Una convivencia difícil


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Como bien dijo Aristóteles “el hombre es un animal social”. Los humanos llevamos en nuestros genes el instinto de asociación y en base a ello los primeros asentamientos se formaron como algo natural. Los individuos procuraban en las poblaciones un intercambio beneficioso para cada uno de sus miembros. Protección, división del trabajo, compañía, diversión, emprendimientos comunales, ejecución de grandes obras, celebración de ritos y festividades, etc.

Luis Fernández Molina


Muchos fueron los aspectos positivos que motivaron esa agrupación humana y el vecino se convertía en un amigo, un socio. Sin embargo, en los tiempos modernos parece que el contacto humano lejos de ser positivo se convierte en un “mal necesario” y la convivencia cada vez se convierte en algo molesto y se procura el aislamiento. Nos abrimos a miles de amigos por las redes sociales virtuales pero, ignoramos a nuestros vecinos que son reales. Por ello se han formado conjuntos cerrados, llamados condominios, que se recluyen totalmente del entorno. Se resguardan con gran aparato de seguridad que los convierte en feudos impenetrables para el resto de ciudadanos. La libertad individual se ve constreñida en aras de la seguridad aunque no pueden abstraerse totalmente del marco general de la ciudad donde la convivencia es cada vez más difícil.

Dejando de lado los aspectos de seguridad, que serían los primeros que saltan a la mente, hay otros temas que marcan nuestro desprecio a la convivencia como por ejemplo: 1) Si al vecino le gusta la música rapera y con volumen alto los de las casas cercanas deben aguantarse y más aún si toca en altas horas de la noche. O aquellos que cuando llegan se prenden de la bocina para que les abran los portones de las casas. No se diga de los perros que por cualquier pretexto ladran sin detenerse y despiertan a todos de sus merecidos sueños. 2) Muchos negocios colocan grandes bocinas en la calle y para llamar la atención, ponen música al volumen más alto con piezas de salón de baile u otras de mal gusto, dichas bocinas son gigantes y se ubican desafiantemente en el frente sobre las aceras. ¡Y qué! Algo parecido hacen algunos predicadores que, sin ninguna muestra de tolerancia y amor al prójimo, disponen de sus altoparlantes para que se escuche su palabra en varias cuadras a la redonda. Se oyen prédicas y cantos hasta bien tarde. 3) Alarmas. Si los dueños han decidido salir a pasear el fin de semana o el domingo, se van tranquilos, dejan activada la alarma y si algún intruso irrumpe entonces se disparan las bocinas con un ruido estridente que a veces dura horas o hasta que alguien llegue a apagarlas. Bonito recurso, que los vecinos aguanten ya que con tanto ruido ningún ladrón va a atreverse a entrar. Igualmente las alarmas de algunos carros suenan por cualquier movimiento y los propietarios son los que menos las escuchan en tanto fastidian a todos los que están cerca del vehículo. 4) Agua. En una ciudad que cada vez tiene mayores problemas de agua da grima ver que en algunas casas se desperdicia el vital líquido lavando los vehículos con manguera abierta o regando oficiosamente jardines que bien podrían aguantar con menos riego. En las aceras de algunos garajes se ve correr el agua porque los señores dieron la orden de lavar el garaje y la acera todos los días. Quien tiene la fortuna de disponer de agua en su casa parece insensible a las necesidades de los vecinos o de otras zonas de la ciudad donde las carencias son cotidianas. 

Existen normativas municipales relativas al control de los decibeles de los sonidos, sin embargo, parecen poco prácticas. ¿Qué pueden hacer los vecinos atormentados por la estridencia de la interminable alarma de una casa? ¿Qué puede hacer el juez de asuntos municipales cuando le llega el reclamo de las proximidades de un negocio que tiene puesta la música todo el día? ¿Cómo controlar el uso y abuso del servicio del agua? En todo caso es una convivencia difícil.