El abogado en la literatura guatemalteca IV


Ren-Arturo-Villegas-Lara

Un estudio de esta participación obligaría a escudriñar todo lo que es dable exponer en un ensayo literario. Sin embargo, en esta oportunidad nos concretaremos, en aras de la brevedad, a ser expresos en cuanto a señalar los nombres, el género y las obras con que han puesto su pie firme en la literatura muchos abogados guatemaltecos que, alejados del “mundanal ruido” y en el envidiable rincón de su soledad, han hecho realidad las palabras de León Felipe:

René Arturo Villegas Lara


“La belleza es como una mujer pudorosa. Se entrega a un hombre nada más, al hombre solitario, y nunca se presenta desnuda ante una colectividad”.

Uno de los géneros en donde más ha sido notoria la presencia del abogado, es el de la poesía. Gracias a los investigadores de nuestra historia literaria, a los parnasos de Humberto Porta Mencos y de ese infatigable hombre de letras llamado Rigoberto Bran Azmitia, podemos señalar como representantes de la poesía a los abogados: Francisco Rivera Maestre, Juan Diéguez Olaverri, Manuel Diéguez, Joaquín Vasconcelos, Francisco González Campo, Juan Fermín Aycinena, Fernando Cruz, Domingo Estrada, Miguel Ángel Urrutia, Ricardo Casanova y Estrada, Manuel Valle, Alberto Mencos, Agustín Mencos Franco, José Flamenco, Federico Herrera, Flavio Herrera, Rafael Valle, Carlos Rodríguez Cerna, Edmundo Zea Ruano, David Vela, Rafael Zea Ruano, Francisco Albeño, Humberto Hernández Cobos, Iván Barrera Melgar, Miguel Ángel Asturias, Daniel Barreda De Evian, Enrique Muñoz Meany, Luis Aycinena Salazar, Salvador Falla, Rafael García Goyena, Carlos Rodríguez Cerna, Aramis Bautista, Rafael Rivas Ugarte, Carlos Palma, Jesús Guerra Morales. ¿Y cuántos otros poetas podrían engalanar esta nómina incompleta, si hubiesen culminado la carrera? Recuerdo que en nuestra Facultad de la novena avenida, era conocida la prestancia lírica de escritores como Ricardo Rosales, Antonio Fernández Izaguirre, Héctor Guillermo Pineda Casasola, Atala Valenzuela, Macrino Blanco Bueso, José Félix López y el grande de grandes, Otto René Castillo.

La poesía producida por los abogados nombrados, sin ningún orden generacional o cronológico, cubre diversas intenciones expresivas: poesía romántica, de intención cívica, modernista, de intención social, nostálgica, moralista, satírica; todo lo que el lector pretenda puede encontrarlo en la poesía de los abogados. ¿Quién, por ejemplo, que haya sufrido la infamia del exilio, en cualquiera de sus versiones, no ha sentido hipertensión ante los versos de don Juan Diéguez Olaverri?:

¡Oh cielos de mi patria!
¡Oh caros horizontes!
¡Oh azules, altos montes,
oídme desde allí!

Conmueven los versos del abogado amatitlaneco Domingo Estrada; las figuras desgarradas y existenciales de Pepe Hernández Cobos; la prosa tierna de Enrique Muñoz Meany; así como los trascendentes poemas de Edmundo Zea Ruano.