Cuentos cortos de Virgilio Dí­az Grullón



Selección y presentación por Eddy Roma

Virgilio Dí­az Grullón (Santiago de los Caballeros, 1924-Santo Domingo, 2001) Escritor dominicano. Su obra entera comprende tres libros de cuentos (Un dí­a cualquiera, 1958; Crónicas de Altocerro, 1966; Más allá del espejo, 1975), una novela corta (Los algarrobos también sueñan, 1977) y un breve volumen de memorias que refiere sus vivencias durante la dictadura de Rafael Trujillo (Antinostalgia de una Era, 1989). Toda su obra narrativa fue reunida en un solo libro titulado De niños hombres y fantasmas (1981), merecedor de varias reediciones, de donde fueron tomados los relatos que hoy presentamos.

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Viaje al microcosmos

El hecho de que tuvo que abrirle un agujero adicional al cinturón para poder ceñí­rselo no le pareció extraño. Tampoco el comprobar que los ruedos de los pantalones le cubrí­an enteramente los zapatos. Pero cuando no pudo alcanzar el tramo superior del armario donde guardaba sus camisas, se dio cuenta al fin de que habí­a comenzado a disminuir de tamaño. Su reducción se verificó en forma absolutamente proporcionada y sus miembros, al empequeñecerse paulatinamente, guardaron siempre una relación armónica entre ellos. Transcurrida la primera semana tení­a ya la estatura de un niño de tres años. Al cabo de la segunda no levantaba más de cinco centí­metros del suelo y a la tercera ya habí­a desaparecido totalmente de la vista de los demás y se adentraba en la región inusitada de la vida microscópica. Continuando su marcha inexorable hacia la infinita pequeñez cruzó indemne el universo de las bacterias, los microbios y los virus, y descendiendo aun más la escala de las dimensiones, penetró luego en la zona de los átomos, donde fue testigo de sordas batallas entre protones y electrones cargados de odios y amores ancestrales. Dejando atrás el terror difuso de pavorosas desintegraciones nucleares, bajó entonces a una región de paz donde la angustia era aún desconocida y donde fue perfectamente feliz porque adquirió conciencia de que la distancia inverosí­mil que lo separaba del punto de partida de su largo viaje lo libraba para siempre del peligro de que algún cientí­fico entrometido lo detectara a través de un microscopio gigantesco y lo trajera de vuelta al horrible mundo de los seres humanos.

Falso embarazo

Hací­a ya muchos años que residí­a en el extranjero cuando recibió la noticia del accidente que habí­a costado la vida de su padre y mantení­a a su madre al borde de la muerte. Regresó a su paí­s sin tiempo para asistir al entierro del primero y encontró a la última en estado de coma en su lecho del hospital. Allí­ conoció a un hermano de su madre a quien nunca habí­a visto antes y que mirándolo con ojos severos y desconfiados, le aseguró enfáticamente que su hermana jamás habí­a tenido hijos a pesar de que su profundo deseo de concebirlos la habí­a hecho ví­ctima, al poco tiempo de casada, de un falso embarazo que engañó a todo el mundo y tuvo un epí­logo triste y ridí­culo en la sala de partos. Indignado e impotente para convencer de su filiación a su incrédulo tí­o, realizó una afanosa búsqueda de sus documentos de identificación que se inició en la oficina de pasaportes, continuó en la de la cédula de identidad y, pasando por el registro civil, culminó en la parroquia donde habí­a sido bautizado. En ninguna parte pudo hallar prueba alguna de su existencia. De inmediato trató inútilmente de que lo reconocieran sus antiguos amigos y compañeros de colegio y, luego de rechazar por ilógica la posibilidad de una confabulación colectiva en su contra, llegó a la amarga conclusión de que nunca habí­a existido; que toda su vida no habí­a sido más que una ilusión a la que se habí­a aferrado estúpidamente durante todos los años transcurridos desde el dí­a en que creyó haber nacido, y que la imagen que proyectaba en los demás era un mero espejismo que se esfumaba con el tiempo sin dejar rastros perdurables en la memoria de nadie. Esta dolorosa convicción lo arrastró a su vez a tratar de hallar la razón de aquella situación absurda y descubrir el plano en el que se habí­a desarrollado hasta entonces su ficticia existencia. Comprendió la verdad al recordar el falso embarazo de su madre y concluir en que su ilusión de tener un hijo no terminó para ella ?como para los otros? en la sala de partos, sino que habí­a continuado viva e inalterable todo el tiempo y él habí­a nacido, crecido, jugado, ido al colegio, amado y sufrido solamente en la imaginación de aquella mujer que ahora agonizaba en el hospital. Tan pronto se hizo la luz en su cerebro corrió hacia el lecho de la enferma pero, al llegar a la puerta de su habitación y ante la mirada estupefacta de médicos y enfermeras, se desvaneció en el aire en el preciso instante en que la paciente del cuarto contiguo al lugar donde se producí­a aquel extraño fenómeno exhalaba su último suspiro.