Cuando leía Veinte Años Después de Alejandro Dumas, no dejaba de maravillarme esa relación entre el presente de los tres mosqueteros ya convertidos en cuatro y el pasado que recreaba el autor en la novela Los Tres Mosqueteros, obra que también había leído tempranamente y me deleitaba el hecho de ese reencuentro en el futuro de los mosqueteros, convertidos en héroes desde mi imaginario de joven en aquel tiempo.
Dumas se esmera en detallar cómo se encuentran de nuevo y qué hacían cada uno después de sus aventuras en el palacio real, descripción que propició prenderse de los 20 años después. Cuando la terminé de leer no pude más que entristecerme por haberla concluido, así como me quedé en el deleite de ese reencuentro y el peso que conlleva una amistad gestada años atrás y sustentada por diferentes ámbitos de la vida, tal como ocurre con uno cuando se junta con viejos amigos, con quienes uno vivió muchas aventuras, tuvo tantas vivencias personales y grupales, tuvo la oportunidad de conocer a los padres y hermanos de estos entrañables amigos y lo mejor, es el reencuentro sobre un pasado que no conllevaba ningún interés de por medio, sino la sana amistad, la infancia, la adolescencia, la juventud y la temprana adultez.
Hoy, más de 20 años después, los Porthos, Athos, Aramis y Dartañang y otros mosqueteros se reunieron. Una llamada bastó para hacernos converger unas horas después. Poco a poco fuimos llegando y los espadachines anfitriones Hugo y Miguel estaban esperando solícitos y alegres ante cada llegada de aquellos aventureros. El verse de nuevo después de más de veinte años después significaba mucho. Las miradas brillaban ante la vista de aquél viejo amigo, el abrazo prolongado y detenido era la siguiente expresión y luego el repaso de las vidas de cada uno, nos puso al día con cada uno, como si tantos años se pudieran absorber en un instante, como si nuestros derroteros no significaban más que presentarnos de nuevo ante nuestros amigos como actualizándonos pero implicaba que el tiempo pasado sin vernos, no había dañado ese pretérito en común, esos momentos inolvidables y esas anécdotas de vida que nos fundieron en más de veinte años antes y hoy se presentaban como películas que retroactivamente mostraban a aquellos patojos hoy un poco más crecidos, pero sumamente complacidos del reencuentro con el tiempo y los amigos.
En lugar de espadas, estos nobles mosqueteros, blandían sofisticados celulares; en lugar de enormes capas, los valientes mosqueteros lucían sus tacuches respectivos; cuando se esperaban briosos corceles, aquellos aventureros llegaban en sus carros; y en lugar de brindar con el vino, hoy chocaban los tarros de cerveza y al unísono todos pronunciaban: todos para uno y uno para todos, como en aquellos tiempos.
El intercambio de pláticas se inició con Hugo y quien escribe, pues a Miguel había tenido la oportunidad de verlo no hace mucho. Me contó sobre sus aventuras en aquella villa de Los Ángeles; su esfuerzo volcado en levantar muros y casas y poder ver el crecimiento y desarrollo de sus hijos. Recordamos cuando lo visitamos en Montreal con otros aventureros e igualmente cuando lo volví a ver en Los Ángeles. Las correrías de este diabólico mosquetero se cuentan por montones, cuando huía por la noche de su castillo y el “carcelero” se molestaba enormemente cuando burlaba sus controles.
Miguel, por su parte, contaba cómo las circunstancias de la vida lo habían llevado al oriente y ahí se había fincado con su familia, pero la vida y sus vueltas lo habían dejado sin trabajo. Le hablaron de un lugar y fue a una entrevista en donde sin querer se encontró con Raúl, nuestro viejo amigo mosquetero a quien le correspondía elegir y desde esa feliz coincidencia tiene trabajo estable. Hablamos que los visité a Raúl y a Miguel allá por Salamá y fue una agradable plática.
Raúl contaba dentro de sus aventuras de mosquetero veterano que ya todos sus hijos vivían acá en la ciudad y que él se había quedado trabajando en Salamá en su clínica particular y que disfrutaba de la paz de aquél lugar comparado con la bulla de la ciudad. Raúl el espadachín más veterano, jamás dejó de sorprendernos con sus habilidades, tanto como futbolista y ni hablar de basquetbolista. Inolvidables momentos sus destrezas del mago Zobeck, ni aquellos malabares tirando desde el suelo y encestando.
Sergio acudió solícito a la cita y en la entrada del castillo se encontró con Carlos Sical. Con Sergio me une una amistad desde que éramos niños, contó sobre su vida allá en Honduras y también pude compartir con el resto de aventureros, que lo visité en ese país en un par de oportunidades. Sergio es talvez nuestro mosquetero más transparente, no se inmutó para trasladarnos su vida completa a pesar de las complicaciones que en la misma sufrió y aquél se resintió mucho por ello, pero hoy este noble espadachín sabe que el pasado quedó atrás y va para adelante sin mirar atrás, como un buen mosquetero. Nos cuenta también que siendo adolescente tuvo un incidente legal, por dejar un beso mimoso perdido por ahí.
Carlos contó como su vida se convirtió en un cuento de hadas, en donde de mosquetero pasó a convertirse en acompañante de nobles y reinas y que dentro de los acompañantes pudo conocer a su actual compañera, con quien viven en París, previo romance en Nueva York y potencialmente instalarán su castillo en Guatemala. Carlos, como buen mosquetero, me parece una persona bien centrada en su vida y hoy es un espadachín maduro pero feliz de su desarrollo personal y familiar. Este mosquetero también jugó baloncesto con nosotros, allá en la cancha, que estaba muy cerca de una casa en donde habitaba una guapa dulcinea.
Sergio, el mosquetero que tal vez más molestamos por la cantidad de hermanas que tuvo. Contaba con broma su discreto e imperceptible accidente en donde de mosquetero pasó casi a atacar al rey, pero sin querer, el monarca enfureció y tontamente creyó ser superior a la ley, pero no consiguió ablandar a este mosquetero y ganó con derecho su juicio, en los tribunales de justicia. Hoy, siendo médico, dedica su vida a la noble tarea de curar enfermos y ayudar personas con problemas de salud. Hubo un momento en su vida que se cruzó con la hechicería y tuvo una premonición un día, cuando nos dijo: “sáquenme de acá que me están embrujando” y ni hablar de aquella profética frase; “un trago para mis amigos”.
Uno de mis mosqueteros más cercanos, casi mi lugarteniente, mi estado mayor, se concentró en Romeo. Aquel enorme amigo con quien trabamos amistad siendo unos niños de once años. Fuera del gusto por el futbol que disfrutábamos junto con Rubén, Mujica, mi hermano y yo, justo a un costado de la casa de este mosquetero y nos divertíamos jugando “paritos” por horas. Tardes inolvidables e interminables. Con este espadachín nos gastamos infinidad de bromas, hicimos un montón de travesuras y recorrimos la colonia de palmo a palmo. Este mosquetero jamás olvidará el estreno de sus botas en una noche que dejó huella para siempre y el aroma de ese momento perdura en su memoria. Este mosquetero también se dedica a servir –vaya alma noble en común de todos estos mosqueteros-.
El mosquetero negro apareció repentinamente, aunque arribaba tarde, demostraba con enorme emoción su gusto por este reencuentro. Su gusto por las costuras, los hilos y botones fue grande, aunque luego prefirió destinar una parte de su tiempo en los balcones y las puertas de metal. Sus escurridizas fugas son inolvidables, pero no como aquella que ante el peligro del temido Eduardo y el aviso oportuno, se tiró en un barranco para salvar su vida, ante las risas interminables del resto de aventureros que fueron testigos de la broma de uno de los mosqueteros mencionado previamente.
La tertulia se prolongó alegremente hasta que la noche nos alcanzó, los recuerdos fueron prolíficos y vívidos, las anécdotas parecieran retornarnos a lugares, personas y lugares. Los nombres y apodos se recreaban después de mencionar a alguien. Todos los mosqueteros llegaron contentos, estuvieron felices y se fueron nostálgicos de vuelta a sus vidas, con el corazón ubicado en ese espacio de tiempo, en esos bellos e intensos más de veinte años después….