Estoy seguro que nadie quisiera estar en los zapatos de Juan Luis Siekavizza y nadie quisiera que le dieran un premio por tener que librar una lucha contra la impunidad como la que este profesional de la medicina ha tenido que mantener no sólo para dar con el paradero de sus dos nietos, sino también para que se castigue como corresponde a los responsables de la desaparición de su hija. Pero también creo que la Oficina de Derechos Humanos del Arzobispado hace muy bien en aprovechar la conmemoración del Día de los Derechos Humanos para condecorar a Juan Luis y a su familia como un reconocimiento a lo que significa su ejemplo en un país donde muchísima gente termina renunciando a luchar a fuerza de estrellarse contra la enorme e inconmovible pared de la corrupción.
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En Guatemala son muchísimos los casos de violencia y la exasperante reacción de la justicia hace que la mayoría de víctimas desista de buscar el castigo a los responsables. Existen casos ejemplares que han evidenciado cómo, a pesar de la adversidad y del enorme poder de los mantos de impunidad, tras enormes sacrificios y muchos años de lucha tenaz se puede tener al menos la satisfacción de ver que los criminales reciben algún castigo y quedan señalados, para siempre, como delincuentes. En no pocos casos los afectados por la criminalidad han decidido cobrarse las cuentas por su propia mano o contratando a otros criminales para que ejecuten el castigo, lo cual no hace sino enturbiar más nuestra ya dramática realidad.
Por ello cuando hay una actitud firme, decidida y constante como la que ha tenido la familia Siekavizza, con Juan Luis a la cabeza, tenemos que valorar el ejemplo porque esa fe en que por podrida que esté nuestra justicia hay que dar la batalla y pelear por el imperio de la ley, tendría que prender en todos los ciudadanos para que la fuerza de todos sea al final de cuentas el elemento depurador de nuestro corrompido sistema.
Algunas personas comentan que el caso Siekavizza se mantiene en el centro de la atención pública por la influencia de la familia. En realidad, más que la influencia ha sido esa ejemplar actitud de los familiares y amigos de Cristina lo que ha hecho que buena parte de la sociedad se mantenga interesada. Pero, sobre todo por el ejemplo que ha dado la valerosa actitud de Angelis, la mamá de Cristina, en quien el evidente dolor se ha convertido en incentivo para sacar fuerzas de flaqueza a efecto de no claudicar en la incesante búsqueda de sus nietos que tiene la finalidad de proporcionarles a esos pequeños un ambiente equilibrado para tratar de darles la necesaria estabilidad emocional perdida en medio de la vorágine violenta que ha marcado su vida.
Y el empeño de un médico endocrinólogo que ha tenido que limitar la práctica de una profesión obtenida luego de muchos años de estudio que incluyen una larga especialización, para adentrarse en los tortuosos caminos de la ley en busca del sentido elemental de la justicia y para que quien dañó a su hija y quienes facilitaron la fuga del criminal no terminen siendo otros más de los tantos beneficiados por el régimen de impunidad.
Lamentablemente el camino que les falta por recorrer aún se ve lleno de obstáculos y parece muy largo porque es éste un caso en el que se evidencia cómo entre bomberos no se machucan la manguera y por eso hay operadores de justicia que presumen de dignos, pero que con total descaro facilitan el encubrimiento y el daño continuado y sostenido a esos niños. El reconocimiento de la ODHA, más que un premio, es un aliciente para no tirar la toalla y seguir dando ejemplo de tenaz lucha por lograr justicia.