La roya, el papel del Estado y la voracidad humana


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Guatemala está atravesando un momento complicado por el fenómeno de la roya que afecta a nuestros caficultores y representa un grave riesgo para miles de personas que dependen económicamente de la producción, comercialización y exportación del café. A mi juicio, el Estado ha tomado una correcta decisión de invertir recursos para contrarrestar los efectos, aunque a juicio de algunos es una buena decisión, pero un tanto tardía porque la plaga lleva ya algunos meses causando estragos.

Pedro Pablo Marroquín Pérez
pmarroquin@lahora.com.gt


El hecho que el Estado haya decidido tomar cartas en el asunto y que se vaya a echar mano de un dinero que históricamente ha sido reservado para situaciones emergentes en la caficultura, creo que abre el espacio para un sano debate respecto al papel que debe jugar el Estado dentro de la sociedad.

El Estado como concepto político tiene el poder de regular la vida nacional, siendo una organización social, económica y soberana, con poder de coerción,  que tiene, además, un carácter subsidiario que debería servir de red de seguridad para muchos ciudadanos, ofreciendo alternativas para todos aquellos que buscándolas y esforzándose en ocasiones no las pueden alcanzar por sí solos.

Temas como la salud, la alimentación adecuada y  educación en un país tan pobre como el nuestro, se convierten en tareas ineludibles para el Estado si es que en algún momento deseamos poderle dar vuelta a nuestra triste y cruda realidad. Eso no quiere decir que debamos pelear con lo privado, pues hay que facilitar y fomentar a los emprendedores, pero entendiendo que eso no es suficiente aun en países desarrollados, menos en países como Guatemala.

No obstante que lo anterior representa el papel que a mi juicio debería tener el Estado, considero  que mucho hemos debatido con relación a la parte ideológica del asunto que ha calado en la práctica produciendo un deterioro de la cosa pública que desemboca en muchas cosas, pero principalmente en impunidad, corrupción y falta de certeza del castigo.

Lo anterior es a consecuencia del actuar humano al que no hemos puesto la atención que amerita, porque ahí radica el gran problema. Hemos sido los ciudadanos quienes con nuestra falta de principios y voluntad hemos propiciado un debilitamiento del Estado que hoy no nos puede dar ni seguridad ni justicia, cosas que a juicio de los más liberales, deberían ser las únicas funciones de éste.

Y el problema es que hemos sido incapaces de contener los excesos, tanto en lo público como en lo privado, esa voracidad humana que ahora solo busca el beneficio personal a costa del dolor y de la miseria. Nos hemos dedicado a debatir qué impuestos y cómo los deberíamos pagar, pero hemos sido incapaces de aplicar mecanismos legales y sociales para evitar que se los roben.

Nos enfrascamos analizando los efectos de los problemas, pero no queremos entrarle a las causas. No nos gusta el Congreso, pero somos incapaces de propiciar el debate para cambiar las reglas del financiamiento de los partidos. No nos gusta que funcionarios y contratistas se roben nuestros impuestos, pero no hacemos nada para siquiera despreciarlos socialmente.

No nos gusta que la Contraloría no fiscalice, pero tampoco hacemos nada como ciudadanos para ser nosotros los primeros fiscalizadores. Nos molesta que el MP no actúe, pero somos los primeros en pegar el grito al cielo cuando la viga de la justicia cae sobre nuestros conocidos o amigos.

Estamos hartos de nuestro sistema de salud, pero no queremos ver que por hacer negocio con las medicinas nos olvidamos del paciente. Mi intención es evidenciar que el Estado, en medio de sus imperfecciones, no es la razón principal de nuestros problemas sino al contrario, puede tener carácter de paliativo como en el caso de la roya, y que hemos sido los humanos quienes con nuestras acciones u omisiones, hemos permitido un debilitamiento del mismo que se traduce en muertes, inseguridad, corrupción e inestabilidad.

Ideológicamente podemos tener divergencias, pero si pretendíamos que aniquilando al Estado las cosas iban a mejorar, los resultados están a la vista y nos demuestra que son las actitudes humanas las que nos tienen hoy sumidos en una grave crisis social.