Horhan Pamuk: El Libro Negro (VIII)


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“En cierta ocasión pasaron por mis manos los manuscritos de las novelas policíacas que traducía del francés el príncipe Osman Celalettin Efendi, que era hurufí. ¿Sabe cómo lo mataron?”

¿Quién escribe, a la postre -y en los aperitivos-, esta historia escrita para “intelectuales” o para lectores de otros tesoros enterrados: Celal, Galip, el propio Pamuk, o yo mismo en un sueño premonitorio?

René Leiva


¿Va Galip en busca del tiempo perdido en el ahora, el único tiempo posible?

La erudición de Pamuk aclara el estanque de peces sonámbulos donde es fácil pescarlos con las manos luego de una persecución circular, para soltarlos luego.

Dostoievski, Proust, Lewis Carrol, Coleridge, Mevlana, Flaubert, De Quincey… si no los has leído, a ellos, te remonta a la Luna, el paraíso del futuro en el ahora, el seno de la gran ramera, Internet. La palabra como madre del mundo.

¿Pero en qué estábamos? La carta de 19 palabras en que Rüya se despide de Galip es el final de la historia que ha de seguir hasta desenmarañar el enredo de las letras. ¿No podemos ser más claros. ¿Para quién?

Bueno, “cuando Celal explicaba las cosas, el mundo entero cobraba sentido, las verdades ‘ocultas’ que teníamos delante de las narices se convertían en partes sorprendentes de una historia rica en detalles que sabíamos de antes pero que no sabíamos que lo supiéramos, y así la vida se hacía más soportable.”

Para llegar al final, cercano o no, a cualquier final posible, se da un periplo por la historia, leyendas, memorias familiares… El final no es un resumen de nada. El que persigue pistas, señales, indicios… siente que, a su vez, es perseguido. ¿Por…? Obviamente, sin el abandono de Rüya no habría novela. ¿Se ausenta Rüya para que se escriba una novela, con todos sus “añadidos”?

Por qué para todo ¿todo? ha de haber un final. ¿Por el sentido de medida? ¿Acaso en una vida cualquiera y en la propia historia hay una unidad que pueda tomarse como referencia y servir de comparación? El tiempo, su paso, sus huellas más o menos visibles. La edad. El libro negro “dura” una semana en la que está contenida “la historia de la eternidad” borgiana o no borgiana. (Este libro le habría encantado a Borges, pero en declaraciones públicas lo hubiera calificado de “pastiche a la turca”. Ah, qué don Jorge Luis.) Pero el verdadero ¿verdadero? Final está lejos, inalcanzable con la sombra, a pesar de una fecha ¿o flecha? y un palmo de papel en blanco.