Los sucesos de ayer en la zona 15, que según el Ministro de Gobernación son consecuencia de la guerra que se libra entre grupos de narcotraficantes por hacerse con el control del negocio luego de que algunos de los grandes jefes han sido detenidos, son en extremo preocupantes porque son una advertencia de que estamos en pleno campo de batalla y que en el rato menos pensado los ciudadanos ajenos a la guerra pueden sufrir sus consecuencias, porque ese nivel de violencia no se puede mantener dentro de límites y no es remoto que el día menos pensado una balacera cobre la vida de gente ajena al pleito que se puedan tener entre sí quienes se disputan el control de ciertos negocios ilícitos.
Con macabra precisión, los sicarios realizaron su operación de eliminar a todo un numeroso cuerpo de seguridad de una persona a la que los servicios de inteligencia de Gobernación vinculan con operaciones de tráfico de drogas. Sabido es que los anillos de seguridad de esos individuos son muy cerrados y están a cargo de personas bien entrenadas, pero no les sirvió de mucho su preparación ni equipamiento porque fueron eliminados de manera rápida por sus enemigos que, además, los despojaron de sus armas y se marcharon con ellas.
Es un hecho que estamos infestados de personas que viven con vínculos a organizaciones criminales y que se movilizan con sus aparatos de seguridad por los lugares públicos, comen en los restaurantes donde lo hacen muchos ciudadanos honrados, visitan los mismos comerciales, las mismas clínicas, los mismos cines, en fin, conviven plenamente con el resto de la sociedad, la que queda expuesta a gravísimos riesgos porque, repetimos, todos esos sitios antaño seguros y confiables, ahora son parte de ese gigantesco campo de batalla que es nuestra ciudad.
En las mismas calles podemos toparnos con una batalla campal entre grupos adversarios de delincuentes que en su afán por eliminarse mutuamente no se detendrán por la presencia de personas ajenas al conflicto y que inocentemente realizan su actividad cotidiana porque no nos queda otro remedio.
Hemos visto en los últimos años numerosos casos en los que personas inocentes, dedicadas a actividades que no tienen en apariencia ningún riesgo, mueren porque estaban en el lugar equivocado porque fue el que los maleantes escogieron para enfrentarse.
Y la sensación de inseguridad que ello provoca en la población es no sólo enorme sino también justificada porque resulta evidente que no hay forma de impedir esos tenebrosos hechos ni existe autoridad capaz de prevenir la violencia que está desatada a pesar de las ilusiones que pudiera haber provocado la idea de que la mano dura pondría fin a tanta inseguridad.
Minutero
La violencia desatada
cada vez más inclemente;
con camisa levantada
se mantiene nuestra gente