Un lugar sin nombre


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Hace muy poco tiempo en un lugar muy cercano, el caos reinaba en las comarcas más importantes de aquel sitio. Las disputas por la tierra y sus riquezas dieron como resultado profundas y marcadas divisiones entre sus habitantes. La historia de ese lugar había sido terrible, era un pasado forjado por la sangre y la muerte, por la violencia y la guerra. De hecho se decía que su subsuelo estaba lleno de huesos y restos de todas las almas que habían perecido en miles de disputas.

Julio Donis


No era difícil, si se tenía la información correcta, encontrar fosos que se exponían como fotografías dantescas de un infierno pretérito. Era un lugar con un pasado que les condenaba el futuro, era un lugar tan extraño como una paradoja convertida en sitio. Gozaba de riqueza natural hasta la saciedad pero algunos de sus habitantes habían edificado en ese lugar, el mal en formas inimaginables, hasta casi institucionalizarlo. No había factor común sobre el cual edificar una identidad nacional, porque aquello se veía como problema; los grupos con más poder querían a toda costa imponer una idea romántica de un paraíso en el que todo era perfecto y todos eran iguales; nada más torpe que un afán así, sin embargo el objetivo real era vender fuera de los bordes de aquellas comarcas, un lugar seguro para visitar y para invertir, para expoliar. De tal suerte que aquel lugar estaba sumergido en una grieta del tiempo. Podía advertirse si uno paseaba por sus calles, que la sensación era la decadencia de la posmodernidad al observar los hábitos de consumo y la relación de las personas, no entre ellas sino con las cosas materiales; pero si se caminaba por los callejones y se adentraba uno a las venas de ese sitio, se podía observar premodernidad, sobre todo en la esencia de su andamiaje institucional y en la forma de su economía. Era pues un lugar sin tiempo, un paraíso entre dos dimensiones y además era un lugar que había perdido su nombre porque sus habitantes habían perdido su memoria. La gente no estaba necesariamente organizada en clases, pues no era un típico lugar de desarrollo pleno de la producción sobre la base del trabajo y la renta; era más bien una sociedad organizada en aspiraciones. La mayoría aspiraba a la dignidad, una minoría aspiraba que las cosas y la realidad no cambiaran, y los de en medio cuyas aspiraciones eran tan banales que las mismas se habían convertido en aspiracionales, ellos querían ser como la minoría a través de hábitos de consumo que les llevarían a perder su propia naturaleza para convertirse en aquellos. No es difícil adivinar que en aquel lugar tan cercano, dominaba la minoría que había logrado que las cosas no cambiaran. Así pues y derivado de eso, las decisiones públicas eran tomadas por un grupo de personas que practicaban una actividad llamada la prepolítica. La misma tenía el fin del aprovechamiento máximo del poder, a partir de la legitimidad ciudadana, la que les había sido otorgada a través de un mecanismo en el que todos elegían pero sin saber a quién, lo llamaban homocracia, porque el fin era el elegido y no el bien común. Hacer prepolítica significaba la posibilidad de acceder a un poder casi ilimitado, no era total porque el límite superior era definido por la minoría que dominaba aquel lugar sin nombre. Los homocrátas que detentaban el poder, pronto tomaron conciencia de su propia fuerza y al tomar el poder total, la corrupción fue totalmente. Es en este el contexto en el que empieza la historia de una noche muy larga de un lugar sin nombre.