Los colores de Federico Bonilla


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La superficie blanca está dispuesta, sus poros se abren ante las caricias de las cerdas. El pincel que sujeta la mano del artista se empapa primero de agua cristalina y luego se humedece del color azul. La primera pasada es muy diluida, es el fondo, es la realidad de una sociedad que se consume en el consumo, se pinta confusa y tremendamente heterogénea, hay partes en las que el color parece concentrarse pero la realidad es permeable, se han colado en la historia todo tipo de intenciones de otros y casi nunca la pátina ha sido colectiva.

Julio Donis


El frío índigo es el pasado y por eso es así, oscuro casi gris. La acuarela es una pintura que se basa en la dilución o en el lavado de un pigmento aglutinado generalmente con goma arábiga, por lo tanto van de la mano agua y color en una relación intrínseca que permite plasmar los sentimientos o las ideas. La paleta de colores facilitaría identificar el matiz adecuado, pero el pincel de Bonilla sin pretensiones, atrapa una idea y plasma la infinidad de haces que tiene un rayo de luz, a partir de los tres tonos primigenios. Los siguientes trazos van definiendo las estructuras, van en tonos opacos y marcan las formas y las figuras que albergan las contradicciones sociales y culturales. Hay trazos en color negro y café, son rectos y generalmente altos, también hay trazos verdes en tonalidad oscura, son fuertes y definidos. La riqueza y los bienes públicos, siempre han sido botines de manos privadas y oscuras. La producción del café en la última parte del siglo XIX, fue la oportunidad de desarrollar una economía nacional al ingresar al mercado mundial, pero los andamios de esa bonanza fueron el trabajo forzado de miles de mozos colonos hacinados en fincas. El Estado como botín no termina de ser saqueado, es una gallina de mil colores a la que se le exprimen huevos de todos los valores. El expolio que empezó en el pasado en la superficie del ecosistema verde, es hoy la extracción que avanza profundo en las entrañas de las montañas, playas y valles. Bonilla desarrolló su arte en las gradas del Cerro del Carmen, en uno de los vestigios del legado de Colom Argueta, era la escuela de pintura como forma de acercar esa actividad a la gente. Con el tiempo, él dejaría de ser alumno para continuar el legado de Max Saravia y enseñaría a cientos de niños, para terminar nuevamente aprendiendo más de ellos en un ciclo virtuoso de la vida. La técnica de la acuarela es la transparencia, es el juego del lavado y del secado, es la armonía entre agua y color que convierte el lienzo en una escena nocturna o diurna. Finalmente el pincel afina las cerdas y se apresta a definir las cosas, los elementos materiales, los contenidos de la naturaleza, figuras humanas, sin llegar al trazo explícito, solo se adivina por la perfección que permite lo imperfecto; es ahí donde la acuarela adquiere mayor profundidad porque el escenario de la historia está húmedo de todos los lamentos y lágrimas derramadas por la injusticia. Una superficie aguosa permite que los colores finales resalten y hablen, griten. La obra está concluida y este país sigue siendo surrealista Así es la lucha y el arte de Federico Bonilla, dinámica como la realidad, heterogénea como la sociedad guatemalteca, como una pátina de mil colores. Si no pintara, él bailaría en un parque o quizá actuaría, la necesidad de expresar la contradicción es mayor que la exquisitez de su arte.