Tapachula es la ciudad mexicana del estado de Chiapas más visitada por los chapines de todos los estratos sociales del occidente del país, pero también por familias de la clase media de la capital, por vía terrestre, básicamente porque las tasas de cambio de las monedas de ambas naciones generalmente favorecen al quetzal.
Guardando las consabidas distancias, Tapachula es para las clases medias y populares, como Miami es para las jerarquías sociales media-altas guatemaltecas, aunque para los más encopetados ya resulta ser propio de shumos y choleros ir de compras a esa ciudad estadounidense de Florida, por razones referidas a estatus socioeconómicos.
Numerosos compatriotas que han ido por lo menos una vez en su vida a Tapachula, disfrutan de tacos de cerdo abundantes en grasa, pero deliciosos al paladar de quienes los consumen. Para llegar al sitio donde se ubican las taquerías corrientes se atraviesa un pequeño parque que en su muro frontal resalta a grandes letras la célebre frase de un no menos renombrado estadista mexicano del siglo XIX que proclama: “Entre los hombres como entre las naciones el respeto al derecho ajeno es la paz”.
Por supuesto que es digno de encomio que los chiapanecos de Tapachula destaquen ese aforismo; pero lo cachimbiro del caso es que al pie de la máxima se lee: “Lic. Benito Juárez Gómez”, como si lo importante no fuera la relevante historia y el nombre de ese ilustre nativo de Oaxaca, sino su grado académico. Sería como si los gringos, cuando se refieren al no menos preclaro Abraham Lincoln antepusieran la palabra “Licenciado”, porque, como se sabe, además de político era abogado.
Imagínese, además, que para designar a Miguel Ángel Asturias tuviésemos que escribir o decir “Licenciado”, al aludir al Premio Nobel de Literatura de 1967.
Ese cahimbirismo es muy común en Guatemala. Algunos periodistas que cursaron uno o dos años de educación superior en escuelas de periodismo, cuyas autoridades académicas graciosamente les otorgaron ese grado “por equiparación”, cuando envían notas por insignificantes que sean previo a su nombre escriben “Lic”. Similar caso ocurre con profesionales de otras disciplinas que, estos sí, cursaron toda la carrera, y que escriben artículos de opinión como pasatiempo. Sus nombres van precedidos por su título, ya sea ingeniero, médico (doctor, dicen), abogado, etc. como si de ese rango académico dependiera la supuesta certeza de sus argumentos.
Y todo lo anterior a causa de un sujeto llamado Jorge Jiménez, director de la TGW, quien, según lenguas viperinas, sólo aprobó diez cursos en ciencias de la comunicación, y con punteos raspaditos, pero como buen cachimbiro se hace llamar “Licenciado” y con la abreviatura “Lic” firma documentos oficiales y privados, cometiendo el delito de usurpación de calidad y otros más, fuera de que se le acusa de cobrar 10 % de comisión por cada nombramiento que autoriza en la emisora de la radio oficial.
(Un veterano y retranquero estudiante de periodismo llama al médico Romualdo Tishudo: –¡Doctor, mi mujer está a punto de dar a luz! –¿Es su primer hijo?, pregunta. –No, soy el marido; aclara).