Los rebeldes tratan de penetrar en la capital, e incluso Rusia, la aliada más firme del régimen sirio, parece más resignada a un futuro sin el presidente Bashar Assad. Pero el final del líder sirio no está necesariamente a la vuelta de la esquina.
Assad tiene todavía miles de soldados leales y un monopolio sobre el poder aeronáutico. Un proceso diplomático moribundo le ha dado margen de maniobra pese a las crecientes condenas internacionales. Y el poder de los extremistas islámicos entre los rebeldes está desvaneciendo las esperanzas de que Occidente ayude a decidir el rumbo de la guerra civil al enviar armas pesadas para la oposición.
«Occidente, frente a toda su artillería retórica, ha restringido el flujo de armas importantes», consideró Joshua Landis, profesor de la Universidad de Oklahoma, quien difunde un influyente blog llamado Syria Comment. «Ellos no han derribado a este régimen porque les asusta la alternativa».
No hay apetito por una intervención activa contra Assad —como la que sí realizó la OTAN contra Muamar Gadafi en Libia_, ante el riesgo de que lo reemplace un régimen islamista hostil hacia Occidente. Esas preocupaciones se han agravado después del ataque contra el consulado estadounidense en Bengasi, Libia, y frente a la turbulencia política en Egipto, donde los intentos por promover una agenda islamista amenazan con polarizar aún más la nación.
Opera también en favor de Siria su alianza con Rusia, que habrá perdido quizás la fe en Assad pero difícilmente lo abandonará. Rusia ha sido protectora clave de Siria en el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas, donde Moscú ha usado su poder de veto para proteger a Damasco de las sanciones internacionales.
Durante un reinado de más de 40 años, la familia Assad ha construido una poderosa fuerza castrense y paramilitar controlada por correligionarios de la secta alauita, comprometidos con la misión de que se mantenga en el poder esta minoría religiosa, otrora marginada, junto con sus aliados.
Aunque la oposición ha logrado avances significativos, las fuerzas que apuntalan al régimen siguen vigentes. Para muchos de sus integrantes, una derrota no sólo significaría el fin de Assad, sino una amenaza a su propia existencia, al dejarlos a merced de la venganza de los rebeldes.
Algunos observadores consideran que los grupos más leales a Assad —quien ha prometido vivir y morir en Siria pese al levantamiento— no le permitirían abandonar el barco, ni siquiera si así lo deseara.
«Assad ha mantenido como rehén a su comunidad en términos efectivos y la ha convencido de seguir por este camino, lo que podría llevar a una retribución horrenda», dijo Landis a The Associated Press. «No puede dejarlos indefensos o abandonarlos».
Torbjorn Soltvedt, experto del grupo de análisis de riesgo Maplecroft, con sede en Gran Bretaña, dijo que los estrechos vínculos entre el régimen y muchos oficiales prominentes funcionan como un freno a las deserciones dentro del primer círculo de Assad. A diferencia de lo ocurrido en Túnez y Egipto, donde el liderazgo militar podía vislumbrar que desempeñaría un papel prominente tras la caída del viejo régimen, el destino de muchos comandantes sirios está unido al de Assad, explicó.
«Una buena parte de la elite militar siria difícilmente se volverá contra el régimen pese a la falta de una estrategia exitosa para recuperar la iniciativa en el conflicto», opinó Soltvedt.
Hasta ahora, el poderío aeronáutico ha sido la mejor herramienta del régimen contra los rebeldes, que carecen todavía de defensa ante los aviones y helicópteros que les lanzan bombas. Los insurgentes han logrado apoderarse de grandes franjas territoriales en el norte, se han hecho de bases militares y expanden su control en las inmediaciones de la capital.
Sin embargo, los rebeldes admiten que pueden hacer muy poco frente a las amenazas desde el aire, aunque habrían derribado unas cuantas aeronaves en meses recientes. Los ataques de aviación, que suelen matar a civiles, han incidido en algunos casos en que los residentes condenen a los rebeldes, al considerar que han llevado la violencia hasta los umbrales de sus casas.
Un proceso diplomático lento y hasta ahora inefectivo ayuda también directamente a Assad. Estados Unidos ha advertido que el líder sirio no debe rebasar un límite al usar armas químicas contra los rebeldes. Pero, salvo esa amenaza, no hay señales claras de que Waashington o sus aliados quieran involucrarse mediante el envío de efectivos o de armas para las fuerzas insurgentes.
Esa postura podría tener la consecuencia de dar a Assad un mayor margen para seguir atacando a sus rivales en muchas otras formas, sin emplear las armas químicas, y permanecer a salvo de una represalia internacional.
Siria tendría un arsenal químico formidable, incluidos gases sarín y mostaza, aunque se desconocen sus dimensiones exactas.
Mientras el conflicto se prolonga, crecen los temores de que la guerra civil se propagará a países vecinos, incluido Líbano, donde fuerzas en favor y en contra de Assad se han enfrentado. Estados Unidos ha anunciado ya el envío de dos baterías de misiles Patriot y de 400 efectivos a Turquía, como parte de una fuerza de la OTAN que incluye ya a Alemania y a Holanda. La fuerza busca proteger el territorio turco contra potenciales misiles sirios.
Numerosos proyectiles sirios han caído en territorio turco desde marzo de 2011, cuando comenzó el conflicto. Turquía ha sido uno de los críticos más severos de Assad.
Pero los pasos de la OTAN no han hecho más probable una intervención. Oana Lungescu, vocera de la alianza occidental, ha dicho que el emplazamiento es de índole defensiva.
«Esto no vigilará una zona de exclusión de vuelos ni apoyará una operación ofensiva. Su objetivo es disuadir las amenazas a Turquía, defender su población y su territorio, y restar intensidad a la crisis en la frontera sureste de la OTAN», dijo Lungescu.
Joshua Landis
profesor de la Universidad de Oklahoma