Agradable plática con Jorge de León Duque


Oscar-Clemente-Marroquin

Durante muchos años fui un cercano y querido amigo de Ramiro de León Carpio con quien compartimos muchos momentos soñando con una Guatemala totalmente distinta a la que teníamos y, por supuesto, a la que ahora tenemos. La política nos distanció a pesar de que en mi caso nunca he tomado como personales las diferencias que puedan surgir por cuestiones profesionales o políticas, pero siempre he dicho que este mi oficio es en alguna medida ingrato porque en la medida en que uno actúa apegado a su conciencia, tiene que formular algunas críticas que lastiman a personas de nuestro afecto.

Oscar Clemente Marroquín
ocmarroq@lahora.com.gt


Cuando se planteó la candidatura del abogado Jorge de León Duque para Procurador de los Derechos Humanos tuve la suspicacia de suponer que la estrecha relación que se formó durante dos años y medio con Otto Pérez Molina, jefe del Estado Mayor Presidencial de Ramiro, podría significar una limitación a la independencia que tiene que tener el PDH en el ejercicio de sus funciones. Afortunadamente para la institución, mis dudas eran infundadas porque el Procurador ha demostrado tener criterio e independencia en muchas de sus resoluciones, pero especialmente en casos como el conflicto en Totonicapán, la reserva que el gobierno había aprobado para los casos que conoce la Corte Interamericana de Derechos Humanos y, ayer mismo, la decisión sobre el conflicto del magisterio.
 
 Posiblemente la última vez que vi a los hijos de Ramiro fue en los días en que su papá fue electo Presidente de la República por el Congreso tras la vacante que produjo Jorge Serrano Elías. Ese día acompañé a Ramiro de su casa al Palacio Legislativo y volvimos juntos nuevamente a su casa donde decenas de amigos le esperaban para celebrar la decisión del pleno de los diputados.
 
 Y fue hasta ayer que volví a ver a Jorge cuya actitud y carácter me hizo recordar mucho a su padre, recordado por todos como un auténtico caballero de muy agradable trato. Pero al margen de recuerdos personales de tiempos idos, platicamos bastante del reto y la responsabilidad que tiene y que están marcados, sin duda alguna, por las experiencias vividas en su adolescencia y temprana juventud cuando su padre fue Procurador de los Derechos Humanos en forma tal que fue la primera y mejor opción que se le presentó al país cuando hubo de elegir quien ocupara la Presidencia tras los días tremendos del serranazo.
 
 En aquellos días, como hoy, el tema de los derechos humanos ha sido fundamental para mí y para La Hora, porque hay evidencias abundantes de cuánta falta hace en Guatemala avanzar en esa materia. No fue sólo por tanto abuso cometido por las partes durante el conflicto armado interno, sino porque tenemos una especie de cultura de menosprecio al otro, al semejante, que se magnifica cuando hay de por medio ejercicio del poder y por lo tanto es indispensable la tutoría de los derechos fundamentales y no sólo su promoción, sino la prédica del concepto mismo que ha sido tan manoseado aquí.
 
 Porque las malas interpretaciones que hay sobre los derechos humanos en Guatemala no son producto de ignorancia o de casualidad. Son resultado de una deliberada y bien planificada estrategia para desprestigiar el concepto haciéndolo ver como si se trata únicamente de la protección de maleantes y delincuentes. Cuando el gobierno de Carter implementó una política exterior de Estados Unidos basada en el respeto a los derechos humanos, aquí hicieron burla diciendo que en el fondo era para proteger a los “izquierdos humanos”. El gobierno, agredido por la postura de Washington, propuso y vendió la idea de que eran los izquierdistas quienes querían proteger a los delincuentes de todo tipo, tesis que la opinión pública paró comprando y consintiendo hasta el día de hoy.
 Del reto que esa realidad plantea a un Procurador de los Derechos Humanos hablamos ayer bastante y ojalá que Jorge de León Duque haga serios esfuerzos por educar para que cambie tan retrógrada concepción.