Soñaba con salir de la pobreza, expandir sus horizontes más allá de las cuatro paredes del cuarto en el que vivía junto a su madre, sus hermanos, su abuelita, su prima y a veces el perro que cansado de tantas aporreadas corría a refugiarse a ese pequeño espacio oloroso a ratos de leña, a ratos a caldos de frijoles y a ratos también a pedos, así lo recordaba ella.
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Quería alejarse de ese barrio sucio, lleno de charcos en invierno y de hoyos a la vista cuando el sol calentaba y dejaba las calles, las casi calles, polvorientas y tristes.
Deseaba dejar atrás los cortejos de los borrachos el fin de semana y a veces también cuando no lo era, olvidar todas esa palabrejas baratas con que la asediaban y borrar también de su memoria esas manos sucias a veces atrevidas que perseguían su cuerpo como las moscas en la bolsa de agua que colgaba del techo cerca de la ventana.
Por eso no lo pensó dos veces cuando escuchó que un amigo de un amigo de un amigo podría ayudarla para llegar al Norte, no es que creyera que ahí estaba el paraíso, sus visiones de otros lados llegaban nada más a las casas y restaurantes en los que las protagonistas de las telenovelas mexicanas lucían sus esbeltas figuras y sus vestidos bonitos, no obstante, pensaba que allá, lejos de toda esa miseria la vida empezaría a sonreírle, a quererla.
Metió en una bolsa los tres trapos que componían su equipaje, y dijo adiós pensando, ojalá no vuelva a mirar tanta tristeza y caminó a la parada del bus, lista para comenzar una nueva vida.
No tardó mucho en conocer al amigo, del amigo de su amigo y sospechar algo extraño en esa mirada escurridiza y esa rascadera de nariz mientras hablaba. Junto con otras muchachas como ella y más jóvenes aun tomaron un bus con destino a la frontera, sabiendo de antemano que no tenían papeles, que no tenían dinero y que por lo tanto las instrucciones dadas momentos atrás eran como “Palabra de Dios”.
Ya en la frontera el amigo del amigo de su amigo la llamó aparte, le quitó el pelo del rostro y le sonrió, no se rascó la nariz, no le escondió la mirada, la tomó fuertemente de los brazos y le dijo que debía pagar el boleto.
Ya imaginan cual fue el costo de ese viaje tan corto y cuales las condiciones impuestas para continuar el viaje. Ella soportó lo que pudo o mejor dicho lo que la fuerza de un macho alcoholizado le permitió. Sus compañeras nunca supieron bien qué fue lo que pasó, que si un ataque al corazón dijo el amigo del amigo de su amigo.
Su cuerpo se perdió quién sabe dónde y si fue encontrado junto a otros más adelante seguramente evidenciaría la violencia con la que fue tratada. Somatada se fue dijo otra de las muchachas que como ella vivió en ese infierno hasta que por suerte logró escapar, buscar ayuda y regresar a la pobreza que también la acompañaba.