El mundo diseñado por Valenz


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Actualmente en la galería El Túnel está abierta la exposición “Espacios Breves de Valenz” que reúne trabajos recientes de este artista que en los últimos años se ha ganado el aprecio del público con una obra sin mayores complicaciones formales pero que cala hondo en la mente y en el espíritu de quienes se detienen ante sus cuadros y casi sin darse cuenta se ven envueltos en un mundo fantástico y maravilloso.

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POR JUAN B. JUÁREZ

La atención espontánea e inmediata que el público presta a las obras de algunos artistas se adelanta siempre al pomposo reconocimiento de los críticos y la mayoría de las veces no tiene nada que ver con las sesudas elucubraciones con que estos tratan de explicar tardíamente lo que la gente siente ante ciertas formas y ciertas imágenes construidas, al parecer, en respuesta a impulsos expresivos instintivos y profundos.  Tal el caso de la instantánea conexión que se establece entre los espectadores y los temas, dibujos, colores y la dinámica interna de los cuadros que Sergio Valenzuela firma como Valenz.

Así, en vez del trazo seguro que ven en sus cuadros sus comentaristas rutinarios, la línea de Valenz es más bien ansiosa, y más que describir objetos con precisión, es la que protagoniza lo que la obra quiere decir, interpretando con cierta prisa y cierta angustia los propósitos formales y los deseos expresivos del artista.  Podría decirse que se apropia de ellos, que se mueve a sus impulsos, y a medida que avanza, retrocede, se multiplica y se complica de mil manera, más que definir formas, va significando —va creando y graficando signos visuales y poniendo en imágenes— las ideas y los objetos del deseo. 

Tales ideas y tales deseos tampoco tienen nada de metafísico ni esconden un pensamiento estético particularmente elaborado.  Son producciones espontáneas de una mente y de un cuerpo liberados a sus impulsos: construcciones mentales  y rituales que se resuelven gráficamente como máquinas y como juegos, como espacios arquitectónicos y densos ambientes vitales, como invención caprichosa de objetos delirantes y necesaria expansión del espíritu, como orden y movimiento, como quietud y ritmo, de cuya articulación aparentemente arbitraria se desprende un sentimiento vital muy intenso que en medio de su felicidad elemental lleva también el germen del delirio y lo demencial.

De esa posibilidad patológica extrae la obra de Valenz su verosimilitud profunda y su verdad como expresión humana y su validez como expresión artística.  Es ciertamente un juego de la imaginación, pero no inocuo, pues entraña sus propios peligros.  Sin embargo, aunque se mueve entre estos riesgos, la obra —el hacer de Valenz— por lo general no llega a esos extremos y se mantiene dentro del campo saludable, enérgico, ingenioso, emotivo, imaginativo y contagioso del juego.

De otros artistas se puede decir que manejan la línea con soltura y precisión y que en el virtuosismo de su dibujo radica en gran parte el valor formal de su pintura. El talento de Valenz va por otro lado.  Él es principalmente un diseñador gráfico y su dibujo está en función no de la representación de la realidad sino de la imaginación, que, como facultad del entendimiento, en él se manifiesta proyectándose a través de la línea.  Se trata entonces de dibujos provisorios que sirven para dar una idea de lo que se quiere hacer y decir, antes de hacerlo y decirlo.  Son imágenes leves que aún no tienen el peso ni la seriedad de los hechos acabados y definitivos.  Son, en tanto diseño imaginativo, un juego de posibilidades que se puede prolongar al infinito.

Y a los impulsos de ese juego Valenz construye su obra.  En el juego se define la obra y el espacio donde se juega. Se pinta el cuadro y se le ve de acuerdo a las reglas del juego, que a su vez definen al artista y al espectador.  Para este último, de hecho, ver un cuadro equivale a participar del juego, meterse al espacio donde el juego tiene lugar: el mundo del artista.

La pintura de Valenz va definiendo el mundo a medida que el artista lo va diseñando. A diferencia de los diseños de los arquitectos, los espacios, las máquinas y los muebles de Valenz no están hechos para  instalarse y acomodarse físicamente en ellos y usarlos para vivir sino para imaginar otras formas de vivir la vida; es más, tales espacios están de  hecho ocupados por la imaginación del artista que en ellos se entrega con entera libertad y con cierta inocencia y ternura a sus construcciones fantásticas, a sus juegos mágicos y delirantes, a construir ese mundo maravilloso y absurdo emparentado con el que Lewis Carroll diseñó para Alicia, gobernado, al igual que aquel, por una mente rigurosamente lógica.  Y es justamente esa mezcla de lo infantil con lo serio, de la inocencia con lo exacto, de lo fantástico con lo matemático, de lo caprichoso con lo lógico lo que explica la espontánea fascinación que siente el espectador ante lo que sucede en esos espacios diseñados con tanta gracia y libertad por Sergio Valenzuela.