La semana pasada tuve la oportunidad de asistir a la presentación de la novela “Las lunas de Caín” de mi buen amigo Luis Güicho Cordón, en donde comentaron José Luis Chepe Perdomo, un excelente presentador, ni hablar de su capacidad para realizar entrevistas, quien siempre sorprende haciendo referencia a autores que para muchos son desconocidos, pero que le proveen un enorme sabor a sus comentarios, pues los vincula agradablemente con el contenido del libro, en un entretejido rebosante de literatura, con rompimientos de bromas que hace con el público, acerca del autor y del libro, con lo cual consigue que los presentes se vean envueltos en su notable presentación.
El otro comentarista era Carlos López, que no sólo es un guatemalteco que hizo una impresionante carrera en México con su propia editorial, sino además hoy con mucha honra es el ganador del Premio Monteforte Toledo en novela. Tengo entendido, porque no tengo el gusto de conocer a Carlos, que ha sido un ejemplo de amistad, de solidaridad y de apoyo a muchos guatemaltecos que como él tuvieron que salir al exilio a este vecino, entrañable y espléndido anfitrión de país, México.
Chepe nos señalaba que de acuerdo a un autor rumano, para escribir novela no se puede tomar, ni fumar, ni drogarse, como las primeras condiciones para escribir una novela y hacía con ello la alusión al autor, subrayando que de entrada Güicho “cumplía” dichas condiciones, con lo cual llevaba ganado un enorme trecho.
En las Lunas de Caín, Güicho nos lleva por un libro en donde en paralelo van corriendo dos historias o mejor dicho, dos historias de una misma persona, que tiene un cerebro dividido en dos partes, con lo cual nos mete en un mundo interesante, puesto que desarrolla una historia que se refiere al conflicto armado interno, en aquellos procesos de inducción y de las reuniones clandestinas, las pláticas y las relaciones que se establecen alrededor de estos encuentros.
Este libro, como bien apuntaba Carlos López, pareciera que Güicho lo trabajó en un estado de duermevela; es decir, en aquel espacio de tiempo en donde el ser humano se encuentra en estado semiinconsciencia y por ello lo lleva a tejer unas historias y unos sucesos que turban muchas veces a quienes lo leemos y acá Chepe apuntaba que recomendaba no leerlo de goma, pues presentaba pasajes enigmáticos y que impresionaban al lector y efectivamente así es, como responde a una no lógica, uno nunca sabe que va a ocurrir y efectivamente los desenlaces son diametralmente opuestos a los que uno recrea o adivina.
Me encantó un párrafo del libro, en donde el autor construye el proceso de una relación entre dos compañeros militantes y describe como las miradas constituyen auténticos mecanismos de acercamiento distante, de proposición silenciosa, de juegos de idas y venidas, demostrando un interés, pero evitando romper con la magia de la conquista. Cito: “La observaba todo el tiempo, sus gestos, su risa y la forma en que jugaba con las manos mientras fingía poner atención, pero se espantaba de sólo pensar en hablarle; apenas la retaba de lejos a jugar con los ojos, cruzando miradas de esas que se buscan largo para durar sólo un instante, porque contienen algo proscrito que turba. Miradas que ante las mujeres delatan los sentimientos que se creen ocultos”.
Un agradable y enigmático libro Güicho, salud por ello, una auténtica joya, que demuestra tu enorme capacidad para recrear, gustar y encantar, como si el mismo hubiera tomado recortes de la inspiración de aquella tarde en Pana, en tu casa, en donde por varias horas en medio de música rock junto con tu hermano el Oso, la Abuela, vos y yo, disfrutamos de una animada y escocesa jornada de Jethro, Pink Floyd, Led Zeppelin, Black Sabbath y otros. Felicidades Güicho.
*Un agradecimiento profundo y eterno para el motorista anónimo que encontró a mi mamá y la llevó a una estación de bomberos. Un alma noble en un mundo cada vez más egoísta.
* Mi más sentido pésame a Ligia Chinchilla, Lich, condiscípula de la Usac, mi gran amiga, por la muerte de su padre: Don Reginaldo Chinchilla, recuerdos inolvidables de Don “Reginaldo Martinez Jackson”, como le llamábamos en aquellos años de estudio.