“—Uff, tlaluel ni tlaxikojtok –ki ijtoyaya Mundo ua ki melauayaya i mets ixipepestik, sokiyo ua tochoyoltok atitla, ki toxomayaya ika i ma ual tlachixtok ika tekpatl ki machiliyaya nopa ajakatl sesek ipan i xayak, tlauel teotlatojtoya ua ayok chene tlatotoniyaya ipan ne tlali, ipan aljuikak nesiyaya tlayekajtiyas ika tlayoua.”
¿Cómo reaccionamos al confrontar por primera vez esta discursividad? ¿Cómo especulamos sobre la problemática naturaleza de definir retóricas desconocidas? Pero, ¿lo son? Al fin, estamos hablando de náhuatl, llamada también mexicatlahtolli o lengua mexicana, lingua franca de buena parte de la zona mesoamericana, en especial bajo los territorios conquistados por el imperio mexica, término que se deriva de nāhua-tl, “sonido claro o agradable” y tlahtōl-li, “lengua o lenguaje,” y que hoy continúan hablando (y escribiendo) aproximadamente dos millones y medio de ciudadanos mexicanos desde el norte de su país hasta Centroamérica. No es una presencia perdida, ni la imposibilidad potencial de una presencia. Es el señalamiento de la imposibilidad de la univocidad de sentido, unida a la noción moderna de “idioma nacional” o “comunidad lingüística,” es la marca de los signos aparentemente herméticos cuestionando nuestro sistema de significaciones. Desplaza nuestro posicionamiento en tanto que sujetos supuestamente mesoamericanos, en mi caso, enraizados en ciertas memorias culturales e imaginarios nacionales permanentemente recordados, es decir, pasados continuamente sobre nuestro corazón. La palabra “recordar” viene del latín “recordan” formado de re (de nuevo) y cordis (corazón). Significa entonces “volver a pasar por el corazón.” Como señala Adam Coon, los nahuas aun piensan con el corazón. Para ellos, la razón se encuentra en el corazón y no en el cerebro. (1)
Sin embargo, aquí tenemos una novela, forma literaria occidental, pero escrita en náhuatl, titulada, en castellano, El infierno del paraíso, publicada en 2005. Su autor es Crispín Amador Ramírez, co-autor de un vocabulario nauatl-español (sin “h”), y autor de Tlajtolchiuali, palabra en movimiento: el verbo (2002), además de su segunda novela El tiempo no abortó/Tonali Amo Tlanki (2008), todos publicados por el Instituto Mexiquense de Cultura. Las novelas fueron escritas en versión bilingüe español-nauatl. O náhuatl. (2)
Estos textos empujan el “derecho a la opacidad” articulado por Edouard Glissant casi hasta un extremo inusitado, pero no en términos de contenido. Tampoco en términos referenciales. No lo hacen en términos retóricos a la hora de leer la traducción castellana, accesible y fácil, sino en términos de la no-accesibilidad de un lenguaje original que se supone “nuestro;” un conjunto de signos marcando nuestra propia extranjería de lo que afectivamente hemos considerado siempre nuestro “hogar,” nuestro espacio, nuestro habitus en el sentido de Bourdieu, en tanto que hispano-hablantes. La retórica aquí más bien es indicadora de nuestra propia extranjería, si no nuestra usurpación, de este espacio un tanto descuidadamente denominado como “nuestro” sin mayor reflexión. No se trata tampoco de una reinscripción fetichista de la diferencia primitivista en tanto que alteridad radical. No es un ámbito utópico o irrealizable, una dimensión espectral cuya radicalidad se ubica precisamente en su espectralidad, en la incapacidad de materializar el presente como hace unos diez años lo propusieron teóricos asiático-americanos tales como Victor Li o Rey Chow (Chow 182–3; Li 37). Es otro fenómeno. Estamos vislumbrando, en tanto que espectadores, con todas las dificultades imaginables, con empirismos, con improvisaciones en algunos casos, con visceralidad desatando cóleras a veces desubicadas, la construcción de la decolonialidad. La misma intenta minar las estructuras eurocéntricas del poder, del saber y del ser, a la vez que reconceptualiza las estructuras epistémicas con el fin de re-fundar modos culturales diversos de pensar y vivir. “Por eso,” explica Catherine Walsh, “la interculturalidad no es un hecho dado sino algo en permanente camino y construcción”. Walsh agrega:
“(Interculturalidad)…significa potencia e indica procesos de construir y hacer incidir pensamientos, voces, saberes, prácticas, y poderes sociales “otros”; una forma “otra” de pensar y actuar con relación a y en contra de la modernidad/colonialidad.”
En el espacio de la literariedad, es el inicio de una tendencia que sin duda, hacia mediados del presente siglo, dominará el plano literario demográficamente, pese a la evidente dificultad de leerla en sus idiomas originales para la mayoría de los habitantes del continente. Su aparición novelística, sin embargo, trae importantes desafíos para los debates contemporáneos en torno a la producción cultural, los signos escriturales y sus implicaciones. Implica la incorporación discursiva de pensamientos, voces, saberes, prácticas y poderes que han surgido de comunidades indígenas y opuestas a las normas dominantes de carácter eurocéntrico dominando los Estados-naciones latinoamericanos, y radicalmente desafiando dichas concepciones, para así abrir la posibilidad de contribuir discursivamente a una descolonización
En este trabajo, que forma parte de un proyecto más amplio, me interesa recoger el fenómeno de la novelística escrita en lenguas indígenas precisamente por representar, en los espacios escriturales, algunas de las complejidades y contradicciones mayores como ya he indicado en una serie de artículos previos apuntando en dirección de un libro sobre la novelística indígena del continente. (3) A diferencia de la poesía, el cuento, o incluso el teatro, nadie puede argumentar que el género novelesco tuviera alguna presencia o raigambre en el mundo pre-hispánico. Es un producto eminentemente occidental, pese a sus manifestaciones anteriores en la China.(4) Sin embargo, su entrada y su circulación como producto cultural en ámbitos indígenas es exclusivamente de corte occidental. Las novelas ingresaron, casi en todo el continente, desde principios del siglo diecinueve, proviniendo de España, Portugal, Francia e Inglaterra principalmente. Estamos en efecto confrontando pues, en la producción novelística, lo que Mignolo denominó “border gnosis,” relativamente análogo la liminalidad de Bhabha, ese pasaje intersticial entre dos formas diferentes de producción de sentido, de universos simbólicos, de patrones de expresión y de objetivación de la subjetividad. Estas categorías se asemejan a la noción maya-k’iche’ de “tz’ib’,” que en la mayoría de lenguas mayas contemporáneas es la raíz de “escribir,” sea alfabética o jeroglíficamente (Otzoy 151). Asimismo, se emparenta con lo que Silvia Rivera Cusicanqui ha denominado “ch’ixi, algo que es y no es a la vez.” Según esta autora, la simultaneidad inherente en el término lleva una tensión constante que fomenta el proceso de renovación en vez de impedirlo (69).Todas estas categorías se articulan a su vez, con algo muy similar a lo cual Bajtín desde mucho antes había ya denominado heteroglosia lingüística para la especificidad del género novelesco:
“Una mezcla de dos lenguajes sociales dentro de los límites de una misma enunciación, un encuentro, dentro del mismo espacio de la enunciación, de dos diferentes conciencias lingüísticas, separadas la una de la otra por una época, por una diferenciación social, o bien por cualquier otro factor (358; mi traducción).”(5)
En el presente trabajo exploraré, de manera un tanto abierta, algunos de los elementos heteroglósicos en la primera novela de Crispín Amador Ramírez, El infierno del paraíso (2005) con el fin de hurgar en las significaciones decoloniales en la novelística escrita en lenguas indígenas como procesos de transformación epistémicos con potenciales repercusiones de índole global.
NOTAS
(1) “Iahqui Estados Onidos: The Articulation of Nahua Identities in Migration in Contemporary Nahua Literature, 1985-2012,” disertación de doctorado, capítulo 1.
(2) Ramírez dice: “Las lenguas indígenas también tienen sus variantes dialectales y no se diga la nauatl, que va desde la variación fonética en nauatl, nauat y naual; de términos como para decir ladino o citadino: coyotl, pinotl, tsujmi, kixtiani; no se diga el saludo por la mañana piale, nolti, panolti, panolti tsino, tlanextili, tlanestsi, jlanesi, lanesi, youatsinko entre otros, por eso las lenguas Méxicanas no son dialectos, son lenguas vivas en constante evolución por su uso, que tienen sus dialectos, es cierto y si no se conocen, es por descuido o desinterés.” Ver “Todos hablamos nauatl.”
(3) Ver “¿Tradición versus modernidad en las novelas yukatekas contemporáneas? Yuxtaponiendo X-Teya, u puksi’ik’al ko’olel y U yóok´otilo´ob áak´ab” entre otros.
(4) Estoy pensando en obras como Romance de los Tres Reinos (1330) de Luo Guanzhong, A la orilla del agua (1373?) de Shi Nai’an y Luo Guanzhong, Viaje al Oeste (1590) atribuido a Wu Cheng’en y Sueño en el pabellón rojo (1792) de Cao Xueqin, que datan de las dinastías Ming y Qing. Podríamos agregar una quinta, El ciruelo en el vaso de oro, conocida también como El loto de oro escrita bajo el seudónimo Lanling Xiaoxiao Sheng, la cual ha pasado buena parte de la historia proscrita por describir escenas sexuales un modo gráficamente explícito. Las versiones más tempranas de la novela sólo existen en documentos manuscritos. La primera versión impresa está fechada en 1610. Con la posible excepción de Sueño en el pabellón rojo, la totalidad de estas obras es mayormente desconocida en América Latina, y aun ésta última circula más bien en estrechos círculos de literatos.
(5) Ver The Dialogic Imagination.