumiendo que no realizó bien las oraciones y los ritos. Generalmente el q’eqchi’ busca las causas de los acontecimientos negativos en las oraciones y ritos no realizados adecuadamente.

Tzultak’a tiene un contenido muy profundo para el q’eqchí’; es como el rostro, la cara de Dios, es el cerro, el valle y la tierra, el lugar donde siente y experimenta más frecuentemente la presencia del Dios Mundo.

Los q’eqchie’s hacen mención de que existen trece grandes cerros o grandes Tzultakaes que son: Raxón Tzunum,  Shubyuc, Cha, Chajcoj, Tzunkin, Tac’caj, Chisguajagua, Cubilgüitz, Chajmaic, Chijaal, Siab, Belebjú y Cojaj; éstos son de carácter masculino, a excepción de Caná Itzám que es la única mujer entre ellos.

El sincretismo religioso ha provocado que se identifique la deidad del cerro con la deidad cristiana; es por ello que para reverenciarlo colocan cruces en todos los puntos estratégicos de la naturaleza.

El etnólogo David Saper, afirma que «resulta curiosa la confusión indígena venerando simultáneamente al dios Tzultak’a y el dios Cruz», y choca extrañamente ver cómo coloca en sus altares, lo mismo en las iglesias que en sus casas, imágenes de santos y cruces de madera, junto a antiguos ídolos de barro o piedra.

Cuando el indígena permanece en poblado, suele dirigirse solamente al dios cristiano Cruz; pero al salir al campo, cruzar montañas y valles, atravesar bosques y llegar a tierras vírgenes que pretende colonizar, entonces se acuerda exclusivamente del dios “de cerros y valles» (Tzultak’a).

TZULTAK’A
De esta manera, se cree en Chahal y en Chisec, área q’eqchi’, que Tzultak’a se enamoró de una mujer, llamada Dominga, a quien regaló una flor en señal de compromiso, para que le fuera entregada al padre de la muchacha.  Cuando “la niña dio al padre la flor del Tzultak’a, se convirtió en monja blanca de plata”. 

De este modo, el padre de la Dominga se convenció que Tzultak’a era quien deseaba casarse con su hija.  La muchacha se fue a vivir con el Tzultak’a al interior del cerro, después de realizar las ceremonias rituales correspondientes.

Cuando no se llevaban a cabo «las antiguas costumbres», para pedir permiso a Tzultak’a, para cazar animales, cortar árboles o utilizar las fuentes de agua, el señor del Cerro castigaba al transgresor.

Tzultak’a, señor dueño de la cosmovisión en la literatura oral q’eqchi’, tiene como su alter ego (su  otro yo) la leyenda del Negro Aj K’ek. Cuentan en Senahú, que los peones q’eqchi’es, que trabajan, en la hacienda de café temen acercarse a Ios patios del beneficio,  pues puede salirles el Aj K’ek, un hombre de tez negra, muy grande, de aspecto feroz, que según los q’eqchi’es es hijo de las vacas con el sisimite, y que por las noches cuida, danzando y tocando tambores, que los indios no se roben los granos y los sacos de café.

Existen también leyendas históricas que se refieren a la fundación de los pueblos y de los santos patronos. De las más famosas por su belleza está Ia de San Cristóbal Verapaz, donde se cuenta que San Cristóbal, en los primeros tiempos; pidió permiso al Dios Mundo (Tz’aqol BitoI), para atravesar el río Cahabón y dejar al Niño Dios y su palmera al paraje Coyolares, pues estaba muy cansado y le solicitó también al Dios Mundo “que le diera permiso”  para fundar un pueblo y convertirse en el Santo Patrón. El Tz’aqol Bito dijo a San Cristóbal que «con mucho gusto”, pero que juntos deberían pasar al Niño Jesús por el río Cahabón y ambos serían los patrones del pueblo. San Cristóbal aceptó por eso es que en la región poqomchi’ las deidades ancestrales comparten con la misma jerarquía, el mismo nivel sacro de los santos patronos cristianos.

 En la región de las verapaces existen otras leyendas ancestrales de origen mayense como “La Boda del Sol y la Luna” en Santa Cruz Verapaz, de ascendencia poqomchi’, que toma el nombre de “El Señor Sol, la Señora Luna, el Señor Nube y C’agua’ Tsa», en Chisec. 

En Lanquín se le denomina «Amores del Sol y la Luna”; en Tucurú, “Amores de C’agua’choc y C’ana’po» y en San Juan Chamelco «C’agua’sa’que’ busca a C’ana’po». Esta es una de las más extraordinarias leyendas de la literatura oral guatemalteca,  uno de los personajes más importantes de las leyendas de Alta Verapaz es el de Juan Noj, quien es una figura que  aparece ligada a los ríos y a las faldas de los cerros; en las tardes de niebla o cuando cae “chipi-chipi”.

 Sobresalen las que narran en la región q’eqchi’ de San Pedro Carchá: En Fray Bartolomé de las Casas toma el nombre de Juan el Gordo y en el Chahal se le asocia a la leyenda del negro Aj K’ek. También perviven innumerables leyendas de aparecidos y ánimas en pena en todo el departamento, una de las más famosas es la del «Duende en Lanquín», que conserva todas las características de un espíritu que vive entre cuevas y que molesta a las mujeres.

También en Tamahú se habla que el espíritu del río o «animal del agua” asusta a hombres borrachos y enamorados.  Las leyendas de la Siguanaba, la Llorona y el Cadejo, viven con gran vigencia en toda el área de Alta Verapaz, tanto en pueblos como en caseríos y aldeas.
Leyenda muy característica de Alta Verapaz, es la del Pozo Vivo en Tactic. 

Cuentan los ancianos poqomchi’es, que en tiempos idos una mujer muy bella cayó en ese pozo y ya no pudo salir porque “El espíritu del Agua” se enamoró de ella y no la dejó ir. Desde entonces este pozo, parece estar en ebullición y tira pañuelos de seda, fichas doradas y plateadas, y perrajes, que son parte del tesoro del Señor del Agua. Quien intenta recogerlas, cae dentro del pozo y ya no vuelve a salir, pues se convierte en sirviente de la mujer del Señor de Agua.

Otro tipo de literatura oral, diferente a la anterior, se desarrolla en la ciudad imperial de Cobán. Aunque muy mayanizados, sobreviven hermosas formas literarias occidentales, como cuentos maravillosos. En esta ciudad; en el barrio de Santo Domingo, don Mario Sierra “lengüetero” del barrio de Santo Domingo, narra el cuento de “EI Niño Encantado”, que trata de un joven de apellido Tujab, que se escapó de su casa y se fue con un hombre extraño, el que comía ceniza, quien le dio donde dormir y un manojo de llaves. Después de muchas aventuras maravillosas, el joven Tujab se va a vivir a la casa de unos tíos, en Tactic. Allí encuentra una muchacha, se casa y vive muy feliz.

En la ciudad de Cobán se han podido detectar otros tipos de cuentos maravillosos, así también cuentos de animales como Tío Conejo y Tío Coyote, cuentos de Pedro Urdemales, de bandidos mágicos y míticos como Juan Matalbatz.

Tzultak’a tiene un contenido muy profundo para el q’eqchí’; es como el rostro, la cara de Dios, es el cerro, el valle y la tierra, el lugar donde siente y experimenta más frecuentemente la presencia del Dios Mundo.

Cuando el indígena permanece en poblado, suele dirigirse solamente al dios cristiano Cruz; pero al salir al campo, cruzar montañas y valles, atravesar bosques y llegar a tierras vírgenes que pretende colonizar, entonces se acuerda exclusivamente del dios “de cerros y valles» (Tzultak’a).