El recientemente consagrado papa Jorge Mario Bergoglio es, entre los 265 papas que le han precedido, el primero que adopta el nombre de Francisco. Es impropio llamarlo Francisco I, porque no tiene un sucesor que se llame Francisco, de quien habría que distinguirlo. También sería impropio llamarle Pedro I a Pedro, el primer papa; pues no tiene un sucesor que tenga ese mismo nombre, de quien habría que distinguirlo.
Claudio Rendina, en su obra “Los papas. Historias y secretos”, afirma que los sucesores de Pedro conservaron su nombre original (o su nombre bautismal) hasta que el sacerdote Mercurius, electo papa en el año 532, adoptó un nuevo nombre: Juan II. Su antecesor, el papa Juan, que había ejercido el papado desde el año 523 hasta el año 526, fue llamado Juan I, para distinguirlo de su sucesor. Es incierto que el nombre original de Juan III, electo papa en el año 561, fuera Catelinus; y que el nombre original de su sucesor, Benedicto I, electo en el año 575, fuera Bonosius.
En el año 955, el diácono o quizá sacerdote Octaviano fue electo papa; y se llamó Juan XII. Es el segundo papa de quien se tiene certeza de que adoptó un nuevo nombre. En el año 983, Pedro Canepanova, obispo de Pavia, fue electo papa; y se llamó Juan XIV. Es el tercer papa de quien se tiene certeza de que también adoptó un nuevo nombre. Quizá este papa eludió llamarse Pedro II, para evitar una arrogante comparación con aquel que tenía la extraordinaria calidad de ser el primer papa y el único electo por Jesús mismo. Quizá por esa misma razón Pedro Boccadiporco, obispo de Albano, electo papa en el año 1009, también adoptó un nuevo nombre, que fue Sergio IV. Los papas posteriores han eludido llamarse Pedro.
Richard P. McBrien, en su obra “Vida de los papas”, afirma que el último papa que conservó su nombre original fue Marcellus II, electo en el año 1555. El penúltimo fue Adriano VI, electo en el año 1522. Hay diversos motivos por los cuales el papa que renuncia a su nombre original, elige el nuevo nombre que adopta. El motivo más conocido es el del apóstol Simón, a quien Jesús le llamó Pedro, es decir, Piedra, por haber afirmado que él, Jesús, era “el Cristo, el Hijo del Dios viviente”. Por supuesto, ningún sucesor de Simón podría haber tenido el mismo motivo para que el nuevo nombre adoptado fuera Pedro, aunque tal hubiera sido su nombre original.
He aquí tres ejemplos del motivo por el cual los sucesores de Pedro que han renunciado a su nombre original, han elegido el nuevo nombre que han adoptado. Primer ejemplo: Aeneas Silvius Piccolomini, electo en el año 1458, adoptó el nombre de Pius II, inspirado en las palabras “Sum pius Aeneas”, es decir, “Soy el piadoso Eneas”, que en la “Eneida”, de Virgilio, pronuncia Eneas cuando se presenta ante la reina de Cartago. Segundo ejemplo: Giuliano della Rovere, electo en el año 1503, adoptó el nombre de Julio II porque quería emular al dictador romano Julio César; y parece haber tenido éxito porque, como afirma Paul Johnson en su obra “El papado”, fue “el más grande y el más imperial de los papas del renacimiento.” Tercer ejemplo: Jorge Mario Bergoglio adoptó el nombre de Francisco, inspirado en Francisco de Asís (cuyo nombre bautismal fue Juan), diácono italiano a quien el papa Gregorio IX canonizó en el año 1228.
Post scriptum. El primer papa que adoptó dos nombres fue Albino Luciani, electo en agosto del año 1978. Su nombre fue Juan Pablo, cuyo papado duró 33 días. Su sucesor, Karol Wojtyla, electo en octubre del mismo año, adoptó los mismos nombres; y se llamó, entonces, Juan Pablo II.