No se trata de creer o no creer en las encuestas, sino quizá en saber qué son y qué propósitos cumplen en el ámbito político. El tema siempre estará de moda porque para los políticos éstas suelen ser instrumentos para influir en la percepción de las personas y crear un imaginario habitualmente favorable a sus fines de alcanzar el poder o permanecer en él.
Las encuestas son efectivamente un instrumento de la investigación científica para tomar una fotografía de la realidad en el momento en que se realizan. Tiene validez limitada porque nos dan una panorámica del momento y dependiendo del objeto de estudio a veces sus resultados son más volátiles. Este es el caso de una encuesta política cuya percepción puede cambiar de un día para otro.
Con todo, una encuesta tiene virtudes indiscutibles y suele ser una manera acertada para describir los hechos o el entorno que el investigador pretende estudiar. Cuando se hace con objetividad (ésta es una de las característica de la ciencia) y el instrumento es fiable y bien construido, sus resultados son valiosos para comprender y explicar el fenómeno que se estudia.
En el ámbito político las encuestas, sin embargo, son otra cosa. En primer lugar porque al ser pagadas o hechas por encargo, tienen el pecado original de estar al servicio de unos resultados claros o presuntamente establecidos. Quienes las construyen desean quedar bien con sus financistas y, entonces, retuercen la realidad para satisfacer el gusto del patrón. O sea, el instrumento desde su concepción está viciado.
El propósito de las encuestas políticas (salvo raras excepciones) no es dar cuenta de la realidad, sino inventarla. Con lo que sus resultados son una creación maravillosa al mejor estilo de Macondo. Las firmas encuestadoras se ponen al nivel de los novelistas y nos dibujan un mundo que, diverso del “realismo mágico” cuya estética nos agrada, lo reprobamos por tener una arquitectura sin gracia.
O sea, las encuestas políticas por su propia naturaleza son un aborto. Una especie de alumbramiento monstruoso que a nadie sorprende pero que provoca puntualmente malestar. Por más que todos sepamos los vicios de la investigación pseudocientífica su contemplación causa horror, indignación y rechazo. ¿Hay excepciones? Las hay, pero lejos de nuestra frontera. La mayor parte de encuestas en nuestro país son ficciones maravillosas.
Para fortuna de las firmas que se prestan al trabajo mercenario seudointelectual, no están solos. Las encuestas suelen tener el apoyo de la prensa, los medios de comunicación de todo tipo, que son quienes dan la estocada final para la construcción de una realidad ficticia. Se trata de todo un sistema edificado para la mentira en provecho de quienes tienen el poder. Su influencia es tan efectiva que incluso los mismos políticos que las pagaron, terminan creyéndolas a pie juntillas. No deja de ser cruelmente chistoso todo esto.