La crisis institucional del Estado de Guatemala no es ninguna ficción ni una afirmación aventurada. Las pruebas son abundantes, pero si alguna falta hacía para demostrarlo, basta ver cómo funciona el sistema carcelario del país para entender hasta qué punto se destruyó la capacidad del Estado para cumplir con sus fines esenciales. En teoría, en cualquier sociedad del mundo existe un sistema de castigo para quienes violan las leyes y para eso están las prisiones, a donde se envía a los delincuentes no sólo como un castigo y tampoco únicamente para evitar que cometa más daño social, sino también para rehabilitar a los que tienen problemas para vivir socialmente y comportarse conforme a la ley.
Posiblemente en ningún lugar como en las prisiones se manifieste de manera tan concreta el poder del Estado porque en ellas los reclusos tienen que estar sujetos a estrictas normas de comportamiento que son implementadas por las autoridades en legítimo cumplimiento de su mandato esencial. Eso, tristemente, vale para el resto del mundo pero no para Guatemala, país en donde las cárceles son el recinto desde donde se maneja una de las vertientes más importantes del crimen organizado. Desde allí se ordenan secuestros, extorsiones, asesinatos, robos de carros, de celulares y cualquier otro tipo de tropelía, pero lo más importante es que el Estado no toca pito en la administración de las prisiones porque las mismas están bajo control de los mismos reclusos, al punto de que algunos hasta gozan del privilegio de disponer de autos blindados para salir cuando se les antoja y con la protección tanto de personal de la Dirección de Presidios como de sus guardaespaldas particulares.
En la práctica, todo eso es posible porque el Estado no toca pito alguno en el manejo de las prisiones. Aquí los presos no tienen ni siquiera la tentación de escapar, porque en ningún otro lugar pueden encontrar todas las facilidades que les ofrece ser reclusos, incluyendo la coartada perfecta para evadir cualquier responsabilidad por los delitos que siguen cometiendo. En otros sitios, un reo que sale subrepticiamente de la cárcel se escapa de manera instintiva, pero aquí no porque salen y entran como chucho por su casa, seguros de que disponen de protección, seguridad y amparo para realizar sus negocios como les dé la gana sin que nadie se meta con ellos.
De ajuste, si son sorprendidos, los jueces benevolentes no consideran anormal la actitud y no la sancionan. Hasta los columnistas compran las explicaciones que dan los presos cuando afirman que si los capturaron es para “desviar la atención” de otros hechos graves. La verdad es que el sistema está podrido y no se ve posibilidad de componerlo.
Minutero:
Para algunos ir a prisión,
es como una gran bendición;
allí están todos sus socios
y manejan grandes negocios