Para los cristianos no hay muestra de amor más grande que la de Dios al enviarnos a su Hijo para sufrir a fin de enseñar el camino de la salvación que es el de la justicia. El recorrido de Jesús por la Tierra principia en ese humilde pesebre de Belén que recordaremos justamente en el día de la Navidad que, por ello, se reconoce como la fiesta del amor y tan es así que la humanidad entera, aún los no cristianos, sienten en estas fechas ese prodigio del amor que es capaz de hermanarnos como no ocurre en ninguna otra época del año.
La Navidad es para nosotros también la fiesta familiar por excelencia, puesto que es cuando por cualquier medio las familias tratan de estar unidas, de compartir material y espiritualmente bajo la bendición de ese Niño y de su Sagrada Familia que han sido ejemplo para millares de generaciones.
Creemos firmemente que la raíz esencial del credo que nos alienta está en el hecho de que todos los seres humanos somos hijos de Dios y, como tales, llamados a convivir como hermanos a pesar de diferencias que pueda haber en el plano cultural, racial, ideológico o de la índole que se nos ocurra en ese inveterado ejercicio de encontrar las diferencias en vez de buscar las similitudes y lo que nos identifica como miembros de esa gran familia unida por el amor de un Dios pródigo.
Nuestra sociedad tiene la enorme riqueza de ser un crisol de culturas y creencias que no son, para nada, incompatibles. Por el contrario, tanto nuestro ancestro maya como nuestro ancestro anclado en la fe cristiana se complementan de manera armoniosa y así se demuestra con la forma en que se ha logrado la maravillosa inculturación de la fe luego de la conquista que trató de imponer el evangelio a sangre y fuego, pero que al final de cuentas dio lugar a una riqueza espiritual que tenemos que encontrar y conocer a fondo para disfrutarla y para enriquecer nuestra vida con esa mezcla que implica un tremendo potencial.
En esta oportunidad, con la cercana celebración de una nueva era en la creencia de los Mayas y cuando revivimos el milagro del amor al recibir como humano al Hijo de Dios, podemos y debemos reflexionar sobre lo que significa compartir esas vivencias y creencias que al final de cuentas son apuestas de vida, apuestas de amor que, si las sabemos interpretar y aplicar, pueden ser el cimiento de un nuevo orden más justo y equilibrado.
Feliz nueva era y Feliz Navidad para todos nuestros lectores, con la esperanza de que estemos a las puertas de la construcción de una nueva visión de sociedad donde todos tengamos el lugar que nos corresponde.
Minutero:
Paz y tranquilidad
en las fiestas de Navidad,
y que el Niño en el pesebre
nos unifique y nos alegre