Amigos, familiares y paisanos que se han comunicado conmigo, con la pausada mesura que caracteriza a los habitantes del altiplano occidental, salvo cuando sus conductas llegan a exacerbarse en casos en los que los atropellos contra ellos también alcanzan extremos intolerables, me cuentan que la ayuda voluntaria de los pocos guatemaltecos que residen en otras regiones del país, especialmente de la capital y su área de influencia urbana, no sólo es escasa sino que, además, se pierde en el camino, mientras que la vocinglera información gubernamental acerca del auxilio institucional a las víctimas del terremoto en San Marcos es superficial en relación a los estragos.
Como si no fuera suficiente la indiferencia de la mayoría de los compatriotas de cara a la catástrofe en los municipios marquenses y en otros departamentos del occidente de la República, poniendo en entredicho la llamada “tradicional solidaridad de los guatemaltecos”, y la estrepitosa reacción del Gobierno en las áreas seriamente golpeadas por los violentas sacudidas telúricas, numerosos comerciantes se aprovechan de las circunstancias al incrementar descaradamente los precios de productos de toda índole, especialmente de primera necesidad y de materiales de construcción, ante la pasividad de la inoperante Diaco, que carece de suficiente personal y recursos técnicos y legales para resguardar los derechos de usuarios y consumidores.
Todo mueve a pensar que como los sismos no alteraron la vida cotidiana de los residentes en la ciudad de Guatemala y municipios adyacentes ni en otros centros urbanos de importancia, los muertos, heridos y desaparecidos a causa del terremoto del 7 de este mes no lastima la epidermis de la oligarquía dominante y ni siquiera conmueve la adormecida conciencia de los estratos de la clase media, es decir, la melancólica pequeña burguesía capitalina, básicamente porque los habitantes de toda aquella jurisdicción departamental han permanecido pasivos y porque se les agotaron los ánimos como para levantarse en masiva y enérgica protesta.
Ya me imagino que si mis paisanos abandonaran su parsimonia, ahora más languidecida que de costumbre, como consecuencia de sus sufrimientos derivados de la tragedia que viven, decidieran ocupar carreteras y cerrar las fronteras con México, entonces sí llamarían la atención de los plutócratas y sus sirvientes mediáticos de la ultra derecha; pero no para acudir en auxilio de mis coterráneos sino para exigir al complaciente Gobierno que reprima a “los revoltosos, alborotadores, las turbas, al populacho”, a todos aquellos que “bajo el liderazgo de terroristas impiden la libre locomoción de los guatemaltecos decentes”.
En las actuales condiciones, los 9, sí, NUEVE diputados que dizque representan al departamento de San Marcos no abren sus fauces ni dan señales de vida, porque como no es época electoral no les interesa la opinión de sus “representados”, a la vez que la mayoría de los 29 alcaldes anquilosados, como el de la cabecera departamental, permanecen impertérritos, bostezando en sus despachos y echándole la culpa a la Providencia de la lentitud burocrática y de su propia displicencia.
Al margen de la tristeza que me provoca la tragedia de mis paisanos, espero con lejana esperanza que para un futuro mediato, quizá como secuela de este amargo desdén, los marquenses despierten de su proverbial letargo y ya no se dejen embaucar por políticos ineptos y perversos, sino que sean los propios habitantes quienes elijan a sus autoridades y no que se los impongan corrompidos partidos políticos, como ha venido sucediendo desde hace décadas. Es tiempo que los pobladores del departamento de San Marcos descubran y encuentren su propio destino.
(El taxista marquense Romualdo Tishudo, lesionado en el terremoto, le pregunta al médico privado: -Doctor ¿cree que volveré a caminar? El galeno replica: -Por supuesto que sí, porque va a tener que vender su carro para pagar la factura de la clínica)