Occidente nuevamente es el protagonista. Lamentablemente han sido dos actos de una obra con un mismo telón de fondo: la tragedia. Primero, Totonicapán vivió un episodio terrible con la fatalidad de la masacre de Alaska, las heridas no terminan de cerrar y las negociaciones han avanzado y se cumplieron parte de los acuerdos conseguidos con el Gobierno, éstos permitieron observar que efectivamente contamos con un Estado frágil, poroso y con poca capacidad de respuesta para un problema de conflictividad social que no inició ayer, sino lleva siglos de venirse incubando, sordamente, lentamente, silenciosamente.
El segundo actor hoy es San Marcos. Nuevamente la tragedia cae sobre este noble pueblo con la fuerza de un fenómeno natural, un terremoto que muestra las grandes debilidades relacionadas con la construcción, pero golpea a los más débiles, a los más postergados, a los de siempre. Pero la debilidad en los códigos de construcción, que siempre se discuten cuando ocurren este tipo de fenómenos telúricos, no muestra más que la debilidad de un Estado, que no realiza su función primordial: el establecimiento de un código de construcción y que exija su cumplimiento en su función de regulación, justamente para prevenir, para evitar, para adelantarse a las condiciones de un país que descansan en fallas geológicas activas y conocidas desde hace muchos años. Al cabo de algunos meses, todo volverá a la normalidad y nadie le volverá a increpar a un Estado su enorme irresponsabilidad en este tipo de flagelos naturales.
No se puede continuar con la misma actitud, se deben construir instituciones que efectivamente respondan, otras que prevengan, pero principalmente, se requiere de abandonar prácticas vinculadas a la represión en el caso de Totonicapán, así como se debe ser proactivo en materia preventiva de desastres, se debe no sólo establecer los códigos constructivos relacionados con nuestra enorme fragilidad de territorio amalgamado en enormes fallas geológicas y, además, el Estado debe ser regulador esencial en el cumplimiento de normas constructivas apropiadas a nuestra realidad.
Como se puede ver, continuar con la visión unilineal de ambas problemáticas de por sí complejas, resultan ocultar el sol con la mano y voltearse y alejarse para evitar enfrentar estas situaciones con la responsabilidad, la técnica y la visión de evitar que nuevamente ocurra. Pero sobre la base de instituciones débiles, desarticuladas de cuadros profesionales y técnicos que no cuentan con una carrera administrativa que permita la continuidad, la estabilidad, la promoción, las prestaciones, nos toma con nuevos cuadros técnicos y profesionales, pero sin ninguna experiencia en ambas problemáticas.
No se puede continuar con prácticas criticables en la distribución de la ayuda hasta en los momentos de tragedias y reconstrucción, como ha ocurrido en diferentes momentos de reconstrucción y solidaridad, ni mucho menos alinearse para movilizar fondos que sean fácilmente apropiables por funcionarios, diputados y alcaldes; y peor aún, encontrar este trágico paréntesis para impulsar reformas a la Constitución que aportan muy poco a un tejido social que hoy demuestra que las relaciones sociales, económicas y políticas han madurado y requieren de cambios de fondo en la estructura social y donde el Estado debe actuar responsable y estratégicamente.
Si no se rompen atavismos de gestión que únicamente pretenden cohesionar un régimen de gobierno, sin cambios profundos en el Estado y la sociedad; si no se quiebra la racionalidad dominada por la corrupción; si no se producen visiones de cara al interés general y rompen con los privilegios particulares, el país continuará enraizando el desastre –no necesariamente natural–, continuará abonando para la conflictividad y conllevará hacia una mayor desintegración social, mucho mayor concentración del ingreso y la riqueza y con ello incrementando los niveles y las condiciones de pobreza, que demandan una actitud distinta, autónoma de las élites políticas y económicas y en consonancia con las necesidades ingentes de la población.