Durante el otoño pasado estuve en el sur de España. El motivo del viaje: seguirle las huellas al Surrealismo. El pueblo de Cadaqués fue la primera etapa de mi peregrinaje cultural.
Cadaqués, un minúsculo pueblo de pescadores y casas blancas, está situado en una bahía paradisiaca con aguas azules y cristalinas. A causa de su belleza natural y simplicidad, Cadaqués ha sido -a menudo- el refugio de artistas, escritores, cineastas e intelectuales españoles y franceses. Cadaqués fue, por ejemplo, el pueblo preferido de Salvador Dalí. Pero aquí también vivió Picasso y Marcel Duchamp.
Ciertamente, esa gracias a las loables luchas de Salvador Dalí que Cadaqués se salvó de las garras devastadoras de las empresas inmobiliarias que querían transformar este pintoresco pueblito en algo más moderno y económicamente productivo. Afortunadamente el buen sentido de los artistas y hombres de razón predominó y el pueblo no cambió y guarda su fisonomía de tarjeta postal.
En Cadaqués, lector amigo, no hay ruido. No hay ni tiendas ni restaurantes con música estridente. Tampoco hay perros sueltos por las calles ni fanáticos religiosos gritando en las plazas públicas. Uno puede, por ejemplo, sentarse en cualquier lugar público y leer su periódico o libro o -si lo prefiere- escuchar el mar o a las aves en completa tranquilidad. O sea, lo que uno encuentra por todos los rincones del pueblo es, no obstante los turistas, tranquilidad total. Eso sí, hay niños felices que juegan, corren y buscan -en la playa- viejos tesoros de piratas.
Otra característica de Cadaqués – que produce un medio ambiente sano y agradable- es que el visitante está obligado a estacionar su automóvil en la entrada del pueblo. El pueblo está libre de tráfico. Aquí para ver hay que caminar. Así se explica, pues, la razón por la cual muchos grandes de la pintura y de las letras han visitado o vivido en este pueblito del Mediterráneo español. Es un lugar idóneo -a causa del paisaje, clima y arte culinario- para la producción literaria, la reflexión filosófica o la creación estética. Aquí se come y se bebe bien. El pescado, los vinos de mesa y el aceite de oliva son elementos importantes de la cocina y dieta local.
Al atardecer, el cielo de Cadaqués se pone rojizo y el mar expulsa sirenas encantadas. Es la hora del aperitivo, los bares están llenos y los fantasmas de Dalí, Picasso, Buñuel y tantos otros grandes de la cultura universal, que por aquí han pasado, aparecen e inspiran a los nuevos artistas y bohemios que por callejuelas y playas pintan, escriben, toman fotos o, simplemente, meditan la realidad del existir. En Cadaqués la realidad y la fantasía configuran una unidad indisoluble, tal cual en las obras surrealistas.
Siempre he pensado que el grado de nobleza y civilización de un pueblo se transluce, entre otros, a través de sus museos. Por eso, luego de Cadaqués, he descendido a Figueres en busca del famoso -entre artistas e intelectuales- Museo Dalí.
Salvador Dalí es, sin lugar a dudas, uno de los más ilustres representantes del arte del siglo XX. Pero Salvador Dalí es, sobre todo, la figura más emblemática de ese movimiento artístico conocido como el Surrealismo. Hablar de Surrealismo, en arte y pintura, es hablar de Salvador Dalí. Como hablar de Surrealismo, en poesía y letras, es hablar de André Breton. El Surrealismo fue -recordemos- tanto un movimiento literario como artístico que exalta, matiza y representa el lado onírico, irreal, psicológico y, en cierta forma, absurdo del espíritu humano.
Y el Museo de Dalí, en la ciudad de Figueres, bien podría ser considerado el Templo del Surrealismo. Este museo, estimado lector, es único en el mundo, tanto por su diseño arquitectónico como por su patrimonio artístico. Es un verdadero Templo del Arte Surrealista en el que la ilusión, la fantasía y el exceso de la forma, el color y la imagen tienen su morada.
El museo, un antiguo teatro del siglo XIX, elegido por el propio Dalí, está situado al borde de un barrio de callejuelas angostas, entre bares de tapas, cafetines y galerías de arte. Frente al museo hay una plaza, la Plaza Gala-Dalí, con estatuas en honor tanto a la razón como al ingenio y fantasía del ser humano. La plaza en sí y la vista del museo, su decoración, su estetismo, producen en el visitante una sensación de placer que, en mi caso, pensé: ¨Solo ésta plaza y la fachada del museo valen el viaje a Figueres¨.
El museo abre sus puertas puntual, ni un minuto antes ni un minuto después. Los precios están bien indicados, todos -nacionales o extranjeros, blancos o negros…- pagan lo mismo. Aquí no se da esa discriminación absurda que se practica en nuestras sociedades americanas y que hace que los extranjeros paguen más que los nacionales. Abro un paréntesis, respetable lector, y le pregunto lo siguiente: Cómo se sentiría usted si en la entrada de algún museo o lugar turístico europeo le dijeran esto: ¨Señor, usted por ser chapín, mestizo o maya -léase extranjero- tiene que pagar más¨. ¿Se sentiría usted discriminado?
Entonces, el primer salón del museo que se abre al visitante y que es el mayor de todo el museo, es algo impresionante. El espíritu y arte de Dalí y del Surrealismo están ahí, de manera superlativa, representados a través de la arquitectura y diseño del museo. Pero, también, a causa de las obras pictóricas y escultóricas con dimensiones extremadamente grandes e imponentes. La obra, el genio y la extravagancia de Dalí y del Surrealismo entran por la retina del visitante de manera abrupta; como un chorro de colores, formas y fantasmas. El observador se siente pequeño ante tantas formas artísticas, muchas irreales y otras de dimensiones casi gigantes.
Quisiera contarle -querido lector- que he estado en muchos museos en Europa, -como el Prado, en Madrid, el Louvre en París, y en otros en Ámsterdam y Praga- pero, de verdad, el museo de Dalí no tiene igual. Este museo es único en su género. Visitar este museo es como un viaje estético en el mundo de la fantasía, el sueño y la libido. El patrimonio artístico del museo es vasto y consiste en obras originales donadas por el propio Dalí. Pero hay también infinidad de obras de arte de otros artistas famosos como Marcel Duchamp.
Luego de ver y apreciar el gran salón, el visitante camina por un laberinto de pequeñas salas y corredores. Cada sala, en sí, es una obra de arte. En el recorrido el visitante observa el desarrollo de la obra artística de Dalí. Todo está ahí: Desde los esbozos de juventud hasta obras de madurez artística, pasando por la experimentación plástica del genio en el mundo de la creación puramente espiritual. Los retratos de Gala, su compañera y musa, están presentes. Debido a que Gala ocupó un lugar importante en la vida, obra y personalidad de Dalí y hoy sus retratos, su silueta y su espíritu hacen parte integral del museo.
Poco a poco, y a medida que el visitante avanza en los corredores del museo, la personalidad extravagante y pomposa del pintor se desvela en toda su magnitud. Recordemos que Dalí no fue únicamente pintor, sino también escultor, grabador, guionista y escritor. O sea, un ser con muchos talentos. Así se explica que los temas artísticos sean tan variados, algunas veces grotescos y otras puramente irracionales. La libido, la locura y el lado oscuro de la conciencia humana predominan en el conjunto de obras artísticas.
Una situación interesante es la siguiente. El museo, aparte de cuadros, lienzos y objetos de arte, ofrece también representaciones de algunas escenas pictóricas de Dalí. Esto es algo único. Son instalaciones -o proyecciones materiales- que representan un cuadro del artista. Y el visitante puede entrar, caminar y ver -desde adentro- el universo lúdico, fantasioso, de algunas obras de ese genio extravagante llamado Salvador Dalí. Hay también, aparte de obras pictóricas, infinidad de muebles, afiches, composiciones, esculturas, joyería, revistas, diarios personales del pintor y todo tipo de arte Surrealista. Una de las características que comparte el Surrealismo con el Existencialismo es que, de alguna manera, ambos movimientos tuvieron cierta influencia en algunos círculos sociales europeos. El primero con su extravagancia de estilo de vida y vestuario y el segundo con sus valores éticos y políticos. Al final del peregrinaje cultural, en el último salón, el visitante será premiado con la presencia del genio: Ahí se encuentra la tumba de Salvador Dalí.
De tal manera, culto lector, si un día usted va a España y anda por los alrededores de Barcelona, personalmente le aconsejaría viajar hacia el norte, en dirección a la frontera con Francia y visitar, en Figueres, el Museo Dalí. El viaje, desde Barcelona, es muy placentero; debido a que, aparte de tener el mar Mediterráneo como compañero de ruta, poco a poco el viajero descubre -en el horizonte- la imponente silueta de las montañas de los Pirineos. Ciertamente, pareciera que a medida que el viajero se acerca a su destino, los Pirineos surgen como los fieles guardianes de ese Templo del Surrealismo que representa el Museo Dalí en Figueres. Pero de los Pirineos y su magia ancestral hablaremos en otra futura ocasión.