Ante la reciente elección de Nicolás Maduro como nuevo Presidente de Venezuela, los retos del país latinoamericano se convierten cada vez más importantes, no sólo como un socio comercial y geopolítico del mundo (gracias a su petróleo), sino al interno, al tener un país ampliamente dividido, entre un mito y un sueño, no de los políticos, sino del pueblo venezolano que aspira, al igual que muchos otros Estados al desarrollo económico y social.
Menos de trescientos mil votos distanciaron la elección, lo que desde ya presenta dos escenarios o retos para Venezuela; el primero, determinar si existieron circunstancias que pudieran motivar dudas sobre la legalidad de la elección, ya sea por razones de fraude, o bien por razones de errores en el cálculo de los votos, luego de que el margen de diferencia fuera tan pequeño. No es de olvidar, que durante la sumarísima campaña, el candidato Capriles acusó fuertemente a Maduro de utilizar toda la infraestructura del Estado para beneficiarse en su campaña, lo que desde ya pone cierto ingrediente para una ya caldeada batalla político-electoral.
El segundo escenario y quizá el más importante para ese país, es alcanzar durante el siguiente período de ejercicio del poder del Estado, un equilibrio que evite la polarización de la sociedad (que ya estaba desde la época de Chávez), y que con ello se alcancen niveles de insostenibilidad política o social, algo que haría al ya convulsionado Estado venezolano a dirimir sus conflictos en la calle, en la prensa, en los foros internacionales, pero no en los ámbitos de discusión política interna, donde efectivamente con un gobierno transparente a todas sus acciones y gestiones, puede alcanzar entendimiento, razonamiento u oposición de sus contrapartes electorales, y tener a una ciudadanía de testigo, ya sea para obtener una auditoría social o bien para consolidar una decisión electoral o revocarla. En cualquiera de los casos, el ahora presidente Maduro tiene por delante una tarea en la cual su antecesor no fue tan exitoso, el de unir a su país bajo un mismo ideal y que las diferencias políticas, sean susceptibles de discusión.
Sin embargo, la agenda política de gobierno de Maduro está establecida, luego de conocer la posición que tomó en su discurso inmediatamente después de conocer su victoria; sus incontables ejemplos sobre la distancia tan corta en la elección lo hicieron ver temeroso de la reacción de su opositor y sus seguidores; permitieron al país, ver que la consolidación del chavismo estaba lejos y que a pesar de toda la gestión mediática y liderazgo del fallecido expresidente, Maduro no consolida aún su continuidad.
Las elecciones en Venezuela son escuela para países latinoamericanos, desde varios puntos de vista, pero especialmente cuando se reconocen posiciones políticas encontradas que favorecen las condiciones de su país, algo similar a lo que está sucediendo en Guatemala, en donde la oposición política ha hecho un esfuerzo conjunto con el partido gobernante para no discutir razonablemente sus posiciones, sino enfrentarse en serias acusaciones y técnicas parlamentarias, sin olvidar los juicios políticos y legales. Si Maduro logra consolidar esa unión en su país, quizá se pueda en Guatemala tomar alguna similitud, y lograr discutir bajo los rangos propios de la democracia, todos los escenarios políticos que se necesitan, a favor de la población.