Los merolicos en los parques tienen el juego de la bolita, en el que colocan una bajo algún vaso opaco y tras moverlos con habilidad para confundir al auditorio preguntan dónde quedó la bolita. Ese mismo juego es el que nos están haciendo con los informes sobre la reconstrucción porque como se publicó en un extenso reportaje el pasado lunes, hemos solicitado hasta el cansancio información a los encargados de atender a las víctimas del terremoto del año pasado y nos proporcionan a cuentagotas algunos datos que no terminan siendo concluyentes y que tienen muchos aspectos tan engañosos como el juego de manos del merolico.
Ahora la Vicepresidenta anuncia que el precio de las viviendas aumentará por el transporte de los materiales, supuestamente porque la empresa que los iba a vender asumiría el costo del transporte según los cálculos iniciales y ahora resulta que no, por lo que se hizo el ajuste de setenta millones para cubrir esa necesidad. Habrá que ver cuánto le cobrarán por transporte de materiales a Fonapaz, cuánto al Ministerio de la Defensa y cuánto al Fondo de Solidaridad, porque ya está visto que cada dependencia compra a precios diferentes y nunca se dijo que esos precios eran en la capital, sino que se supone que se trataba de valores de los materiales puestos donde se van a usar.
La famosa ley de Información no escapa, por lo visto, al viejo aforismo tan conocido por abogados y por observadores del comportamiento humano, en el sentido de que hecha la ley, hecha la trampa. El encargado de trasladar la información sobre los costos de la reconstrucción ha sido un verdadero merolico para ir dando chispazos por un lado y nubarrones por el otro, de manera que técnicamente dicen que han dado cumplimiento a los requisitos de información, pero en el fondo escamotean los datos y, como dijo un lector de La Hora en comunicación electrónica, “La reconstrucción seguirá siendo una ilusión mientras haya tan masiva corrupción”.
Sabemos de entidades que han querido apoyar la reconstrucción de escuelas en San Marcos, pero cuando piden presupuestos de las obras a realizar les dan cantidades globales que la Gobernación departamental espera que les entreguen. No hay transparencia ni intención de hacer las cosas bien. Ya dijimos que el gran acierto de 1976, con el terremoto de febrero de ese año, fue dejar que cada cooperante manejara su inversión sin la mano peluda de funcionarios voraces. Fue la primera y última experiencia sana de reconstrucción porque todas las otras, incluyendo la actual, ha sido viña para que se armen los que tienen la sartén por el mango.
Minutero
Los costos imparables
aumentan cada día
sin que la Contraloría
haga números contables