Las actuales generaciones de guatemaltecos no tuvieron la vivencia de aquellas épocas en las que se elaboraban y publicaban listas de los “conocidos comunistas”, casi todos los cuales luego fueron acribillados a tiros o desaparecidos en la vorágine de sangre que caracterizó el conflicto armado interno de Guatemala. En algunos medios de comunicación, en volantes anónimos pegados con engrudo en los postes o hechos volar con bombas panfleteras, se hacía el detallado y rebuscado recuento de los que eran considerados marxistas y, por lo tanto, merecedores de una pena capital que no era decidida por ningún tribunal ordinario, sino por los que conformaban grupos como la Mano Blanca y otras entidades que se definían como antiterroristas.
Desafortunadamente estamos de vuelta en esos tiempos cuando etiquetar a alguien como comunista era parte del ejercicio político en un país con extremas polarizaciones. Poco importa que las realidades mundiales hayan cambiado tanto y que el comunismo haya dejado de ser lo que fue en el siglo pasado. Aquí seguimos aferrados a calentar la Guerra Fría que ya no existe en ningún lugar del mundo pero que en nuestra adolorida Guatemala se resiste a desaparecer y se ve alentada por la existencia de radicalismos de derecha y de izquierda que, aun constituyendo un gravísimo anacronismo histórico, vuelve a sembrar la semilla de la violencia.
Una de las primeras listas que circuló en Guatemala fue, precisamente, la que el gobierno del general Ydígoras Fuentes elaboró con los nombres y las fotografías de los oficiales del Ejército que participaron en el levantamiento del 13 de noviembre de 1960. Un papelón de pliego completo a tamaño ocho cartas, presentaba a los “traidores” que eran buscados por haber intentado un golpe de Estado contra un gobierno que en aquellos años había causado un escándalo de corrupción pero que, en honor a la verdad, era de niños vestidos de primera comunión si lo comparamos con los ladrones que han gobernado al país.
Muchos de esos oficiales murieron y los otros terminaron viviendo como parias. Pero tras esa lista, hubo épocas en las que no había mes en que no se publicara una nueva, con viejos y nuevos nombres de los que tenían que morir.
La Firma de la Paz suponía erradicar métodos antiguos de revolución y de represión. Hoy, por obra y gracia de un proceso judicial, vemos que no se erradicó nada, que los que llaman a “no traicionar la paz” que firmaron no saben ni qué jocotes firmaron y menos lo que lograron.
Vamos de vuelta al pasado, con lo que eso entraña en términos de violencia e intransigencia. Sobre eso nada dicen los que hablan de la traición a la paz.
Minutero:
Se elaboran los listados
de los que ya están condenados;
eso es un golpe tan duro
que hay que decir adiós al futuro