Al menos es un día que se distingue de los otros que se alinean en las filas y columnas del almanaque. Para algunos es la fecha romántica que se asocia con una rosa roja, una caja de chocolates o con un beso, tierno o ardiente. Para otros entraña la idea del cariño como expresión de preferencia hacia determinadas personas. Unos más lo celebran como el día de la amistad, de esa cohesión natural y desinteresada entre seres humanos.
En todo caso, como arriba indico, es un día especial en que se destaca esa región positiva de la psiquis humana, esa parte buena que compartimos todas las personas. Es por eso que me permito trasladar una historia de amor, de verdadero amor sin contaminaciones. El relato lo escuché hace algunos años, antes aún de la avalancha de correos electrónicos. Ignoro el lugar donde ocurrió o quién es el autor de la primera versión.
El caso es que una niña recién nacida padecía de una extraña enfermedad y con urgencia precisaba de transfusiones de sangre. Angustiados los padres y abuelos se dieron a la tarea de contactar a familiares y amigos, así como bancos de sangre, para encontrar un donador adecuado. El problema consistía en que la compatibilidad tenía que ser perfecta dada la edad y la delicada condición de la recién nacida. Tras dos días de afanosa búsqueda los resultados eran desalentadores. Como es de suponer los primeros en la lista fueron el padre y la madre pero no era compatible su tipo de sangre. Luego el llamado se fue ampliando, como círculos en el agua, a los familiares. Con todo esto pasaron por alto al hermanito que tenía 8 años de edad, por ser tan pequeño nadie había reparado en él en la primera revista. Le extrajeron una muestra y ¡cabal! Era el donador idóneo. Con todo faltaba preguntarle si estaba dispuesto a donar su sangre a su tierna hermanita. Cuando le preguntaron el niño se quedó extrañamente, unos segundos, casi un minuto, en silencio. Al final dijo “sí, le doy mi sangre” y agregó “¿me va a doler mucho?”. No le contestó el doctor, solamente un pequeño pinchazo en el brazo. “Está bien” reiteró el niño.
En consecuencia prepararon una camita al lado de la incubadora donde se encontraba la niña y trajeron los conectores. Como lo había anticipado el pediatra el niño sintió un piquete en su bracito derecho. La sangre empezó a circular. Al poco rato el niño preguntó “Doctor ¿usted me va a decir cuándo me empiezo a morir?”. Dicen los que estaban al lado que el doctor se detuvo y empezó a sollozar. Acaso los demás no entendían lo que estaba ocurriendo, pero el doctor lo captó en toda su dimensión y fue más de lo que pudo absorber. En pocas palabras el niño pensó cuando le pidieron era su sangre, se referían a toda su sangre y que al quedarse sin ella se iba a morir. Tenía el doctor frente a sí un acto de amor puro, simple, perfecto, tan condensado como los gramos de radio que Madam Curie logró aislar después de meses de arduo esfuerzo y toneladas de minerales. Era tanta la emoción del doctor que pidió a un asistente que continuara. Él solo quería saborear ese acto inesperado en que pudo tocar con sus manos la esencia del amor, ese momento único que tuvo la dicha de gozar en vida gracias a la entrega e inocencia de esa criatura de 8 años que a todos dio una lección de lo que es el amor desinteresado.
PD. Cambiando de tema, quisiera preguntar a los colegas Maco Sagastume y Luis Reyes, ambos candidatos a la ronda final si alguno propone ampliar el nombre del Colegio y ponerle Colegio de Abogados y Abogadas.